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Colau y el PSC sacan partido en Barcelona a una coalición capaz de atraer desde ERC a Valls

Jaume Collboni, Ada Colau y Ernest Maragall, en la presentación del acuerdo por los presupuestos de 2021

Pau Rodríguez

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El día que Ada Colau alzó la vara de alcaldesa de Barcelona por segunda vez en su vida, gracias a los votos del PSC y Manuel Valls, una incógnita sobrevolaba el Ayuntamiento. ¿Iba a ser el mandato más difícil que el anterior, con una oposición más dura de ERC? Nada más lejos de la realidad. Un año y medio después, el gobierno municipal cierra su curso más duro en materia sanitaria, con una epidemia que lo ha trastocado todo, pero con un clima político más cerca del diálogo que de la crispación. En el último pleno el pasado miércoles, el consistorio aprobó sus segundos presupuestos con amplia mayoría. Unas cuentas con cifras de récord para hacer frente a la emergencia económica y social.

El actual mandato liderado por Colau y el socialista Jaume Collboni parece un reverso del anterior, al menos de su parte final, en cuando a la gobernanza de la institución. Si entonces Barcelona en Comú rompió su pacto con el PSC –debido a su apoyo al 155–, no logró sacar adelante los presupuestos por consenso y vio como ERC le tumbaba algunos proyectos clave –desde el tranvía hasta la funeraria pública–, ahora parece todo lo contrario. Los comuns y los socialistas integran un gobierno sin apenas fisuras, las cuentas han salido adelante por dos veces con más del 70% del plenario a favor y los republicanos han sido un socio preferente con el que han pactado un buen puñado de iniciativas. 

“Necesitamos que los acuerdos vuelvan a ser sexies, celebraba la semana pasada Colau en una entrevista en Catalunya Ràdio, consciente de que la capacidad de llegar a pactos con distintas formaciones se ha vuelto uno de los principales activos de su formación, con la vista puesta como todos en las elecciones catalanas. El gobierno de Colau ha llegado a acuerdos con casi todos. Durante la epidemia, además, el debate local ha sido menos áspero que el de otras cámaras y lo ha favorecido. “Hemos estado unidos y lo ha visto la ciudadanía”, les agradecía Colau a los ediles al inicio del último pleno. La sesión no estuvo exenta de reproches, pero las cuentas salieron adelante.

Los presupuestos para 2021 se elevan hasta los 3.200 millones –un 6% más que los del año anterior– y se han logrado aprobar tras una tensa pero silenciosa negociación con ERC, según las partes. A última hora se les sumó Manuel Valls por “responsabilidad”, según anunció el concejal de BCN Canvi. El exprimer ministro francés afirmó que aquellas cuentas eran también suyas, aunque los acuerdos los alcanzó el Ejecutivo con los republicanos. Con todo, los 30 votos a favor de 41 totales demostraron que la llamada geometría variable con la que Colau se propuso gobernar este mandato, está funcionando.

Durante el 2019, los grandes acuerdos los sellaron con ERC y JxCat, como los presupuestos de ese año, el aumento de la tasa turística o las regulación de la Zona de Bajas Emisiones. Pero el Ejecutivo ha basculado puntualmente según sus necesidades. Durante la pandemia, el gobierno municipal sacó adelante los Fondos COVID-19 con los votos favorables de PP y Valls y la abstención de todos los demás. Desde que facilitó la investidura, exprimer ministro francés ha sido beligerante con la mayoría de las políticas económicas y urbanísticas del gobierno, pero no se ha cerrado a votar a favor en algunas ocasiones, como las últimas cuentas. 

Por unanimidad se han aprobado medidas como la ampliación de terrazas por la pandemia o el plan urbanístico del centro de salud Raval Nord, muy polémico en el pasado mandato. Incluso con JxCat y C's a favor –y las abstenciones de los demás– han dado luz verde a la búsqueda del socio privado necesario para impulsar la empresa pública de vivienda social.

Pero la relación más fructífera ha sido con el republicano Ernest Maragall, ganador de las elecciones al que Colau pudo superar gracias a los votos del exprimer ministro francés. A pesar de ese desencuentro inicial, ERC ha sido la formación con la que el gobierno se ha sentido más cómodo a la hora de negociar, consciente de que era su apoyo natural como partido de izquierdas. Y los republicanos no se han cerrado en banda. El mayor ejemplo de ello es el pacto por las obras del primer tramo del tranvía de la Diagonal. Ese plan fracasó el mandato pasado entre acusaciones cruzadas –de electoralistas hacia los republicanos, de no querer negociar hacia los comuns–, pero el pasado miércoles se aprobó con los mismos actores. Aunque ha habido fricciones, como las críticas de ERC a Colau por la subasta del Gobierno central de edificios del Frente Marítimo, los republicanos han pactado los dos presupuestos, la compra del hotel ocupado Buenos Aires para hacer vivienda social (con abstención de JxCat) o el reimpulso del 22@.

