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INVESTIGACIÓN

El religioso que violó a Palomas siguió con los abusos en otra escuela: “Me cogió fuerte los pechos y no pude reaccionar”

Sandra, víctima de Jesús Linares en La Salle Montcada en el curso 1987-1988

Pau Rodríguez

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Cuando Sandra, de 49 años, vio publicado el nombre de Jesús Linares, el hermano que abusó de Alejandro Palomas y otros niños en La Salle Premià de Mar, tuvo una crisis de ansiedad. Estuvo dos días llorando. A Raquel R., de 45 años, también se le removió todo y se llenó de rabia al leer el reportaje en elDiario.es. A ambas la memoria las devolvió a su adolescencia, a finales de los 80 y a principios de los 90, en La Salle de Montcada i Reixac, una ciudad en la periferia de Barcelona, y a las largas tutorías en el despacho de este hermano y profesor que las arrastró a un tormento de abusos, chantajes y manipulaciones. 

La lista de víctimas que ha dejado Linares, hermano de La Salle y profesor, durante su larga trayectoria profesional, es hoy una incógnita. En sus dos etapas en Premià de Mar, la segunda hasta más allá de 2010, hubo como mínimo ocho –una de ellas, el escritor Palomas–, pero en medio, en los 18 años que vivió y ejerció en la escuela La Salle Montcada i Reixac, también cometió abusos sexuales, a los que se añaden testimonios de manipulación psicológica.

Una de las personas que relatan tocamientos, Elena López, asegura además que tras el suceso lo llegó a trasladar a la dirección. “Fui con mi padre a decírselo al director, pero nos contestaron que había sido un malentendido”, asegura, para dar constancia de que la institución sabía de sus prácticas. Era 1996. Lo que hicieron, añade hoy, fue cambiarla a ella de clase para que no tuviese más como docente a Linares. 

En Montcada, Linares recaló en 1986 con más de 50 años, y después de ejercer los tres anteriores como director de La Salle Premià. Habían pasado casi diez años de los abusos sexuales y la violación a Palomas, y de la queja que, según relata el escritor, presentó su padre a la escuela. En su nuevo destino, este hermano permaneció hasta 2003 y, según media docena de testimonios, durante esa época ya se le tenía por un profesor “sobón” o “tocón”. Los exalumnos más jóvenes, los de la segunda mitad de los 90, le recuerdan a él solo a cargo de una enfermería, una pequeña caseta en el patio adonde acudían cuando no se encontraban bien. 

Diarios íntimos, chantajes y tocamientos

Los de finales de los 80 y principios de los 90, que lo tuvieron de tutor y profesor de Lengua, mencionan sobre todo la fijación de Linares por pedirles sus diarios personales, como pretexto para subirles nota de la asignatura, y cómo les comentaba los detalles y les alentaba a ser más explícitos a la hora de relatar sus relaciones afectivas y sexuales. Si accedían, les sumaba puntos. En ese momento, este profesor daba clases al final de la EGB y los primeros cursos de BUP, a alumnos entre 13 y 16 años, tal como refieren los estudiantes de la época. 

S. C. recuerda haberlo tenido en 8º de EGB y, como ella no era buena estudiante, este le propuso subir nota con el diario. “Yo escribí lo típico, lo que hacía durante el día”, recuerda. Pero cuando Linares lo leyó, le dejó claro que no era aquello lo que había que escribir. “Me dijo que el diario tenía que hablar de los novios, de si me daba besos en la boca, si me tocaban las tetitas. Yo lo miré y me fui. Y el episodio se quedó ahí”, relata esta mujer de 44 años.  

Pero Raquel R. no tuvo esa suerte. Su pesadilla comenzó también a propósito de los diarios. Ella, que lo tuvo en BUP entre los años 1990 y 1992, accedió a hacerlo para subir nota, porque quería ser periodista. “Era mi sueño”, asegura. En su despacho, explica, Linares le pidió que hablase en esas notas personales de sus relaciones. “Mientras lo decía, ponía su mano sobre mi pierna y la iba moviendo para arriba y para abajo. Yo me quedé bloqueada”, rememora.

