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Llega el mes de diciembre, la Navidad. Días cargados de tradiciones, de buenas intenciones. Belenes vivientes y Cabalgatas de Reyes son el plato fuerte en muchas ciudades y pueblos. Con la excusa de que a los niños les hace mucha ilusión, aún se permite el uso de animales en estas escenas navideñas.
Son animales de granja o propiedad de los circos que aún los mantienen esclavizados para el entretenimiento de unos pocos. Son animales que no se encuentran en su espacio natural, que permanecen más horas de las debidas en condiciones inadecuadas, impropias e indignas.
La Navidad debería estar repleta de cariño, música, alegría, risas, regalos… pero nunca de dolor o maltrato. Y dolor, incluso maltrato, es aquello que altera a un animal al alejarlo de su espacio vital, de su ambiente natural, e introducirlo al estrés, al miedo y a la ansiedad.
Muchos de estos animales, antes de realizar su “trabajo”, deben soportar un transporte previo de varias horas, y después grandes caminatas en espacios llenos de ruido que les son ajenos. Sus pezuñas, cascos o pies sufrirán por andar sobre el asfalto, un suelo que puede legar a lastimarles. Soportarán luces que les deslumbran y sufrirán fogonazos, muy breves e intensos, en forma de flashes. El griterío de la gente, las risas, y hasta pirotecnia, les dañarán y estresarán innecesariamente. En algunos casos, pueden ocasionar accidentes como ya hemos visto.
Se alteran sus horarios, sus rutinas, sus ciclos de alimentación y descanso. Lo que en principio puede parecer algo simplemente físico, se convierte en una angustiosa situación de ansiedad psicológica que, de ninguna manera, favorece a ningún ser sintiente, y los animales que se utilizan en estos eventos, lo son.
Es imprescindible, como sociedad que avanza, que favorezcamos conductas cívicas y de respeto animal, empleando creatividad y alternativas éticas, manteniendo las tradiciones y la diversión, pero sin que se ocasionen dolor ni maltrato a los animales, que no entienden que les está sucediendo.
Debemos ser conscientes de lo importante que es educar a los niños y niñas, a los adolescentes, en la empatía y el respeto a todos los animales. Pero si les enseñamos a no respetar las necesidades vitales de los diferentes seres vivos, si les hacemos creer que todo es lícito si nos divierte, les estamos demostrando que hay seres que podemos utilizar cómo y cuándo queramos para nuestra propia diversión.
Ninguna fiesta, ninguna tradición puede cruzar la línea roja más importante, que es la de no causar daño a otro ser vivo para que sean parte de nuestra diversión. Hay alternativas que además de éticas, son más económicas. Desfiles sin sufrimiento animal, donde solo los seres humanos sean los protagonistas amables y festivos de esos días donde nos deseamos paz y amor unos a otros.
Pensemos en todos y todas, en respetar la vida, en celebrar la vida, en disfrutar sin dolor, sin el dolor de ningún ser vivo. Por unas Navidades más humanas, más dignas, más felices, hasta para los camellos y las ovejas, las ocas, los elefantes y los caballos.
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