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La biblioteca, el bien más preciado en época de exámenes: “Suelo quedarme 12 horas diarias para no perder mi sitio”

Estudiantado en una de la bibliotecas de la Universitat de València

Leila El Moudni Guerrero

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Todos, alguna vez en la vida, hemos pospuesto la obligación de sentarnos en la mesa y empezar a asimilar conocimientos que creíamos inservibles o difíciles de memorizar a escasos días de enfrentarnos a la prueba final de una materia. En esta época tan crítica, donde el estudiantado se debate ante el reto de lograr cumplir ese eslogan de “un cinco son seis créditos”, las salas se llenan de diferentes personalidades, grados y edades con un mismo afán.

Hay quienes prefieren sentir adrenalina y, como si de un juego de simulación se tratara, intentan salvar el cuatrimestre las 24 horas antes. En contraste, hay quienes, desde meses atrás, no se separan de estos edificios llenos de libros que casi nadie suele curiosear. “Es como mi segunda casa”, confiesa Ainhoa T., estudiante de Filología Catalana en la Universitat de València (UV).

Siempre que inicia un nuevo curso académico, la estudiante sabe que sus tardes consistirán en habitar en la biblioteca de Humanidades Joan Reglà hasta el momento de ir a cenar, las 21.00, horario de cierre habitual antes de las semanas de exámenes: “Sé que ya me tengo que ir a casa porque nos avisan por megafonía con música mainstream del momento, e incluso puedes solicitar cuál quieres que suene ese día. Me parece una iniciativa motivadora”.

“Antes de los meses de diciembre-enero y mayo-abril, cuando aún no piden tu tarjeta de alumno para poder acceder al recinto, suele haber multitud de estudiantes de bachillerato de colegios concertados y privados que dejan sin sitio a los propios universitarios”, explica Ainhoa. Con ello, varios opositores hablan entre sí y comentan a sus compañeros que acceden al recinto con su tarjeta de identificación caducada: “Por probar no perdemos nada”.

Según la página web del Servicio de Bibliotecas y Documentación de la UV (SBD), la de Humanidades dispone de 638 sitios de lectura; 126 puestos de trabajo en grupo; y 8 cabinas de estudio. Sin embargo, son insuficientes, ya que solamente en las facultades del Campus de Blasco Ibáñez hay matriculados 14.787 alumnos, tal y como expone el Anuario de Datos de la Universitat de València.

En líneas similares, en este campus existen dos bibliotecas más: la de Ciencias de la Salud Pelegrí Casanova y la de Psicología y Deporte Joan Lluís Vives, con 408 y 452 puestos de lectura, respectivamente. Con ello, estas cifras no cubrirían la demanda del estudiantado que durante exámenes suele apostar más por estos centros. En el caso del Campus de Tarongers, la Biblioteca de Ciencias Sociales Gregori Maians (más de 1.110 sitios) y la Biblioteca de Educación Maria Moliner (292 puestos de estudio) son las protagonistas. El número de matriculados en carreras de este campus asciende a 38.603.

“Suelo levantarme a las ocho de la mañana para encontrar sitio porque es todo un reto. Me paso todo el día hasta que llega la noche, e incluso hay veces que me he quedado en el horario nocturno porque necesitaba más tiempo de estudio. Es cierto que mis compañeros y yo hacemos varios descansos para poder afrontar esas doce horas en las que no nos movemos por temor a que nos dejen sin espacio”, explica Ainhoa.

Hay asientos que carecen de dueño, solamente hay libretas u hojas de papel. Las bibliotecarias vigilan e intentan que, pasados 30 minutos, esos sitios queden libres para otros estudiantes que intentan aprovechar cualquier oportunidad. “Cuando hay un post-it en la mesa y alguien te la ha quitado, es porque has excedido el límite de descanso. Lo hacen para que la gente no reserve sitio a sus amigos y aquellos que estén en el recinto tengan oportunidad de estudiar”, dice Ainhoa.

