Raúl Incertis, anestesista y médico de urgencias en Gaza: “Reutilizamos las jeringas en otros pacientes porque escasean los recursos”

“Es un exterminio industrial”. Así es como lo cataloga Raúl Incertis, anestesista, médico general valenciano y primer evacuado español en salir de Gaza el pasado octubre de 2023, momento en el que Israel ordenó a la población desplazarse al sur de la franja y el Ministerio de Sanidad palestino les insistió a los trabajadores extranjeros en abandonar la zona por su seguridad. Cuenta que sentía que estaba en deuda con los gazatíes por haberle ayudado a escapar durante la incursión de Hamás a Israel, y que su alma se había quedado anclada allí, por lo que decidió volver a socorrer a la población: “Volvimos a casa de una pieza en esas tres semanas gracias a los conductores de Médicos Sin Fronteras y civiles palestinos. Se arriesgaban a traernos comida hasta la base donde estábamos refugiados”.

En una entrevista telefónica con este medio, el facultativo ubicado en el hospital Nasser- el único operativo en el sur de la franja- habla sobre su día a día sobreviviendo junto a sus compañeros médicos- a la vez víctimas del conflicto-, el bloqueo total de ayuda humanitaria por el estado de Israel, la desnutrición generalizada, y la escasez de recursos materiales para anestesiar, curar o evitar el dolor postoperatorio, especialmente en niños y niñas. A su vez, asegura con total firmeza que, tras este escenario atroz de bombardeos, muertes y sufrimiento, no va a volver a vivir una situación parecida.

Incertis también quiere dejar constancia de que los cooperantes trabajan bajo “el paraguas de la ONU”, en su caso, pertenece a Glia, una asociación sin ánimo de lucro de Canadá que ofrece atención médica en zonas de bajos recursos. Su labor es rellenar, cada día, un formulario donde se recoge el estado de salud de las personas atendidas, de forma anónima, para mandarlo a la organización como documentos que acrediten a Israel como responsable de cometer crímenes de guerra, una de las violaciones más graves recogidas en el Derecho Internacional Humanitario (DIH).

¿Cómo es un día en el sur de Gaza siendo médico?

Pues vivo en el hospital, y lo máximo que salgo es a la calle a por un café en una especie de chabola. La mayor actividad es la atención a heridos. Por la mañana empiezas yendo a quirófano y ahí hay heridos que vienen directamente de puertas, o heridos que hay que amputarles los brazos, las piernas o que llegan con el abdomen perforado, y se deben operar al instante. Predominan niños y mujeres. También hacemos desbridamientos de pacientes que han pasado por quirófano días antes. Solemos turnarnos las horas. Siempre bajo a puertas para esperar a la ambulancia, y si llega rápido, es que lleva heridos que son críticos, y a quienes intubamos y les ponemos sangre. Cuando el número de heridos supera la capacidad del hospital lo llamamos evento de múltiples víctimas. Llevo dos noches sin dormir porque hay mucho trabajo que hacer durante esas horas.

Estoy muy contento por la labor de mis compañeros. Todos ellos me cuentan que han perdido a alguien. Para ellos esto no es un trabajo, es un deber porque les gustaría que les trataran así si el día de mañana les toca estar en la mesa de operaciones. Viven en tiendas de chabolas hechas con plásticos improvisados o en edificios derruidos de lo que han sido sus casas. Israel bombardea estos campos contantemente. En el hospital Nasser, hay cuarenta médicos aún secuestrados. Mi trabajo también es escuchar sus historias y llegan a abrirse conmigo por ser extranjero porque no quieren abrumar con más pena a sus paisanos. Se sienten abandonados por los países árabes y por Europa, pero están agradecidos con España por posicionarse a favor de terminar con la guerra.

¿Cuáles son las víctimas que más llegáis a asistir?

Civiles, concretamente mujeres y niños, y también hombres de mediana edad entre 25 y 30. Los pacientes suelen llegar con el cráneo aplastado, arrancamientos del tórax o partes blandas o amputaciones de ambas piernas o de brazos. Lo más frecuente son las perforaciones por metralla en abdomen y tórax. Nunca había visto esto y sé que jamás volveré a presenciar lo mismo. Lo más impactante es verlo en los niños. Los vecinos enseguida empiezan a sacar de los escombros a los heridos y llaman a la central de ambulancias del hospital. Los trabajadores de las ambulancias son un blanco fácil para el Ejército de Israel.

El pasado 15 de mayo se celebraron 77 años de la llamada 'Nakba' (catástrofe en árabe), día en el que el Ejército asesinó a un centenar de personas, la mayoría de ellas en el sur. ¿Habéis llegado a priorizar la vida de una persona frente a otra?

