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La historia olvidada de la pirámide fascista italiana de Burgos

La pirámide de los italianos, en Burgos.

Alba Camazón

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Es necesario saltar una valla y, a veces, tener cuidado con las vacas que por allí pastan. Pero al levantar la mirada del suelo, una pirámide de piedra se hace con todo el paisaje: de veinte metros de altura, una mole que parece fuera de lugar, junto al embalse del Ebro y la N-623, cuya monumental 'M' retiene la atención de cualquiera. Se trata de la Pirámide del Puerto del Escudo –o 'pirámide de los italianos', en la frontera entre el Valle de Valdebezana (Burgos) y Cantabria, construida a finales de la Guerra Civil en honor a los fascistas italianos caídos en la batalla del Puerto de Escudo–.

Este monumento funerario está ahora abandonado, pero en la zona muchos todavía recuerdan las historias que narraban padres y abuelos sobre la batalla de la Guerra Civil, la pirámide que construyeron los fascistas, la visita del yerno de Mussolini –el conde Galeazzo Ciano–, el accidente de autobús en el que murieron una decena de familiares de los soldados y su posterior desamparo.

En agosto de 1937, la división italofascista '23 de marzo' –invitada por el bando sublevado– inicia una ofensiva en el norte de Burgos: miles de hombres, tanques y bombardeos aéreos en el frente. Tras una batalla de tres jornadas, los golpistas avanzaron hacia Santander, dejando tras de sí numerosas bajas.

Los dirigentes italianos enterraron a sus caídos en batalla en cementerios provisionales en toda la zona. Corconte (frente al balneario) y el paso de El Escudo son solo dos lugares en los que hubo italianos enterrados, que también fueron sepultados en Santaelices y Soncillo (Burgos), Quintanatello (Palencia), Villacarriedo (Cantabria), Forua y Baquio (Vizcaya) y Zumaya (Guipúzcoa). Los diseños del mausoleo empezaron en 1938. La Pirámide se inauguró en 1939 y en 1941 los huesos de estos –y otros– italianos fueron trasladados hasta la pirámide. En los años 70, volvieron a viajar hasta la Iglesia de San Antonio de Padua (Zaragoza) o de vuelta a Italia.

En 1939, el Conde Ciano –entonces ministro de Asuntos Exteriores– visitó la zona e inauguró el homenaje del régimen fascista italiano a sus caídos. Todavía se conserva en el Balneario de Corconte el menú especial que diseñaron para la visita del líder italiano, ya en la posguerra: huevos revueltos a la montañesa, langosta a la italiana, medallones de ternera a la española, legumbres, tarta imperial, fruta y quesos de Santander.

Todavía tardaron otros dos años en mover los restos óseos hasta la pirámide. El mausoleo acogió los restos de casi 400 soldados italianos, aunque en realidad solo una docena descansó en el interior de la pirámide. Es necesario bajar por una escalera de hierro hasta la cripta, donde permanecieron durante décadas los cuerpos de los oficiales. Los demás soldados fueron sepultados en el terreno que rodea al monumento, con una cruz identificativa sobre el terreno. Ya no quedan cruces, aunque sí se puede localizar alguna en cementerios de la zona, reutilizadas para otros fallecidos.

Según explica la historiadora Carlota Martínez Sáez, el interior de la pirámide contiene trescientos loculi (nichos) que estaban tapados con unas placas que informaban del fallecido y de su localización en el círculo que rodea la pirámide, un símbolo de eternidad. Con los años, estas identificaciones han desaparecido. Bien distinta es la leyenda urbana que ha corrido de boca en boca y que dice que los restos de los muertos fueron troceados para introducirlos en los nichos, debido a su reducido tamaño.

Esta es una teoría que Martínez Sáez descarta por completo, aunque solo sea porque tras reposar en los cementerios temporales durante años, únicamente quedarían los huesos de los fallecidos. Esta historiadora destaca, además, el gran respeto que tenía Italia –como otros países que participaron en la Primera Guerra Mundial– por los caídos en combate.

También destaca una colosal 'M', cuyo significado no está claro. Los investigadores difieren en si hace referencia a Mussolini, a la palabra 'Monumentum' o a ambas simultáneamente. En el interior se pueden todavía leer consignas como 'Presente' por triplicado, como gritaban cuando se notificaba la muerte de algún soldado.

