Gobierna el socio traidor

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El triunfo del socio que no lo es. Ya ha llegado el 29 de siete meses después. En el ecuador de la legislatura, la Comunitat Valenciana tiene aprobados unos presupuestos que van más allá de lo que contemplaba el pacto de investidura, pese a que Vox dejó el gobierno mucho antes de pensar en estas cuentas. El partido de ultraderecha gobierna la Generalitat desde Madrid sin someter la candidatura a ninguna votación. Santiago Abascal ha impuesto su retrogrado marco ideológico al PP, que un día ya lejano buscó el centro y la valencianía. De eso hace mucho y queda poco. Tanto que Abascal cuando mira al pasado de los populares solo se le ocurre decir que Francisco Camps es catalanista. A la acientífica persecución a la lengua de amplios sectores de la derecha solo le faltaba la opinión del experto llegado a caballo. Ese que nunca habrá oído hablar en algo distinto al castellano a sus subordinados valencianos. A las tramposas e innecesarias votaciones impulsadas por la Conselleria de Educación se le ha sumado la coartada de los presupuestos para que los populares crucen otra línea y ataquen los derechos reconocidos por el Estatut d'Autonomia.

Las cuentas valencianas son las únicas aprobadas por la UTE que gobierna la mayoría de las autonomías, aunque por un paripé Vox decidiera subcontratar su presencia en los ejecutivos. Y no es casualidad. En ningún sitio pueden lograr lo que sacan de la Generalitat. La subcontrata en la Comunitat Valenciana no solo les sale gratis, es que cobran todo lo que quieren porque les hagan el trabajo. En ninguna otra comunidad se atreven ni siquiera a pedir lo que les regalan los populares valencianos. El acelerado pacto que hizo presidente a Carlos Mazón podía parecer un acuerdo de máximos pero ahora al leerlo queda en migajas. El PP ha regalado a su socio el gobierno de más de cinco millones de valencianos para mantener a uno de ellos en su cargo. Aunque para ello haya que estrangular a la Acadèmia Valenciana de la Llengua (porque Vox odia la lengua y al PP le da igual, salvo honrosas excepciones) o pasar por encima de los agentes sociales (porque en el mundo ideal de Vox no existirían y en el del PP solo servirían para hacerse fotos con ellos, como durante tanto tiempo han hecho sus presidentes con los responsables de la patronal).

La subordinación ideológica saca lo peor de los populares y arrincona a quienes también desde el PP creen en la política para mejorar la vida de los ciudadanos, en la mayoría de los casos, desde las pequeñas administraciones que gestionan los militantes de base. El laboratorio reaccionario en el que se pretende vivir criminaliza migrantes, olvida la memoria, persigue la diferencia y castiga la cultura. El camino, plagado de gestos del socio, sirve igualmente de coartada para el neoliberalismo que, por ejemplo, perdona dinero a las eléctricas para indignación de pobres energéticos (muchos, sorprendentemente votantes de la pinza gobernante) e, incluso, de compañeras de partido como la extremeña Guardiola, que entiende que no se puede permitir eliminar impuestos a grandes compañías si quiere reclamar con rigor dinero al Gobierno de Sánchez. Otros ven claro que la demagogia y el orgullo mal entendido no pagan facturas. Tanto que obligan a paralizar proyectos públicos. Esos en los que se cree poco, más allá de algún discurso.

Ya hay presupuestos, con sesión maratoniana y prisas para no que no llegara el día 29 y su consiguiente manifestación. Ahora falta saber quién los ejecutará y cuántos meses se cumplirán de la dana sin que nada cambie. Se acerca el congreso de Feijóo mientras la calle y la demoscopia señalan el camino. En realidad, apuntan el final, porque el camino, como el presupuesto de la Generalitat, lo marcarán desde Madrid. Habrá que ver en qué porcentaje decide cada socio y cómo se sigue viviendo en València si, incluso en la celebración por un ascenso futbolístico, se pide la dimisión del President. Alguien se puede encontrar con este ambiente de protesta, un grupo parlamentario dividido, un socio envalentonado y un balcón del Ayuntamiento que quema. Eso sí, con los presupuestos de 2025 aprobados.