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La soledad de Pedro Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al titular de Exteriores, José Manuel Albares.

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Pedro Sánchez se ha ganado a pulso la soledad en que se encuentra. No llegó a la Moncloa por méritos propios, aunque sí a la Secretaría General del PSOE. La semana en que se hizo pública la sentencia de la Audiencia Nacional en el caso Gürtel Pedro Sánchez tenía previsto un encuentro con Antonio Costa en Lisboa. Fueron Podemos y los nacionalistas catalanes los que forjaron la mayoría que haría posible el éxito de la moción de censura. 

Como consecuencia de dicha operación conjunta de Podemos y los nacionalistas catalanes, se pudo conseguir la incorporación del PNV y a partir de ese momento la suerte estaba echada.

El éxito de la moción de censura se tradujo en un gobierno monocolor de 84 escaños, que Pedro Sánchez pretendió estirar lo más posible. El rechazo de ERC a aprobar el proyecto de Presupuestos elaborado por el Gobierno condujo a la disolución de las Cortes y la convocatoria de elecciones en abril de 2019.

En el resultado de dichas elecciones se reprodujo la mayoría que había aprobado la moción de censura y, en consecuencia, Pedro Sánchez tenía vía libre para formar un gobierno de legislatura con una mayoría amplia. Sin embargo, de manera incomprensible para mí, optó por intentar formar un gobierno monocolor solicitando para ello la abstención del PP y Ciudadanos. 

El resultado es conocido. No consiguió ser investido presidente y se tuvieron que repetir las elecciones. Las urnas seguirían confirmando la mayoría de la moción de censura, pero provocarían el hundimiento de Ciudadanos y su sustitución por Vox, que obtenía un número de escaños suficientes para interponer el recurso de inconstitucionalidad, del que ha hecho uso de manera abundante. Mucho se ha hablado de la “normalización” de Vox por parte de PP y Ciudadanos, pero la contribución del PSOE con la no formación del Gobierno de coalición en abril y la repetición electoral no ha sido menor. Vox ha sido el partido que más presencia ha tenido ante el Tribunal Constitucional, en donde ha fraguado una corriente connivente con su mensaje. Las sentencias sobre el estado de alarma lo dicen todo.

El Gobierno de coalición se acabó constituyendo con la mayoría de investidura de la moción de censura de 2018. Pero, tras haber dejado claro el presidente del Gobierno, que había sido así porque no había tenido más remedio. Sánchez no ha transmitido a la ciudadanía la impresión de que él creía en el Gobierno que había formado. Y sigue sin transmitirlo. Esta ausencia de convicción explica en parte los resultados electorales que se han producido en varias Comunidades Autónomas.

Y explica, sobre todo, que se puedan adoptar, sin encomendarse a Dios ni al diablo, cambios estratégicos, como el que se ha producido respecto de Marruecos, que al no haber sido compartido con sus aliados antes de producirse, han dejado al Gobierno en una soledad difícilmente soportable.

No tengo información suficiente para pronunciarme sobre el cambio en la política respecto a Marruecos. Pero que, antes de tomar esa decisión, se tenía que haber hablado con quienes te habían votado en la investidura, me parece que no admite discusión.

Sánchez ha liderado una política sumamente fructífera: presupuestos, ERTE, eutanasia, ingreso mínimo vital, revalorización de las pensiones, salario mínimo… Con dificultades y con algún susto, que no debió producirse si se hubiera cuidado a los aliados, el Gobierno ha conseguido que se aprobara una “política legislativa y presupuestaria” muy coherente con la naturaleza de la coalición que ha formado gobierno.

Pero nada de esto le servirá para impedir que la derecha pueda llegar al poder, si no recompone la alianza que lo llevó a la presidencia del Gobierno y que sigue siendo la única que puede mantenerle en ella. El PSOE no podrá formar gobierno en el tiempo en que es posible hacer predicciones si no cimienta una alianza con todas las formaciones políticas que están radicalmente en contra de lo que representan PP y Vox en casi todo. Particularmente respecto a la idea que tienen ambos partidos de derechas de la unidad de España. 

La mayoría social no quiere la España del 155. Pero esa mayoría hay que cuidarla. No se puede dar por supuesto su apoyo por la animadversión que generan PP y Vox. Hay que hacer política en positivo, alcanzando acuerdos susceptibles de ser explicados a la ciudadanía en general, y en particular a los ciudadanos que votan a las formaciones políticas que llevaron y han mantenido a Pedro Sánchez en la presidencia.

Es decisivo que el PSOE en su conjunto y su secretario general y presidente del Gobierno transmitan a la sociedad el mensaje de que el Gobierno de coalición no es el “mal menor”, sino que es el “mejor” que puede tener el país en las circunstancias internacionales y nacionales en que nos encontramos. 

Esto hay que hacerlo ya. La nueva confluencia entre las izquierdas, todas las izquierdas independientemente de su tamaño, y los nacionalismos, tiene que empezar a prepararse desde ya. No se puede dejar pasar más tiempo con ambigüedades y geometrías variables. 

Desde la soledad no se llega a ninguna parte.

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