Estaba prevista la instalación de una estatua de mármol de hasta 5 metros –la Victoria con Escudo– que nunca llegó a Burgos, aunque se desconoce el motivo. El historiador especializado en Arte José Miguel Muñoz Jiménez destaca cómo los rasgos “futuristas, metafísicos, expresionistas y brutalistas” y la exaltación fascista se fusionan “en este mausoleo único, tan exótico en su origen y concepción”. Así lo expresa en La Pirámide de los Italianos en el puerto de El Escudo (1938-1939): documentación de su proceso constructivo (Revista de Arqueología Sautuola, 2016).

Entre los soldados y oficiales fallecidos, Carlota Martínez Sáez destaca a un argentino –hijo de italianos emigrados a Buenos Aires–, un pianista que tocaba en el Casino de Briviesca (Antoni Molonia) o el cónsul general Alberto Liuzzi, de origen judío –las leyes raciales fueron posteriores a su muerte–. De hecho, Liuzzi, que murió en la Batalla de Guadalajara, recibió una medalla de oro póstuma y un tipo de submarinos fueron denominados en su nombre.

Durante más de treinta años, los italianos pagaron a un pastor para que cuidara la zona, a la que acudían una o dos veces al año familiares de los soldados caídos durante la Guerra Civil. También guiaba la visita a quienes se acercaban. En una de ellas, un grupo de excombatientes y viudas del Puerto del Escudo tuvieron un accidente poco después de realizar un homenaje en la pirámide. Era 1971 y fallecieron 11 personas a escasos cinco kilómetros del mausoleo. Ese punto se conoce como 'la curva de los italianos' y empujó al gobierno de ese país a volver a trasladar los restos óseos de los combatientes “mazo en mano”, sin cuidado por preservar el edificio. Con el permiso y colaboración de los familiares, algunos fueron enviados a Zaragoza y otros, de vuelta a Italia.

Cuando se vació el mausoleo, Italia perdió el interés que tenía por conservar el monumento, así que simplemente se quedó ahí, abandonado. La asociación 'Hermandad de la Ribera' –integrada por diez pueblos del Valle de Valdebezana y Arija (Burgos)– es la propietaria del terreno desde hace casi un siglo y recuperó por completo el espacio con la marcha de los italianos. Según explica el alcalde de Valdebezana, Juan Carlos Díaz, el uso del terreno es exclusivamente ganadero actualmente.

Martínez Sáez recuerda que hace varios años la Diputación de Burgos intentó transformar la zona en un parque con merendero, pero era necesaria la unanimidad en la asociación y no fue posible. El alcalde valdebezano lamenta el abandono de la pirámide, porque cree que podría servir para recordar las lecciones de la historia, para evitar que se repitan estas luchas.

Desde la Asociación para la Recuperación de Memoria Histórica (ARMH) de Burgos, la conservación o no de la pirámide tampoco es un asunto que se hayan parado a debatir. “Estamos desbordados de trabajo con las exhumaciones, las investigaciones y charlas y no damos abasto”, apunta desde la organización memorialista Sol Benito. Esta voluntaria tampoco tiene claro qué se debería hacer con esta edificación: si hacerla desaparecer o conservarla. Puede que con la nueva Ley de Memoria Democrática esta pirámide se incluya en el catálogo de vestigios contrarios a la memoria y que se ordene su eliminación o quizá siga abandonada como hasta ahora.

La imagen de la pirámide y su entorno nada tiene que ver con la de hace 30 años, lamenta Martínez Sáez, que está investigando el monumento para su doctorado. Además de las adversas condiciones meteorológicas del norte de Burgos, la pirámide del Puerto del Escudo ha sido víctima del expolio y el vandalismo en las últimas décadas. En la entrada del recinto había dos columnas de 10 metros, recuerda el alcalde. Unas columnas que desaparecieron de un día para otro.

Algunas personas –se desconoce la autoría– se llevaron a lo largo de los años la puerta del recinto, el altar y muchas placas de los loculi, al igual que las cruces. Carlota Martínez Sáez advierte de que todavía se acercan algunos “piratas” con detectores de metales para intentar recuperar objetos personales que el tiempo enterró tras la batalla del Puerto del Escudo: no solo bombas o armas ligeras, sino también medallas de los soldados u otros objetos de valor sentimental.

Muñoz Jiménez destaca la importancia de conservar este espacio –ya “mutilado”– en favor “de una verdadera comprensión” de la memoria histórica. “Deberíamos por lo menos poner un cartel”, reclama Martínez Sáez, que lamenta que se esté “perdiendo un momento de nuestra historia”. “Aquello fue un infierno y ese punto marca una de las batallas más importantes de la Guerra Civil”, recuerda la historiadora.

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