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Cuaderno Común propone debatir en torno a las múltiples formas en las que el procomún está apareciendo en la sociedad red.

En este blog escribe un grupo de colaboradores de Medialab-Prado y del Laboratorio del procomún: Floren Cabello, Alberto Corsín Jiménez, Javier de la Cueva, Adolfo Estalella, Sergio Galán, Carolina García, Juan Gutiérrez, Antonio Lafuente, Tíscar Lara, Rubén Martínez, María Ptqk, Margarita Padilla, Jara Rocha y Jaron Rowan. Si alguien está interesado en publicar una contribución puede escribir a commonlabbook [a] gmail.com

La modestia del procomún (o la economía que no aspiraba a serlo)

Building an open source business by Opensourceway (CC BY-SA 2.0).

Jaron Rowan

Uno de los aspectos más interesantes que se derivan del renovado interés por el procomún es que implícitamente se han empezado a cuestionar algunos de los pilares básicos que sustentaban la economía clásica. Elinor Ostrom, la única mujer que ha ganado el premio Nobel de economía, basó gran parte de su trabajo en estudiar a comunidades capaces de explotar un recurso sin que ninguno de sus miembros lo poseyera en exclusiva. De esta manera la politóloga ha demostrado que no hace falta instaurar la propiedad privada para que se puedan diseñar entramados económicos viables y sostenibles.

Muchas de las experiencias de las que se sirvió Ostrom para entender estos sistemas de gestión colectiva llevan mucho tiempo en funcionamiento y tienen dilatadas historias, ejemplos de gestión de bosques comunales, cooperativas de regantes, explotación de arrozales, etc. En todos los casos nos enseñó que la clave de la superveniencia de la gestión colectiva reside en la capacidad de estas comunidades de diseñar modelos de gobernanza adecuados a sus propias necesidades y a las especificidades del contexto.

Cuando empezamos a investigar con detalle diferentes casos en los que el procomún y la economía entran en contacto nos damos cuenta de un factor muy interesante, el procomún no produce “modelos económicos”, es decir, fórmulas replicables que se puedan implementar en diferentes contextos. Al contrario, nos ofrece formas más o menos ingeniosas diseñadas por las diferentes comunidades para poder explotar ciertos recursos de forma sostenible. Así pues, el procomún nos proporciona ejemplos muy situados de gestión, sistemas completamente integrados en contextos sociales específicos que no aspiran a universalizarse sino a ser viables.

El análisis detallado de las relaciones entre el procomún y los sistemas económicos diseñados para explotarlo no nos ofrece ninguna gran narrativa ni modelo a seguir, al contrario, nos empuja a aceptar que la economía funciona a base de hibridez, de micro-modelos que buscan dar respuestas a problemas y realidades localizadas. Posiblemente esta voluntad de no servir de modelo, fue en contra de los commons históricos cuando a mitad del siglo XVIII, reformistas como Nathaniel Kent o John Moore lanzaron la siguiente pregunta al parlamento británico: ¿Qué sirve mejor al bien común de la nación, que unos cuantos campesinos puedan subsistir de sus tierras comunales, o que estas sean expropiadas y transformadas en grandes explotaciones agrícolas? Desafortunadamente ya sabemos quien ganó ese debate: la acumulación versus la sostenibilidad.

El estudio detallado de la gestión del procomún nos muestra cómo su supervivencia depende de pactos, mecanismos de gobernanza y la habilidad de detectar y respetar las diferentes esferas de valor que emergen del procomún. De equilibrar los intereses de la comunidad y las necesidades de los diferentes recursos. Esto no conduce a la explotación más lucrativa de los recursos, pero si a la más sostenible en el tiempo.

Desde el grupo de trabajo Empresas del Procomún queremos entender qué tipo de economías nacen de la gestión colectiva de recursos. Nos interesa entender la economía política que surge en torno y que permite que se expanda el procomún. Por esta razón llevamos un tiempo estudiando tanto casos específicos como diseñando infraestructuras que nos permitan investigar y pensar en común. En este momento de crisis generalizado de las economías de mercado, es necesario empezar a comprender estas otras realidades que no sólo nos demuestran que otra economía es posible, sino que viene siéndolo desde hace tiempo. Estas economías menores que no aspiran a ser hegemónicas sino a garantizar la explotación sostenible de recursos por parte de diferentes comunidades. Economías en las que el valor monetario no impide la proliferación y consecución de otros valores igualmente importantes. De esta forma con nuestro estudio no vamos a poder aportar grandes modelos o soluciones ideales, pero sí un compendio de ejemplos y características comunes de las que mucho podemos aprender.

Imagen de Opensourceway (CC BY-SA 2.0) Opensourceway

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