Ese tipo de tocamientos, en la privacidad de su sala, señala, se repitieron en otra de las habituales tutorías. “Iba tocando hasta llegar a la ingle”, explica. Una tercera vez se dedicó a acariciarle la espalda. Pero su relación con Linares se torció cuando ella se negó a escribir más el diario. Él, asegura Raquel, lo vivió como si le hubiesen desafiado y la emprendió contra ella. El acoso que vendría a partir de entonces fue una represalia por su rechazo. “Me dijo que no iba a llegar a nada en la vida, que no valía para nada”, relata.

Poco después, al quedarse ella prendada de un chico, Linares le exigió detalles. “‘Si no quieres que lo sepan tus padres, cuéntamelo todo’, me decía”, recuerda Raquel R. La situación llegó al punto de que Linares les siguió, a ella y a su pareja, ambos adolescentes, cuando salían del colegio para estar un rato a solas.

Una de las dos veces que lo hizo, relata Raquel R., fue después de una fiesta en un bar, con los amigos de clase. A sus 16 años, ella y su novio se fueron a un lugar cercano, para estar de nuevo a solas. Al volver al colegio, Linares la citó a su despacho. “Me quedé aterrorizada cuando me devolvió un objeto personal, envuelto en un clínex. Era una cadena que habíamos perdido en aquel lugar”, cuenta. “Seguramente nos había estado mirando. Ese día no me tocó, pero amenazó con contárselo a mis padres. Yo estaba temblando”, recuerda.

Con ese terror, la amenaza de que Linares le contase sus relaciones afectivas a sus padres, tuvo que convivir ella durante meses. En total, los abusos y acoso duraron dos cursos. “Jesús Linares me acosó, me humilló y me marcó la vida”, resume hoy esta mujer que, como la mayoría, decidió alzar la voz y hacer público su testimonio para respaldar a Palomas.

Una amiga suya, S. R., recuerda situaciones en las que estaban ambas, como un día en clase en que les llamó “aprendices de prostitutas”. U otra escena en que Linares le hizo a Raquel un comentario sobre sus pechos. Ella le soltó: “Usted es un cura”. Y él, según ambas, respondió: “Y un hombre”. 

Pero S. R. también sufrió tocamientos y acoso ella sola, en el despacho de Linares. Además de las numerosas ocasiones en las que él le tocaba manos y brazos, recuerda la que fue su última tutoría con él. Como siempre, en su diminuto despacho con una puerta y dos sillas. “Yo ese día no estaba fina. Me sentó sobre sus piernas, en su regazo. Me empezó a tocar los brazos, me metió una mano por la manga corta y la sacó por la otra manga, y me frotaba la espalda”, relata, todavía hoy con la voz quebrada. “Me dijo que aquello no podía salir de allí y no salió, porque yo no quería suspender”, sentencia.

Para S. R., y para otros exalumnos, Linares era un gran manipulador. Se presentaba ante los niños y adolescentes como una persona en quien confiar. “Pero te machacaba, te hacía sentir que no eras nadie y te metía en un pozo del que todavía estoy saliendo”, comenta esta mujer de 45 años.

Denuncia a dirección: “La institución fue consciente”

Elena López recuerda que cursaba 3º de la ESO, en los años 95 o 96, cuando contó a la dirección, de la mano de su padre, que Linares la había acosado, manoseado y se había frotado contra ella en un aula. 

“Nos quedamos a solas en una clase y me agarró por detrás y me cogió fuerte los pechos. Me quedé pálida, sin poder reaccionar. Yo notaba como él tenía una erección y noté su aliento o su saliva en el cuello… Por suerte, la puerta estaba abierta y se escuchaba ruido del patio. No sé cuánto tiempo pasó, solo sé que salí llorando y descompuesta al patio”, relata.

