El físico y poeta Vicent Botella i Soler (Gata de Gorgos) y el filósofo Javier López Alós (Alicante) se conocieron en un viaje en BlaBlaCar. Este fue el germen de una amistad labrada a base de conversaciones e inquietudes comunes, que desembocaron en numerosos cursos impartidos y, finalmente, en el ensayo de divulgación crítica Por qué pensamos lo que pensamos (Arpa, 2025).
En esta obra los autores nos ayudan a entender cómo funciona nuestra mente y reflexionan sobre por qué creemos lo que creemos, cómo los sesgos y las emociones condicionan nuestras ideas, así como el papel de las redes, la precariedad o la mera fatiga en la forma en que interpretamos el mundo. Con ello, buscan hacernos más conscientes de los factores que influyen en la formación de todo tipo de decisiones y opiniones, desde las más cotidianas a las políticas, al tiempo que ponen en cuestión la racionalidad de nuestras sociedades.
En esta entrevista, López Alós y Botella reflexionan sobre el mercado de las “verdades” en la era digital, la importancia de la pausa y la duda, y la necesidad de crear las condiciones materiales y emocionales para poder pensar. En tiempos de posverdad, pantallas y opiniones a toda velocidad, detenerse a pensar se ha vuelto casi un acto de resistencia.
Con fenómenos como la “posverdad”,¿está perdiendo valor la verdad como criterio en los últimos tiempos?
Javier López Alós: En realidad, podría contestarse que quizá esté ocurriendo justo lo contrario: entre tanta incertidumbre, la verdad y la certeza se vuelven tan imprescindibles como objeto de deseo que cada cual puede reclamar la suya. Creo que hay una dimensión de esta transformación que no se tiene suficientemente en cuenta: la verdad se ha constituido en un asunto privado. En un mercado de verdades, consumo la que prefiero del mismo modo que hago con cualquier otro producto. Éste es el sentido último de las fake news, que se producen y dirigen a un mercado segmentado que encuentra en ellas lo que está buscando, confirmación de lo que piensa, sentido de pertenencia, certezas… Aunque sean certezas que “ratifiquen” sus peores temores. La contundencia de los “esto es así y punto”, con independencia de lo que en verdad ocurra, es un asidero tanto cognitivo como emocional.
Cuestiones como las del cambio climático tienen la dificultad de que no siempre se percibe la amenaza con suficiente claridad en el día a día, aquí y ahora
El sesgo de confirmación nos empuja a creer aquello que refuerza nuestras ideas, aunque no sea cierto. ¿Qué mecanismos psicológicos o culturales nos llevan a posicionarnos frente a evidencias como el cambio climático?
Vicent Botella Soler: Esto lo decimos mucho, pero es necesario recordarlo una vez más: pensar cansa, pensar tiene un coste energético. Ante un dilema o un conflicto, es normal empezar defendiendo o asumiendo la posición que suponga el menor coste energético (¡y emocional!) posible, asumir la posición más cercana o coherente con todo lo que yo ya venía pensando. Porque lo contrario, pensar esta cuestión de novo, a riesgo de darme cuenta de que he cometido errores, de que tengo que enmendar opiniones o pedir disculpas o revisar decisiones pasadas, tiene un gran coste cognitivo y emocional, así que procuramos evitarlo. Pero, ojo, cuando empecinarse puede tener consecuencias fatídicas, se activa a menudo el pensamiento crítico. Le tenemos que ver las orejas al lobo con mucha claridad. Cuestiones como las del cambio climático tienen la dificultad de que no siempre se percibe la amenaza con suficiente claridad en el día a día, aquí y ahora. Es el cuento de las ranas que mueren en la olla si se calienta el agua poco a poco. Nadie se haría el escéptico ante un tráiler de 27 toneladas a 90km/h en su dirección, nadie te negaría su existencia o la posibilidad de impacto.
¿Cómo influye el ecosistema digital —redes sociales, algoritmos, burbujas de opinión...— en la forma en la que pensamos y nos posicionamos ante la realidad?
JLA: A estas alturas, después de varias décadas de experiencia, parece que cualquiera puede estar de acuerdo en que la influencia es muy notable y en que su potencial dañino en la salud de las personas y en el funcionamiento social también (por ceñirnos a la pregunta, pues hay otros inconvenientes, como el coste energético y ambiental). Pues bien, del mismo modo que entendemos que han de protegerse ciertos ecosistemas naturales, también habría que plantear una regulación adecuada de los digitales. Además, es ya un asunto de salud pública: nadie consentiría hoy una cementera en mitad de un núcleo urbano porque sabemos que nos daña, ¿por qué hemos de admitir modelos de negocio que nos enferman como individuos y como sociedad?, ¿por qué aquí no se quiere intervenir?
VBS: Además, es curioso que lo que se vende como herramientas para promover la “conexión”, en realidad tienden a aislarnos socialmente y emocionalmente. Sabemos que el incentivo de los algoritmos que rigen las redes sociales es que los usemos y para eso se dedican a enseñarnos cosas que nos gustan. Crean lo que se llama una cámara de ecos, un lugar en el que solo recibimos versiones de nuestra propia voz, de nuestras propias ideas, sean las que sean, agravando así el sesgo de confirmación. Aún peor, nos da la sensación que “la mayoría” de la gente está de acuerdo con nosotros, pues eso es lo que nos muestra el algoritmo… Y luego nos sorprendemos cuando resulta que no es así.
