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La calima de marzo 'regaló' al campo fertilizante por valor de 11,84 millones

León bajo los efectos de la calima

Javier Ayuso Santamaría

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Durante marzo la práctica totalidad de la Península pudo ver cómo el cielo se cubría de un manto rojizo y todo, absolutamente todo, era cubierto por una densa capa de polvo. La borrasca Celia dejó entre los días 16 y 18 de ese mes por cada metro cuadrado 6,4 gramos de partículas, según los datos del WMO Barcelona Dust Regional Center.

Con la atmósfera enturbiada (con todo lo que ello conlleva), esos días la calidad de aire dejó a España como el país más contaminado del mundo. Esto produjo en el campo efectos negativo y positivos.

La consecuencia mala se registró en aquellos cultivos que ya estaban en proceso de crecimiento. Para los productores de hortalizas y cítricos de las zonas mediterráneas, principalmente de Granada, Almería, Murcia, Alicante y Valencia, la mezcla de lluvia y polvo condenó a la producción de sandía, melón, lechuga, pimiento, calabacín, tomate, brócoli, cereza o mandarina, entre otros. Por ejemplo, en la huerta almeriense, las estimaciones de la organización agraria Asaja hablaban de una reducción de casi un 25% de sandías o de cerca del 50% para hortalizas de rápido crecimiento, como el calabacín. Y es que la calima mata a las plantas por asfixia.

La otra secuela, la positiva, a la que se le puede llamar ‘regalo’, es que la composición de esa calima proveniente del Sáhara traía consigo sustancias útiles, como calcio, nitratos o fosfatos, que han servido de fertilizantes al campo. Según un estudio realizado por la empresa burgalesa Agrae Solutions, el polvo depositado por el “episodio extraordinario” ha dejado en el suelo nutrientes por valor de 11,83 millones de euros, según cifra Jorge Miñón Martínez, director técnico de la empresa.

Con los precios de los fertilizantes al alza, por ejemplo, el nitrato amónico cálcico supera los 600 euros por tonelada o la potasa, los 730 euros, este efecto puntual -que afecta de forma diferente cada año- ha sido una sorpresa, ya que como ha atestiguado el ingeniero: “es algo extraordinario que haya llegado también al norte de España y más con estas concentraciones”.

En el norte la calima no suele prodigarse y menos dejarse notar en el campo, algo que sí saben en las Islas Canarias, donde este fenómeno se deja notar más, aunque también con efectos perjudiciales

Las cantidades encontradas, según las muestras estudiadas en las tierras de cultivo de las provincias de Burgos y Palencia, rondan los 64 kilos por hectárea. Una cantidad que, aunque se agradece, no es suficiente para cumplir con las necesidades de las plantaciones. En el caso de Castilla y León, la calima habría contribuido a enriquecer el terreno con cerca de 1,7 millones de sustancias fertilizantes.

Este “aporte natural”, si se cuenta en grandes extensiones, es muy llamativo. En las 23.900.000 hectáreas de superficie de cultivo de España o en las 3.4198.994 de Castilla y León se dan cifras millonarias, pero trasladado al nivel económico del agricultor, en unas extensiones mucho más reducidas, significa “más bien poco”, aunque es bienvenido.

Para hacerse a la idea, como explica Miñón Martínez, es como ir a un restaurante y que te ofrezcan una tapa. “No sacia, pero suma, no por ello vas a dejar de comer. De la misma forma en el ámbito agrícola es un 'aperitivo' no esperado”.

Pero no hay que pensar que la calima es la solución a todos los problemas, ni siquiera que puede llegar a ser utilizada con algún fin comercial. “No nos saldría rentable, no es interesante económicamente. Es un suelo que viene de África y que, además, en España los tenemos con mejores componentes”, como ha aseverado Miñón Martínez.

Aunque las cantidades de polvo saharaui encontradas sean llamativas,  el director técnico de Agrae ha indicado que de ninguna manera “son sustitutas de un fertilizantes tradicional”, ya que los suelos necesitan mucho más aporte, por tanto, no se refleja en el bolsillo del agricultor. Donde sí son “más interesantes agronómicamente” es en cómo ayudan a suelos de determinadas zonas, como los terrenos compuestos con arenas, ya que el aporte de la calima ayuda a fijar sustancias como el calcio.

Para hacerse una idea de la ingente cantidad de depósito de calima, Agrae ha calculado las toneladas de polvo que deberían de fijarse en el campo para sustituir a los fertilizantes. En una hectárea de trigo, suplirse de nitrógeno precisaría de 57 toneladas (la composición era de 0,134 kilogramos por hectárea de este componente y este cultivo necesita de 120 kilos) o de 2.264 toneladas para hacer lo propio con el fósforo, ya que, por cada hectárea se encontró solo 0,001 kilos de este componente y este cereal precisa de 48 kilogramos de este nutriente para desarrollarse. En resumen, que España tendría que convertirse en un desierto para alcanzar tales cifras.

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