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Del barrio a la fábrica (y 3)

València —
6 de septiembre de 2025 01:57 h

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En la quiebra de la dictadura franquista y la conquista de la democracia, el protagonismo de las mujeres fue una realidad que atravesaba todo el activismo vecinal y merece un artículo específico. Obliga a adoptar una perspectiva que nos sitúa entre la paradoja y la contradicción sobre los roles de género en las clases trabajadoras de la década de 1970. El PCE y los demás partidos políticos de la izquierda antifranquista ponían en práctica una división del trabajo político en función del género, que respondía a una asignación patriarcal de los espacios sociales: el laboral de la fábrica para los hombres y el vecinal del barrio para las mujeres. Era un reflejo del ideal del bread winner: los varones ganaban el pan para la familia mientras las mujeres cuidaban del hogar y la prole. Esta rígida atribución de roles era a su vez la proyección de una divisoria secular que otorgaba a los hombres las funciones políticas de la vida pública y a las mujeres el dominio de la privacidad doméstica. Las políticas de la Falange y la Iglesia nacionalcatólica para las mujeres procuraban asegurar este encierro subordinado de las mujeres en el espacio doméstico de los cuidados. Este encierro femenino en el espacio doméstico de los cuidados generaba una profunda e injusta asimetría en las relaciones de género. La antropología cultural nos dice que el protagonismo femenino en el denso tejido de las relaciones cotidianas de barrio y, en consecuencia, en las asociaciones vecinales, nos sitúa en un terreno intermedio que facilita la transgresión de esta rígida asignación de roles. Otros y otras atribuyen ese protagonismo de las mujeres a una simple cuestión práctica: eran las mujeres las que disponían del tiempo y habilidades que requerían las reuniones, campañas a domicilio, en los comercios y mercados, en las protestas ante las autoridades municipales. Las feministas de la década de 1970 discrepaban: al utilizar asuntos inmediatos de los barrios que sufrían y afectaban a las mujeres de clase trabajadora en el cuidado de niños y ancianos, como los problemas de salubridad o seguridad, la falta de guarderías o de semáforos que evitasen atropellos, ¿no se estarían reforzando los tradicionales roles de género, en lugar de cuestionarlos? Manuel Castells (2008) habla en cambio de un “feminismo práctico” en el movimiento vecinal:

… es decir, la verificación en la lucha cotidiana de que, en muchos casos, eran las mujeres las que llevaban la organización, las que movilizaban, las que aseguraban las reuniones y llevaban las cuentas. En cierto modo, eran las verdaderas dirigentes del movimiento, aunque luego siempre aparecían los hombres como líderes (…). En muchos casos, observando la práctica de las mujeres, los hombres cambiaron de actitud (…). En otros casos no cambiaron, e incluso enviaron a las mujeres a casa, lo cual trajo considerables problemas internos y buen número de separaciones matrimoniales. En suma, la transformación de la mentalidad de las mujeres, que hoy se manifiesta en todos los aspectos de la vida española a través de un cambio profundo en las relaciones de género, empezó hace décadas en los movimientos sociales y muy particularmente en el movimiento ciudadano.

Efectivamente, el activismo de las mujeres de los barrios de clase trabajadora en el movimiento vecinal posibilitó su acceso a nuevos aprendizajes y discursos considerados transgresores, la adquisición de un saber crítico y autónomo sobre el funcionamiento de las instituciones y la capacidad de expresarse sobre contenidos y formas de lucha. Tuvieron un protagonismo fundamental como hacedoras de los lugares de vida de los barrios, desarrollando un importante papel como agentes activos de la comunidad. Este protagonismo no suele reflejarse en las publicaciones ni documentos de la época, de modo que los testimonios orales de mujeres son una fuente imprescindible para escribir la historia y recoger toda la amplitud, complejidad y diversidad de experiencias que conformaron el movimiento vecinal en Valencia.

Las mujeres en el movimiento vecinal de Valencia

En los años setenta se conformó en muchas ciudades españolas un movimiento ciudadano que nacía de las reivindicaciones más elementales, por la mejora de la vida en los barrios y que adquirió un alto contenido político de lucha antifranquista. En Valencia, la destrucción de viviendas por efecto de la riada de 1957 y la creciente inmigración habían acelerado la construcción en la periferia de barrios como Fuente de San Luis, Benicalap, Rascanya, Torrefiel u Orriols, sometidos a la especulación inmobiliaria, espacios sin infraestructuras, sin unas mínimas condiciones de habitabilidad. Las Asociaciones de Vecinos podían constituirse con arreglo a la Ley 191/64 de 24 de diciembre, de Asociaciones. Otra de las vías posibles era acogerse a la legislación sobre Asociaciones de Cabezas de Familia, a partir de 1968. El movimiento vecinal valenciano inició su andadura desde los núcleos originales de estas últimas, donde la oposición democrática fue infiltrándose. Además de las asociaciones de vecinos y de cabezas de familia, conformaban el movimiento ciudadano otras formas organizativas como grupos de vecinos, asociaciones de calle, centros sociales, grupos parroquiales o comisiones de barriada promovidas por organizaciones de la izquierda. Los partidos de oposición a la dictadura, especialmente el PCE, impulsaron el activismo en el denominado frente de barrios. Otros partidos como el Movimiento Comunista (MCE), la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), Bandera Roja (BR) o el Partido del Trabajo (PTE), así como sectores católicos progresistas de las HOAC y las JOC, participaron en el movimiento vecinal. Se trataba de luchar por corregir carencias básicas e inmediatas, pero también por la democracia municipal y la descentralización del aparato del Estado, incluso por reivindicaciones como el uso normalizado del valenciano.

