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Los seres humanos hacemos la historia en condiciones independientes de nuestra voluntad.

Una fiesta nacional injustificable

La Familia Real y Pedro Sánchez, durante el desfile militar del 12 de octubre.

Javier Pérez Royo

Para que el 12 de octubre pudiera ser celebrado como fiesta nacional sería indispensable que dicha celebración pudiera ser compartida por los países hispanoamericanos. El 12 de octubre es una fecha compartida por España y por dichos países hispanoamericanos. No solamente por ellos, porque se trata de una fecha que tuvo un impacto en todo el mundo, que supuso una línea divisoria en la historia de la humanidad. Pero el contacto directo se produjo entre España y los países que pasarían a formar parte de su imperio. Fecha compartida, pues, pero para unos como sujetos activos y para los otros como sujetos pasivos del proceso que se iniciaba tal día.

El 12 de octubre no es una fiesta propiamente nacional. Es una fiesta imperial. Es la celebración del inicio de la construcción de un imperio. Se celebra la conquista de unos territorios y el sometimiento de sus poblaciones. No es necesario alinearse con cualquiera de las diferentes expresiones de la leyenda negra para convenir en que dicho proceso de conquista y sometimiento no debe ser objeto de celebración. Las luces y las sombras se entrelazan de tal manera que no es posible encontrar una explicación del mismo que justifique que pueda ser celebrado como un acontecimiento festivo. Con el conocimiento que se tiene de la historia de esos siglos, esto parece difícilmente discutible.

Buena prueba de ello es que en los países hispanoamericanos se celebra como fiesta nacional el día de la independencia del Imperio español. Se celebra lo que podríamos considerar como el anti-12 de octubre. El momento en el que se pone fin al proceso de conquista y sometimiento que comenzó el 12 de octubre de 1492.

Ello no quiere decir que se tenga que aceptar el relato de lo ocurrido en esos siglos construido en los diferentes países hispanoamericanos, pero sí quiere decir que, siendo una fecha inevitablemente compartida, no debería ser celebrada por nadie, si la celebración no puede ser asimismo compartida. Y es obvio que esto no es posible. En la entrevista con la Defensora de los derechos humanos mexicana, María de Jesús Patricio, Marichuy, publicada en este medio, contestaba a la pregunta sobre el significado del 12 de octubre con las siguientes palabras: “En España al 12 de octubre le llaman descubrimiento de América. En México lo llamamos el desangramiento de América”. No es necesario, insisto, estar de acuerdo con esta interpretación. Pero es un indicador de la distancia que existe en la valoración de la efeméride a ambos lados del Atlántico.

Desde la perspectiva de las relaciones de España con los países hispanoamericanos, la fiesta es injustificable. Y es la única desde la que podría tener una justificación. No hay ninguna otra a la que se pueda recurrir.

El horror al vacío opera con carácter general. Cuando la celebración de una fiesta nacional no tiene justificación objetiva y razonable, se le tiene que acabar encontrando alguna. Y en España se le ha acabado encontrando una justificación que enlaza con los elementos más negativos y antidemocráticos de nuestra historia constitucional. La celebración del 12 de octubre se ha convertido en un acto de exaltación de la Monarquía y del Ejército y de devaluación de las instituciones representativas civiles.

Lo acabamos de vivir este año, aunque esta forma de celebración se ha producido en ocasiones anteriores cuando el presidente del Gobierno era socialista. Se vitorea a la magistratura hereditaria, al rey, y se abuchea a la magistratura electiva, al presidente del Gobierno. Se privilegia al Ejército como expresión de la Nación frente a la institución parlamentaria, rememorando la tutela militar sobre el poder civil que tanto ha condicionado nuestra historia constitucional.

La celebración del 12 de octubre se ha convertido en un acto de expresión de la derecha española con un peso determinante de la extrema derecha. No es, en absoluto, representativo de la sociedad española en su conjunto. Es más una fiesta franquista que una fiesta de la democracia, aunque fuera en 1987 cuando se la declarara fiesta nacional por ley.

Nadie puede entender que en una sociedad democráticamente constituida, como se supone que es España, su fiesta nacional se celebre de la forma en que lo hacemos el 12 de octubre. Es una glorificación de la Monarquía y del Ejército como instituciones representativas de la nación española, cuando ambos han sido los obstáculos mayores para que la nación pudiera constituirse democráticamente.

En ellos está el origen del déficit democrático de la Constitución de 1978, del que deriva la imposibilidad en la práctica de la reforma constitucional. Convertirlos en elementos centrales del acto de celebración de la fiesta nacional es, desde una perspectiva democrática, un auténtico disparate.

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