Sí, en situaciones de eventos de múltiples víctimas. En Jabalia (norte de la Franja de Gaza) tuvimos tres en un día. Tuvimos que escoger. Había pacientes que llegaban con signos vitales, pero las heridas de sus cuerpos eran incompatibles con la vida. Aquí les llaman hopeless cases (casos sin esperanza). Late el corazón, pero tiene una hemorragia cerebral entonces en esas situaciones los dejamos morir.

¿Quedan recursos sanitarios para seguir asistiendo a la población?

Hace dos meses que no entra nada. Lo hemos notado. Por ejemplo, aplicar más morfina de la que ponemos. Son operaciones muy agresivas, de amputaciones o de abrir abdómenes en canal. Lo que solemos hacer es cargar una ampolla de fentanilo o dos en una jeringa, y si solo usamos la mitad, luego la volvemos a reutilizar con otros pacientes. Es un peligro porque corremos el riesgo de que puedan infectarse por VIH o hepatitis, pero no podemos tirarla a la basura. Cuando un paciente sale del quirófano, le introducimos ibuprofeno intravenal o con diclofenaco. Aún podemos anestesiar, pero tras la operación pasan mucho dolor.

¿Cuántos sanitarios hay actualmente trabajando en el Nasser?

Somos tres o cuatro en anestesia, y ocho médicos extranjeros, contándome a mí. El jueves estuvimos todo el día y perdí la cuenta de los heridos que llegaban. Los fallecidos se me llegan a desdibujar.

Debido a la sobrepoblación herida y la escasez de plantilla médica y material, ¿cuál es el porcentaje de pacientes que logran sobrevivir?

Todo depende la cantidad de sangre que hayan perdido. Ahora estábamos con un chaval de 25 años con doble amputación de piernas, con el tórax y el abdomen perforados, y con mucha pérdida de sangre. Pero diría que entre el 20% y 30% que tratamos con este tipo de heridas. Somos el único hospital operativo en el sur de la franja, porque el Europeo (especializado en oncología) ha sido destruido.

Según la OMS, medio millón de gazatíes están al borde de la hambruna tras el bloqueo de entrada de ayuda humanitaria por Israel. ¿En qué está afectando la malnutrición generalizada?

Todos tienen desnutrición proteica. Todos los adultos y niños con los que tratamos están en los huesos. Recientemente, tres niños han fallecido por este motivo. Todos los pacientes están por debajo de su peso ideal, y esto supone un gran problema para la cura de las heridas porque les cuesta cicatrizar por la falta de vitaminas y proteínas. También afecta a la hora de reanimarlos con sangre.

Y en vuestro caso, el de los facultativos, ¿cómo reponéis fuerzas para afrontar jornadas tan duras e incesantes intentando salvar miles de vidas?

El hospital tiene un comedor y todos los días cocinan arroz o sopa de arroz con lentejas. Solemos alimentaros a base de eso. De vez en cuando también consumimos garbanzos. Y hay veces que conseguimos un poco de atún en lata. La carne y el pescado enlatado están muy caros en el mercado. Entonces nosotros sí que logramos comer un par de veces al día. Somos una población relativamente afortunada. Hambre no estoy pasando, pero echo de menos la proteína y el azúcar. No hay refrescos ni chocolate. Los compañeros gazatíes que trabajan conmigo tienen un cierto poder adquisitivo. Muchos de ellos hace tiempo que no cobran un sueldo, pero tienen ahorros. Sin embargo, solo comen bien cuando vienen al hospital. La mayoría tienen niños y se despiertan por la noche llorando porque tienen hambre y miedo por los bombardeos. Llegan agotados al trabajo. Gran parte de la franja es una población con un nivel socioeconómico bajo.

Es duro y complicado cuidar tu bienestar emocional en un lugar hostil donde los bombardeos resuenan a escasos metros y ves cómo las personas llegan a morir en tus propias manos. ¿Cómo logras gestionar todo ese ruido?

Tanto yo, como mis otros compañeros sentimos que estamos en un proceso de embotamiento afectivo y social. A nivel físico, si logro dormir estoy bien. Si estoy cansado, me derrumbo un poco. Cuando regrese a València, volverá a abrirse el dique de las emociones. En los pasillos lloran mucho y hay veces que te emocionas y se te saltan las lágrimas. Me sorprende que mis compañeros no insulten a los israelíes.

La resiliencia es uno de los principales muros de contención de la población gazatí. ¿Qué crees que los mantiene firmes en su lucha por la vida?

El principal factor es la fe en Dios y cuando se les muere un familiar lo agradecen- con la frase Alhamdulillah- porque para ellos simboliza que se ha terminado el sufrimiento de esa persona y que va a acceder a una mejor vida en el más allá. Y el segundo es que saben que todos son víctimas y es algo que les une como sociedad.