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La ruptura del frente republicano

El presidente francés, Emmanuel Macron.

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La intuición de Emmanuel Macron de que el momento de parar a la extrema derecha era la propia noche electoral de las elecciones al Parlamento Europeo fue acertada. Dejar que se consolidara la imagen de que el ascenso de la extrema derecha era irresistible es lo último que se podía aceptar. El contrataque tenía que ser inmediato. 

La convocatoria de las elecciones generales fue, en consecuencia, una buena decisión. En tres semanas se pondría de manifiesto mediante el ejercicio del derecho del sufragio con una participación muy superior a la de las elecciones europeas que el ascenso de la extrema derecha era perfectamente resistible. El frente republicano resultante de la alianza en la segunda vuelta del Nuevo Frente Popular y del partido presidencial evidenció que la extrema derecha no es mayoritaria. El cuerpo electoral interpretó correctamente la decisión de la convocatoria electoral. Los ciudadanos y ciudadanas cumplieron la parte que les tocaba en el proyecto

Ha sido en la ejecución de la decisión adoptada por el frente republicano por el propio presidente, que lo propició con la disolución de la Asamblea Nacional y la convocatoria de elecciones, en la que se ha acabado produciendo la ruptura de dicho frente, poniendo en las manos de la extrema derecha la posibilidad misma de la formación de Gobierno, primero, y de la continuidad del mismo, a continuación. 

Me temo que el mal está hecho de manera irreversible en el futuro inmediato. Con la designación de Michel Barnier como primer ministro Emmanuel Macron se ha despojado a sí mismo de la muy devaluada legitimidad democrática que le quedaba y ha condicionado la legitimidad democrática del primer ministro a la aportación activa o pasiva que le proporcione la Alianza Nacional de Marine Le Pen. Es decir, ha designado a un primer ministro sin aporte ninguno de legitimidad democrática. 

Y, con falta de legitimidad, no se puede activar el principio de legalidad, es decir, no se puede poner en marcha un programa de Gobierno digno de tal nombre. Esto es así de manera inexorable en todo Estado democráticamente constituido. El principio de legitimidad es el presupuesto del principio de legalidad. Entre el presidente de la República y el primer ministro no reúnen la legitimidad necesaria para ofrecer primero y aplicar después un programa de Gobierno. Esto es lo que ha conseguido Emmanuel Macron con la ruptura del frente republicano que ha supuesto la designación de Barnier como primer ministro.

Las próximas elecciones presidenciales son en 2027, pero van a ser mucho antes. El acto de Macron ha sido un acto suicida. Un país de la envergadura de Francia y en un contexto europeo e internacional como el que se está perfilando no puede ser dirigido por el tándem Macron y Barnier, que está ya amortizado. El primero, porque ha dilapidado de manera definitiva el capital que el cuerpo electoral le había otorgado, y el segundo, porque accede a la condición de primer ministro sin legitimidad alguna. 

La sensación de alivio con que se recibieron en Francia y en el resto de Europa los resultados de las elecciones legislativas se han difuminado. Lo que podía haber sido una parte muy importante de la solución para Europa en la muy difícil encrucijada con que tenemos que enfrentarnos se ha convertido en lo contrario. 

Con el binomio Macron/Barnier, Francia se encuentra desarbolada hasta las próximas elecciones presidenciales, en las que tendrá que recomponerse la legitimidad del sistema político de la que ahora carece. Que podrá ser una legitimidad democrática o no, dependiendo del resultado electoral. 

Desde el punto de vista de la legitimidad democrática, las próximas elecciones presidenciales en Francia van a ser muy parecidas a las próximas elecciones de noviembre en los Estados Unidos. Es la propia democracia como forma política lo que se estará jugando.    

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