La gran excepción a ese clima de mayor entendimiento durante lo más duro de la pandemia ha tenido que ver con las peatonalizaciones y el urbanismo táctico, que han provocado duras críticas por parte de todas las formaciones del plenario. Ni los 12 kilómetros de asfalto ganados al coche, ni los nuevos carriles bici, ni el proyecto a diez años de la Supermanzana del Eixample –como gran culminación de las pacificaciones– han pasado por el pleno, por lo que Colau no ha tenido que ver refrendado nada de ello. El balance, no obstante, es de duras críticas por parte de todos los grupos: algunos por considerarlo perjudicial para la economía y el tráfico; otros, por verlo demasiado improvisado.

Colau-Collboni, un tándem estable

La coalición del gobierno municipal ha resistido sin apenas crisis de calado durante su primer año y medio de andadura. Para superar su divorcio del mandato anterior, debido al procés, pusieron las cartas sobre la mesa desde el inicio y pactaron poder votar distinto sin que eso afectase a su relación. De ahí que el consistorio desde entonces haya declarado “presos políticos” a los líderes del procés con el voto de los de Colau y haya incluso reprobado la gestión del Gobierno con la fuga de Juan Carlos I con su abstención. Nada de eso derivó en un cruce de acusaciones entre socios. 

De hecho, lo que más ha tensionado a la coalición ha sido la política de pacificaciones de calles. Desde la alcaldía y desde Urbanismo, en manos de Janet Sanz (BComú), se ha apretado para avanzar en unas transformaciones que los socialistas han tratado de rebajar desde Movilidad, en manos de Rosa Alarcón. También debido a las buenas relaciones que mantiene el PSC con sectores económicos que se oponen a ellas. 

Sea como sea, la entente BComú-PSC brilla sobre todo en cuanto se compara con los pactos de gobierno que lo rodean. Al otro lado de Plaza Sant Jaume, ERC y JxCat se tiran los platos a la cabeza, pero es que incluso en Madrid, con dos formaciones de su mismo color (PSOE y Unidas Podemos), la tensión entre las partes es mucho mayor. Y trasciende con más frecuencia a la prensa.

El encaje de pactos y el 14F

La nueva etapa de gobernabilidad en España ha sido también decisiva para engrasar los acuerdos. En Barcelona como en Madrid, los republicanos han contribuido a sacar adelante las cuentas. Mientras, los ‘comuns’ hicieron lo propio este año con los de la Generalitat, que estaban prorrogados desde 2017. El acuerdo entre los de Colau y ERC es estratégico y ha funcionado prácticamente en todas las instituciones, municipal, catalana y estatal, gracias a una relación de necesidad mutua que tiene que ver con la cercanía de sus respectivos electorados.

Para los republicanos de Pere Aragonès, aprobar las cuentas del Govern, después de tres años en blanco, era una prueba de fuego obligatoria si querían acudir a las elecciones resaltando su perfil de gestión. Pero, con el 'no' de la CUP sobre la mesa, la única opción para sacar adelante las cuentas eran los comuns. El grupo de Jéssica Albiach negoció tanto partidas como medidas fiscales y finalmente acabaron cerrando un pacto que, como luego se comprobó, iba mucho más allá de los presupuestos de la Generalitat. Solo unos días después, Maragall anunció el voto positivo a las cuentas de Colau, en un ten con ten largamente buscado por la alcaldesa.

A partir de entonces, ERC y comuns han estado del mismo lado en todas las votaciones económicas. Ejemplo de ello fueron los presupuestos generales del Estado, cuando para Unidas Podemos tenía carácter estratégico que ERC acabase siendo el socio preferente de las cuentas, por delante de Ciudadanos, pues los de Gabriel Rufián garantizaban unos apoyos sin hacer concesiones al programa liberal de la formación naranja.

La fotografía entre los líderes municipales de ERC, comuns y PSC tampoco es inocua de cara a las elecciones catalanas del próximo 14 de febrero. Aunque republicanos y socialistas lo descartan como posibilidad, la fuerza de Colau se propone como el pegamento de un nuevo tripartito de izquierdas transversal en la cuestión nacional. La idea no gusta ni a Pere Aragonès ni a Miquel Iceta, dos líderes centrados en ir a pescar votos en sus competidores por la derecha. Pero el hecho de que Collboni y Maragall se presenten a la foto supone el mejor regalo preelectoral que Colau podía hacerle a su candidata en el Parlament, Jéssica Albiach.

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