Sin unos referentes colectivos, la ultraderecha crecerá entre los jóvenes

9 de marzo de 2025 09:21 h

0

Hace unas semanas, me invitaron a dar una charla en un instituto público de Barcelona. El barrio donde éste se ubica, aun de marcado carácter popular, contiene entre sus límites administrativos una enorme diversidad de vecinos y vecinas procedentes de distintos orígenes.

También, y me parece que a su pesar, sus calles constituyen uno de los entramados urbanos que más se han turistificado durante los últimos años, generando problemas relacionados con el acceso a la vivienda, la masificación de sus espacios públicos y la pérdida de su tradicional paisaje comercial, entre otras cuestiones.

El objetivo de mi intervención ante estos alumnos y alumnas de 2º de Bachillerato era trasladarles el papel de la antropología urbana, una disciplina que, pienso, es una gran desconocida. Así que ahí me lancé yo a contar lo que hace un antropólogo en su estudio de las ciudades.

Hablé sobre casuísticas y resultados que actuaban sobre su propio barrio, como la gentrificación o la mercantilización del espacio público. Cuando llegó el turno de las preguntas, para mi sorpresa, excepto alguna excepción, no hubo mucho interés por lo que les había contado.

Las intervenciones se basaron más bien en rebatir mis argumentos, pero no negando la situación, sino confirmándola y naturalizándola. Ante mi preocupación en torno a la mercantilización -muchas veces irregular- del espacio público, la respuesta de un alumno fue que “hay que buscarse la vida”.

Como réplica a este comentario, me lancé a intentar argumentar, huyendo de consideraciones más ideológicas, que si todo el mundo hiciera lo que quisiera en las calles, la ciudad sería un caos. El estudiante, sin ambages, me respondió básicamente, aunque con otras palabras, que la ciudad es una selva y que ha de prevalecer la ley del más fuerte.

Cuando no había tenido tiempo de contra-argumentar, una chica joven, que se encontraba al final, sentada en un grupo de tres alumnas, en el que una manifestaba claramente un perfil racializado, preguntó por qué había que acoger a los inmigrantes que venían a Barcelona y a Catalunya, siendo gente que no trabaja y que se dedica, en su gran mayoría, a vivir de las subvenciones y las ayudas.

Lo primero que me sorprendió fue el hecho de que hiciera ese tipo de comentario formando parte de un grupo de amigas en el cual una, posiblemente, era de origen foráneo. Pero más allá de eso, una vez me repuse de mi inicial sorpresa y repliqué el caso, me di cuenta de cómo los discursos de corte antiinmigración conviven y se articulan con las propuestas más salvajes de individualismo neoliberal.

Cuando acabé la charla, que tanto yo como la profesora, de Valladolid, hicimos totalmente en catalán mientras el alumnado intervino en todas las ocasiones en castellano, me quedé reflexionando sobre lo que había ocurrido. Efectivamente, los discursos de estigmatización sobre los inmigrantes y a favor de la emprendeduría radical han calado enormemente entre las nuevas generaciones.

Y aunque aparentemente no se encuentren relacionados, sí que lo están, ya que la base común, el elemento que une ambas perspectivas, no es otro que la falta de una conciencia colectiva, de símbolos relacionados con la clase, el género y otros aspectos que vinculen a la gente joven con un proyecto de sociedad común.

Ante la fragmentación total de la sociedad, la falta de perspectivas y el sálvese quien pueda, la lógica imperante no deja de ser la del individualismo más feroz, la perspectiva de una competencia por unos recursos aparentemente siempre escasos y la criminalización del diferente.

Si se quiere luchar por una sociedad, presente y futura, más sana y más justa, es necesario plantear horizontes colectivos, solidaridad entre afines y, por qué no, clases sociales, mostrando que la disputa por una vida digna no puede darse entre iguales, provengan estos de donde provengan, sino a través del ejercicio de la justicia social y las políticas redistributivas.

De lo contrario, puede que la batalla esté perdida de antemano y ya sabemos que el pesimismo solo conduce a la reacción.

José Mansilla es profesor de Antropología en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y miembro del Consejo Asesor de la Fundació Neus Català.