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Dhondup Wangchen, el cineasta tibetano que huyó de China en motocicleta

Dhondup Wangchen, el cineasta tibetano que huyó de China en motocicleta

EFE

Ginebra —

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Dos años después de salir clandestinamente de China, el cineasta tibetano Dhondup Wangchen, quien pasó seis años en la cárcel tras las revueltas de 2008 en el Tíbet, relata en una entrevista a Efe sus experiencias en prisión, su huida del país y su exilio en Estados Unidos.

El director, de 44 años y que ha llegado a Ginebra para participar en una cumbre mundial de defensores de derechos humanos, es uno de los pocos disidentes que ha logrado escapar de China en los últimos años y ahora intenta adaptarse a la vida occidental manteniendo a la vez contacto con la realidad del Tíbet.

“He pasado el tiempo viajando y contando mi experiencia... estoy en un ambiente nuevo, aprendiendo una lengua, es un reto para mí”, explica el cineasta, cuya detención hace once años generó una campaña de apoyo por parte de grupos de derechos humanos de todo el mundo.

Wangchen fue uno de los cientos de detenidos tras las revueltas que en marzo de 2008, poco antes de los Juegos Olímpicos de Pekín, tuvieron lugar en Lhasa, la capital tibetana, en las que hubo al menos 20 muertos.

“No tenía ninguna relación con esas protestas, pero muchos tibetanos fuimos detenidos sin explicarnos porqué”, dice Wangchen, galardonado en 2012 con el Premio Internacional a la Libertad de Prensa que concede el Comité para la Protección de Periodistas.

La causa aparente de su arresto fue la realización en 2007 del documental “Dejando el miedo atrás”, en el que tibetanos de a pie opinaban sobre temas sensibles como el rol del dalai lama o la situación política en China.

“Su objetivo era contar la situación real dentro del Tíbet, donde hay una gran diferencia entre lo que dice China y la verdad”, precisa.

De sus años en la cárcel, el cineasta recuerda que los prisioneros tenían que realizar trabajos manuales los 365 días del año: “Éramos auténticos esclavos, una fuente de ingresos para los chinos”.

Wangchen pasó esos años zurciendo uniformes militares para ejércitos de países como Irán o Afganistán: “Cosí millones de ropas y teníamos que cumplir una cuota diaria, si no lo hacíamos podíamos perder la visita mensual de nuestra familia”.

Su liberación en 2014 no fue completa, pues, como ocurre con la mayoría de los presos políticos en China, Wanchen fue sometido a vigilancia constante sin posibilidad de contactar con amigos o familiares.

“Era igual de doloroso que estar en la cárcel, pensaba que si era para vivir así prefería morir, así que corrí el riesgo de mandar un vídeo denunciando esta situación”, rememora el director, que gracias a ello consiguió ayuda económica de amigos para poder planificar su huida.

Tras pedir varios permisos a las autoridades para viajar a la ciudad china de Chengdu y recibir allí tratamiento médico, Wangchen aprovechó el último de esos desplazamientos para viajar en taxi a la provincia fronteriza de Yunnan, un trayecto de decenas de horas.

“Allí contacté con alguien que suele ayudar a la gente a salir de China y me llevó en su motocicleta al otro lado de la frontera, en Vietnam”, detalla.

Wangchen es de la provincia central de Qinghai (la misma en la que nació el actual dalai lama), un cruce de caminos entre la civilización china y la tibetana que, en su opinión, ha cambiado mucho y a peor desde las revueltas de 2008.

“Antes había armonía entre las distintas nacionalidades, los chinos hacían negocio allí y respetaban a los tibetanos, pero a partir de 2008 China creó propaganda engañosa que nos dibuja a todos como separatistas, lo que ha puesto a los chinos en contra nuestra”, considera.

El cineasta no vislumbra un buen futuro para el Tíbet en los próximos años, en los que podría renacer el conflicto cuando tenga que decidirse la sucesión y reencarnación del dalai lama, actualmente de 83 años.

“Podría acabar habiendo dos dalai lamas, uno elegido por el Gobierno chino que no sería aceptado por los tibetanos... es un gran desafío para los tibetanos, me preocupa mucho”, señala.

No es fácil lograr una solución política con una China cada vez más poderosa “y de la que cada vez más países quieren ser amigos”, admite el cineasta, quien, sin embargo, pide a la comunidad internacional, especialmente a Europa, más apoyo: “No sólo sería ayudar a la causa tibetana, sino también a la justicia y la libertad”.

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