Lo contó en casa y, según refiere, se citaron con el director de La Salle Montcada para denunciarlo. “Yo puedo constatar que la institución fue consciente. Yo estuve allí, con mi padre. Montamos un pollo y le contamos todo lo que había pasado”, remarca Elena. La respuesta del director, prosigue, fue que había sido un “malentendido” y la trasladaron a otra clase para que no lo tuviese de profesor. “Me dijeron que el hermano estaba dolido, que no era su intención”. 

Una portavoz de La Salle ha explicado que la institución desconocía por ahora los casos que se relatan en esta información y asegura que se continuará con la investigación interna abierta para aclarar los hechos. Tampoco tienen constancia de la queja que presentó Elena a la dirección. Hasta la fecha, la institución ha reiterado sus disculpas a todas las víctimas y ha asegurado estar dispuesta a colaborar tanto a través de una investigación interna como llevando las nuevas informaciones a la Fiscalía, tal como hizo la semana pasada.

18 años de acceso privado a los niños

Según el relato de los nueve testimonios recabados para este reportaje, Linares tuvo acceso a los niños y niñas de La Salle Montcada durante 18 años con total privacidad. Durante su etapa como profesor, usó su despacho. Y más adelante, en edad de estar jubilado, lo hizo a través de la enfermería. 

La primera víctima conocida en La Salle Montcada fue Sandra, en el curso 1987-1988, solamente un año después de la llegada de Linares al colegio. Todavía no usaba los dietarios, pero sí citaba a las alumnas a su despacho. “Mis tutorías llegaron a durar una hora”, recuerda Sandra, que hoy tiene 49 años. Entonces tenía 14 y cursaba 1º de BUP. 

“Te encerraba y te preguntaba cosas de tu vida privada. Si tienes novio, qué haces los fines de semana…”, explica. “Las manos las colocaba en mis piernas e iba subiendo… Cada vez era más intenso y tú te retirabas con la silla hacia atrás, pero chocabas con la pared”, describe. “También llegó un momento en que cogía mis manos y las ponía en sus piernas”. Aquello se convirtió en algo habitual, una tutoría que tenía que afrontar cada tres semanas. Pudo pasar una decena de veces, rememora.

Todo esto hizo que la entonces adolescente abandonase abruptamente La Salle Montcada un solo curso después de empezar allí BUP. No contó los motivos a sus padres y se apuntó a un instituto. Más de 30 años después, al leer el nombre de Jesús Linares, se puso a llorar. “Todo lo que siempre pensé era cierto”, se dijo por fin. Hasta entonces le había quitado hierro. “Eso me pasó y fue realidad”, insiste.

Una década después, los exalumnos sitúan a Linares fuera de la docencia en Montcada, en edad de jubilación, pero entonces a cargo de algunas catequesis y también de la enfermería. Cabe recordar que en 2003, cuando regresó a La Salle Premià de Mar, con más de 70 años, también se puso al frente del botiquín y con esa excusa realizó tocamientos a niñas. 

La enfermería de La Salle Montcada era una pequeña caseta de pocos metros cuadrados. “Él se pasaba allí mucho rato”, recuerda Alba (nombre ficticio), que estuvo del año 1991 a 2007 en la escuela. “A menudo íbamos porque era fácil fingir y te mandaba a casa”, explica. En 6º de Primaria, recuerda que hizo eso mismo y Linares quiso ponerle el termómetro y le pidió que se quitase la camiseta y se quedase en top.

Jesús Linares tiene actualmente 90 años y vive en una residencia de La Salle en Cambrils. “Hace no tanto, con las amigas comentábamos que solo esperábamos el día en que nos dijesen que había muerto. Ir al entierro y escupir sobre su tumba. Es triste y da vergüenza pensar así, lo sé”, sentencia Raquel. 

Si tienes información sobre casos de abusos y quieres facilitarla de forma segura puedes escribirnos a pistas@eldiario.es

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