El movimiento vecinal estaba lógicamente formado por organizaciones mixtas de hombres y mujeres, dificultando la visibilidad del activismo femenino en los barrios y contra la dictadura. Aunque se ha llegado a hablar de una naturaleza matriarcal del movimiento, el propio lenguaje oculta la participación femenina, al servirse del neutro “vecinos” para referirse al sujeto de sus actividades. Precisamente promover la movilización femenina por la vía de invitar a las mujeres de barrio, de familias obreras en su mayoría, a participar en el movimiento vecinal, fue una de las herramientas y objetivos del Movimiento Democrático de Mujeres (MDM), una organización creada en el entorno del PCE a mediados de los años sesenta y en Valencia en 1969. El activismo femenino en el denominado «frente de barrios» era un medio para la toma de conciencia sobre la capacidad de acción femenina en la sociedad, en un entorno cercano como el barrio, por unas condiciones de vida decentes.

El colectivo femenino, asignado por mandato de género a cuidar y proteger la vida, mantenía una estrecha relación con los temas relacionados con el consumo, la carestía, las condiciones de las viviendas, la falta de ambulatorios y plazas escolares, y otros muchos problemas que las clases populares sufrían en los barrios. Una de las imágenes más repetidas durante la Transición fue la de las comisiones de mujeres de los barrios con los niños dirigiéndose al Ayuntamiento, demandando plazas escolares, guarderías o servicios sanitarios. Con estas acciones se vinculaba el mundo de la política con la sociedad civil, iban más allá del ámbito de lo privado y doméstico.

Desde el merecido reconocimiento personal, pero sin olvidar que hablamos de un fenómeno colectivo de gran amplitud, podemos recordar la actuación de mujeres como Josefina Arlandis y Teresa Maiques en Malvarrosa, Catalina Socías en Natzaret, Josefa Ortega en Burjassot, Amparo Martínez en Orriols, Encarna Moya en la Fonteta de Sant Lluís, Asunción Marco en el barrio del Botánico, o Rosalía Sender en el Distrito Marítimo.

Los poblados marítimos de Valencia (Nazaret-Grao-Cabanyal-Canyamelar-Malvarrosa) fueron desde el siglo XIX, además de barrios de pescadores, el área industrial y comercial de Valencia por su vinculación al puerto. Pero el movimiento vecinal de los años 1970 no se localiza en estos barrios más tradicionales, sino en sus extremos Norte y Sur, en Malvarrosa y Natzaret. Ambos eran barrios de inmigración con bloques de viviendas de regular calidad y también áreas de chabolas que fueron desapareciendo. En el movimiento vecinal de Malvarrosa han destacado Josefina Arlandis y Teresa Maiques. En el capítulo dedicado al barrio y la huelga de astilleros de 1974 de Rutas de la Memoria Obrera (FEIS, vol. 1, 2023), dedicamos un apartado a la participación de las mujeres en el conflicto con reseñas biográficas.

Nazaret es el barrio que surgió en torno al antiguo Lazareto de la ciudad, ubicado junto a la playa al sur de la antigua desembocadura del Turia para recluir en cuarentena a los viajeros procedentes de zonas con epidemias endémicas. El Plan Sur tuvo consecuencias catastróficas para el barrio que continúan en la actualidad, al quedar atrapado y supeditado a la ampliación del puerto: perdió la playa, quedó rodeado por vías de transportes pesados y peligrosos, a la par que sufría la contaminación del aire y las aguas por las industrias químicas cercanas. En este lugar condenado, con un importante aporte de población migrada en los años 60 y 70, surgió un potente movimiento vecinal que no se resignaba a las habituales carencias de estos barrios de la periferia en la dictadura ni a perder su identidad. Una de las protagonistas de este activismo fue la mallorquina Catalina Socias Picornell, monja seglar que llegó en 1973 al barrio con su hermano Damián, el cura del barrio. Su historia, que recoge el periodista Enric Llopis en su libro ¡A la huelga! en 2023, cuando Catalina tenía 87 años, es un ejemplo de la actuación de los “cristianos de barrio”, muy pegados al compromiso con las personas más pobres, viviendo sus experiencias y necesidades. Ha sido un compromiso, por otra parte, muy “horizontal” y refractario a entrar en organizaciones jerarquizadas como sindicatos o partidos. Curas obreros y monjas seglares encontramos en los barrios más marginales como Natzaret, Malvarrosa, Orriols, Sant Francesc en Manises o el Barrio del Cristo en Aldaia/Quart.