¿Cómo se puede pensar críticamente en un mundo donde ya no está claro si lo que vemos o leemos es real? ¿Hay estrategias prácticas para filtrar, detenernos a pensar y no caer en automatismos?
VBS. La primera estrategia está en la propia pregunta: detenerse, pararse a pensar. La pausa reflexiva. Construir respuestas en vez de sencillamente reaccionar con la primera intuición. Y dudar, dudar de todo empezando por uno mismo. Contrastar informaciones, suspender el juicio sobre algo cuando uno no tiene información, asumir que nos equivocaremos a menudo y corregir cuando toque, sin que esto suponga una debacle emocional.
JLA. De todos modos, me parece que la defensa del pensamiento crítico, que es algo en lo que cualquiera estará de acuerdo y se ha convertido en un lugar común, pasa por la defensa de las condiciones materiales que lo hagan posible...
Las dinámicas de producción y consumo acelerados son demoledoras para el pensamiento
¿Te refieres a la cuestión de la precariedad?
JLA. Durante años, me he dedicado mucho a pensar la cuestión de la precariedad y su relación con la vida intelectual, y las dinámicas de producción y consumo acelerados son demoledoras para un pensamiento que no lo fíe todo a la magia del márquetin o a las malas artes del compadreo. No me refiero ahora exclusivamente a los casos de precariedad material más evidente, también le ocurre a profesionales asentados: proyectar a largo plazo no es sólo que se dé de bruces con el principio de competitividad y la presencia constante, es que, mucho más grave, se da de bruces con las condiciones de vida de todo el mundo, ya escribas, leas, seas artista o hagas ciencia. Es, por tanto, un lujo. Sin resultados rápidos y palpables, es casi imposible. La compulsión de intervenir públicamente, de tener algo que decir, cada vez tiene menos que ver con la vanidad y más con la necesidad de supervivencia material (esos euros que te llevas) y simbólica (pinto algo, me llamarán de más sitios). Esto en el ámbito de la cultura en sentido extenso… Imagina, en otros lugares donde la explotación es aún más descarnada, lo absurdo que puede resultar lamentarse de la falta de pensamiento crítico en condiciones de extenuación. ¿Queremos promover el pensamiento crítico, tan necesario, nos recuerdan, para la democracia y la vida en común? Mejoremos las condiciones de vida para que se pueda dar sin tanto esfuerzo.
Os referís varias veces al “ruido”. ¿Qué es este ruido y cómo interfiere en nuestros juicios cotidianos?
VBS. El ruido, en ciencia o en ingeniería, es un concepto que normalmente va aparejado al de“señal”. El ruido es todo lo que ensucia u opaca esa señal, el obstáculo que nos impide percibir o acceder a esa información. Actualmente, nuestros canales de acceso a la información están cada vez más llenos de ruido, de estímulos y distracciones que nos entretienen y obstaculizan el acceso a aquello que nos podría interesar o que es más relevante para nuestra vida y nuestra toma de decisiones. Hablamos de fake news, de información falsa, de bulos, claro, pero también de estímulos publicitarios o comerciales, de contenidos de entretenimiento, y todo esto sobrecargado o potenciado por algoritmos opacos que deciden “a priori” (y según sus incentivos particulares) qué es lo que nosotros vamos a ver.
Una de las claves del libro es su voluntad divulgativa, que llamáis crítica. ¿A qué os referís con la idea de divulgación crítica?
JLA: Admitiendo (y hasta celebrando) que hay otras formas de proceder a menudo muy apreciables, buscamos una divulgación que vaya más allá del objetivo de entretener mediante la presentación de contenidos curiosos o interesantes y los sitúe en un marco discursivo determinado que se encuentre comprometido con ideas que consideramos valiosas o importantes. Y eso tiene que ver con presuponer una capacidad comprensiva de los lectores proporcional a la explicativa de sus autores. Quiero decir, evitar esa cosa tan condescendiente y tramposa de no explicarte algo que no sé muy bien con el argumento de que es muy complicado para que tú lo entiendas. Aquí, y así lo practicamos entre nosotros cuando trabajamos los capítulos, si algo no se comprende, la responsabilidad recae en quien lo ha escrito. En suma, se trata de presuponer la inteligencia de los demás, no su torpeza. Porque a los demás, como a cualquiera, así de entrada y sin conocerlos, tampoco les gusta que les tomen por tontos.
VBS: Convendría que algunos de estos conceptos se popularizaran, en el mejor sentido. Que dejaran de ser discusiones técnicas y fueran moneda de cambio corriente en las conversaciones. Hablamos a veces de una “alfabetización cognitiva”, que todos entendamos mejor cómo pensamos, qué nos influye, cuáles son nuestros errores más comunes, pero sin desconectarlo de los factores culturales, sociales y emocionales. De ahí también el sentido de la interdisciplinariedad. Nos encantaría que estos contenidos se enseñaran en institutos, por ejemplo.