Protagonismo de bebidas edulcoradas y comida instantánea

“El silencio absoluto no existe ni en los ambientes más tranquilos”, decía John Cage, músico y compositor, que afirmaba que hasta en una cámara anecoica hay sonidos sutiles a los que no prestamos atención. Las bibliotecas tampoco están exentas de sonidos de ambiente: estudiantes con cascos insonorizados hacen frente a aquellos que preguntan dudas a sus compañeros o los que deciden sacar, de forma clandestina, las mal llamadas bebidas energéticas o cafés instantáneos. El chasquido de las latas no pasa desapercibido y resuena entre el armazón de la biblioteca. A pesar de estar prohibido ingerir líquidos que no sean agua, hay quienes se atreven a tomarse uno de estos productos para “mantenerse activo”.

En el exterior, las papeleras avisan a todo aquel que pase por delante de que las horas de sueño y el estrés han tomado el protagonismo de la realidad del estudiantado: “Me tomo alrededor de dos o tres cafés de envase al día”, confiesa Tania (nombre ficticio). Como ella, cientos de universitarios salen al descanso para tomar su dosis de cafeína y azúcares añadidos. Solamente con una ingesta de 250 mililitros el cuerpo estaría asimilando un total de 28 gramos, cifra que supera los 25 gramos al día que aconseja la Organización Mundial de la Salud (OMS).

En el caso de la cafeína, según la Autoridad de Seguridad Alimentaria (EFSA en sus siglas en inglés), la ingesta 400 miligramos al día (en torno a 3 mg por kilo de peso corporal (mg/kg pc) no supondrían un perjuicio para la salud de los consumidores. Sin embargo, si esa cantidad no se fracciona a lo largo de la mañana y la tarde, podría provocar aceleración cardiovascular, ansiedad o excitación.

Los hábitos saludables es algo que decae durante este período. Hay quienes se preparan tuppers con alimentos nutritivos y otros que adquieren comida preparada porque aseguran “no tener tiempo”. En el exterior, tanto de la Biblioteca María Moliner como de la Joan Reglà, cientos de platos precalentados se asoman entre aquellos que priorizan las horas de estudio frente a su salud alimentaria.

Ainhoa T. explica que hay quienes también prefieren abrir un paquete de papas o chuches en el interior de la biblioteca: “Si las latas están prohibidas, la comida más aún. No respetan a las personas de su alrededor y suelen hacer mucho ruido y dejar restos en la mesa”.

Préstamos y horario extraordinario

Los fines de semana en período de exámenes, la Biblioteca Gregori Maians ofrece un servicio de autopréstamo para aquellos que deseen devolver un libro o recogerlo. En el caso de la Biblioteca María Moliner, este servicio termina el sábado a las 13:30 horas. Según las estadísticas del Servicio de Bibliotecas y Documentación, los préstamos y renovaciones en 2023 descendieron a un total de 299.363, un 3,06% menos que en 2022.

José Javier Valverde Ruiz, ayudante de biblioteca en la María Moliner, declara que los préstamos suelen ser escasos en época de estudio: “La gente ya no saca bibliografía. Dedican su tiempo exclusivamente a estudiar”. A ello, añade que los únicos percances que ha habido en este espacio han sido robos de portátiles: “La gente se confía en que sus pertenencias van a seguir en su sitio cuando van al baño o salen fuera. En la biblioteca hay carteles que avisan de que cada uno tiene que recoger sus cosas. Ofrecemos candados para los que quieran atar sus objetos de valor”.

Se acercan las doce de la noche y pocos valientes se animan a seguir estudiando. El silencio ensordecedor se manifiesta con los bolígrafos. Hay mesas intactas y vacías. Ningún estuche ni libreta, que contrasta con las horas puntas de la tarde en las que el estudiantado espera la oportunidad de cualquier hueco vacío para ganar la carrera. Una funcionaria comenta que hay algunos que vienen con pijama, pero nada “fuera de lo normal”. Las encargadas del servicio de vigilancia nocturno, contratadas por una empresa externa, pasan su tiempo rellenando crucigramas o hablando entre ellas.

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