Josefa Ortega trabajaba en el ramo de la limpieza que dio inicio a la huelga general solidaria de los hospitales de Valencia en mayo y junio de 1976. La coordinadora de hospitales en huelga consiguió la adhesión de muchas asociaciones vecinales con el lema “Una sanidad para el pueblo”. La historia de Josefa Ortega muestra el tejido solidario y cómplice entre mujeres que, en los intersticios entre la clandestinidad política y la privacidad de las historias familiares, se transmite de la generación de posguerra a la más joven que podríamos llamar “del 68”. Josefa formaba parte de una amplia familia matriarcal perseguida por colaboración con la guerrilla en Jaén, desde donde emigró a Valencia en la década de 1950. Fue “mujer de preso” político por la condena de su marido a pena de prisión en Burgos en 1959, fue emigrante durante cuatro años en Francia y, a su vuelta, se empleó en la contrata de limpieza de la recién inaugurada Ciudad Sanitaria La Fe y, siguiendo las indicaciones del PCE, entró con un pequeño grupo de compañeras militantes en la Asociación de Amas de Casa Tyrius de su pueblo, Burjassot. Tyrius respondía a un concepto de mujer dedicada a “sus labores” que las comunistas trataron de cambiar hasta llegar a escindirse para fundar la Asociación Los Silos, con más de 300 socias. En las elecciones municipales de 1979, Josefa Ortega fue elegida teniente de alcalde por el PCE.

Amparo Martínez, militante del PCE, del Movimiento Democrático de Mujeres desde 1972 y activista vecinal en la Asociación de Vecinos de Orriols, barrio del extrarradio de la ciudad que creció en edificios de construcción barata para acogida de migración interior. Las infraestructuras y servicios llegaron con las luchas y reivindicaciones por parte del activismo antifranquista en el movimiento vecinal. Como en casi todos los barrios periféricos de Valencia, faltaba transporte público, escuelas, zonas verdes, centros de ocio, semáforos, de mercados. El trabajo en barrios era específico, relacionado con los problemas sentidos en los barrios. En Orriols, se desarrollaron luchas importantes, campañas sobre la carestía de la vida, por la falta de escuelas, por instalación de semáforos. También, se planteaba la necesidad de que las mujeres tuvieran voz, capacidad de decidir, independencia económica, reivindicaciones específicas de género, por el derecho al aborto. Para Amparo, el trabajo en el movimiento vecinal tenía una gran importancia, era un espacio que aglutinaba gente del barrio para luchar contra la dictadura y organizar frentes de trabajo en función de jóvenes, mujeres, estudiantes, etc. Además, el barrio podía escapar del férreo control dictatorial, si se aprovechaban al máximo las posibilidades legales que existieran.

Rosalía Sender militó en la asociación del Distrito Marítimo que tenía su sede, en la calle Marino Albesa. Rosalía era hija de exiliados políticos aragoneses en Francia, donde estudió empresariales y empezó a militar primero en la JSU y luego en el PCE. Volvió a España a establecerse con sus dos hijos y su pareja Antonio Palomares, dirigente de los comunistas valencianos, en 1967. Rosalía dedicó buena parte de su esfuerzo militante al Movimiento Democrático de Mujeres (MDM). Las militantes del MDM procuraron movilizar desde las asociaciones vecinales a las mujeres de los barrios. En su libro de memorias Luchando por la liberación de la mujer, Valencia 1969-1981 (2006) cuenta el trabajo capilar de militancia, puerta por puerta en muchas ocasiones, haciendo encuestas sobre las necesidades del barrio o recogiendo firmas para reivindicaciones concretas, para implicar a las vecinas en las reivindicaciones de los barrios. La adquisición del llamado Jardín de Ayora para uso público fue la conquista en la que unieron al vecindario de su Distrito, en particular a las mujeres para disponer en él de un parque y guardería. Resulta significativa en particular su explicación sobre la formación de Vocalías y Comisiones de la Mujer, a la que se resistían los compañeros. Alegaban que sería como crear una Sección Femenina en las asociaciones, a lo que respondían Rosalía y sus compañeras del MDM que sólo así entenderían como una conquista propia como mujeres las reivindicaciones por las que la asociación las sacaba de casa y de su vida privada, lo que a su vez haría que permaneciesen en la lucha. A día de hoy puede parecernos esta una extraña diatriba que solo se entiende si nos situamos en el contexto cultural de la década de 1970, con la impronta de 40 años de dictadura que, en una feroz reacción contra los avances republicanos, había condenado a las mujeres a estar recluidas en el hogar y subordinadas a los varones de la familia. La participación en la lucha de los barrios fue un factor de ruptura con esta pesada losa, de avance para ellas como protagonistas y para toda la sociedad.