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Celia Rico emociona con su defensa de las arrugas y la bondad como acto “revolucionario” en 'Los pequeños amores'

Adriana Ozores y María Vázquez en 'Los pequeños amores'

Javier Zurro

Málaga —
4 de marzo de 2024 22:36 h

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En el Festival de San Sebastián de 2018, una película fuera de la Sección Oficial empezó a convertirse en el título que todos debían ver. Se llamaba Viaje al cuarto de una madre, la dirigía una desconocida directora novel, Celia Rico Clavellino, y tenía en su centro a dos actrices como Anna Castillo y Lola Dueñas. El filme terminó ganando el Premio de la Juventud de aquel año y con la sensación de haber asistido al nacimiento de una autora ―que fue nominada al Goya a la Mejor dirección novel― con una mirada alejada de aspavientos y que convertía cada pequeña cosa en algo capaz de emocionar a todos. Viaje al cuarto de una madre era una película sobre el nido vacío, sobre una madre que debe aprender a dejar volar y una hija que aprende a salir. Una relación hermosa que no se explicitaba, sino que se veía en los gestos entre ambas cuando veían una serie tiradas en el sofá con una manta.

Han sido cinco años para rodar una segunda película, pero Celia Rico Clavellino confirma la magia de su forma de mirar en Los pequeños amores, que podría funcionar como secuela espiritual de aquel debut. Aquí vuelve a haber dos mujeres, y también son una madre y una hija. La diferencia es la edad. Una hija en torno a los 40 y una madre pasados los 60 que se rompe una pierna y tiene que ser cuidada. Si aquella era una película sobre ser madre, esta gira las tuercas para contar la experiencia de ser hija. Una hija que no ha sido madre pero en la que recaen los cuidados cuando tienen que encargarse de su progenitora.

La forma de contarla es la misma. El gusto por los detalles. Por cada gesto, por cada mirada. El gazpacho, las lecturas. Las preguntas que no deben hacerse. Los pequeños amores tienen una sensibilidad única. Es de esas películas de las que mucha gente dirá que no pasa nada, cuando realmente pasan muchas cosas. Solo hay que saber mirar a esos gestos chiquititos entre ellas. Dice mucho más de esa relación la forma en la que la madre le dice a la hija que no meta la sartén en el lavavajillas que soflamas al viento sobre el amor y la familia. No hay frases explícitas. No se subraya ni se da importancia. Todo en el tono que ya es marca de la casa y que clavan María Vázquez y Adriana Ozores, maravillosas en sus silencios y sus miradas.

Celia Rico habla de “díptico” sobre esta película con la que compite en la Sección Oficial del Festival de Málaga. Ambas son hijas únicas, hay una madre viuda… “Sí que los datos biográficos serían los mismos, pero claro, si me hubiera esperado 20 años a Lola y Ana… al tener a otras actrices yo quería también pensar en otros personajes. Sí que hay muchos espejos y muchos vasos comunicantes”, cuenta sobre las uniones de ambas.

Coincide en que aquí cambia que “es la hija la que tiene que cuidar”. Los pequeños amores se pregunta si esa condición lleva implícita unos cuidados a los mayores: “Había ahí una cuestión que me inquieta y me preocupa. Históricamente, y aunque ahora está cambiando, sigue ahí, en la psique, las mujeres que son madres han ejercido el rol de cuidar, y las mujeres que hemos sido hijas hemos aprendido el rol de ser obedientes. Tengo la sensación de que más obedientes que los hijos. Y eso, que marca la relación madre e hija, nos ha marcado luego en todo lo demás, en las relaciones sentimentales, en el terreno profesional. Es alucinante cómo en toda mi generación veo que nos vinculamos con el trabajo desde el síndrome de la buena alumna. Hemos sido educadas para ser hijas buenas, hijas obedientes. Esto nos ha metido en un lugar un poco peligroso para nosotras, pero las nuevas generaciones tienen mucho más claro que no tienen por qué cumplir ese rol”.

Tengo una mirada pesimista, y por eso me gusta construir personajes humanos y bonitos. Es más revolucionario ahora mismo confiar en la bondad

Celia Rico Clavellino Cineasta

Al rodar su segunda película se ha dado cuenta de ese gusto por los detalles. “Es mi forma de mirar y de narrar, porque en ese mundo de gestos, y pasa también mucho con los objetos, al final hay también una evolución y una trama. Si se pinta con rodillo o con pistola, eso está contando cosas sobre los personajes. Tiene que ver con mi forma de mirar, pero no solo como cineasta, sino que es que es así como me fijo en los demás”, explica. Una reivindicación de las cosas pequeñas que tuvo claro que había que hacer cuando escribiendo un corto su madre se leyó el guion y le dijo, ‘pero a quién le va a interesar una mujer que cocina, cose y hace la cama’. “Ahí dije, pues precisamente por eso tengo que hacer películas sobre estas cosas más cotidianas que nos definen”.

Hay en Los pequeños amores también una voluntad de colocar cuerpos reales. Actrices que representan algo tan difícil como la normalidad. Caras lavadas, canas y rostros marcados. Celia Rico buscaba, para el papel de María Vázquez, “a alguien a quien se le notaran ya las arruguitas, que se notara la vida en el cuerpo”. “No es una película sobre la crisis de los 40, pero sí que habla de ese momento en el que uno hace balance y en vez de mirar hacia adelante mira hacia las cosas que no han llegado y quizás no van a llegar, y para eso tienes que tener años encima de tu cuerpo. María tenía algo muy bonito, porque tiene una belleza muy pura, y a la vez algo medio infantil, así que parecía una especie de niña con arrugas, y yo quería esa mezcla de niña y adulta”, explica.

Les pidió a las actrices que, durante un tiempo antes de rodar “no se pusieran cremas ni nada”. “Con Adriana la propuesta fue quitar todo lo que tenía ella más juvenil, porque ella tiene un espíritu muy joven, y yo quería dejar que se vieran sus canas, vestirla de andar por casa y mostrar cómo son las personas dentro de sus casas. Ellas confiaron en eso y se entregaron”, dice del trabajo de sus actrices.

Rico se encuentra a punto de dar un salto en donde pondrá a prueba esa forma de mirar y narrar, la adaptación de la novela de Rafael Chirbes, La buena letra. Ella estudió Teoría de la literatura y literatura comparada, y esta adaptación le parece “un buen desafío”. “En Chirbes hay una propuesta ideológica con la que conecto un montón. Él tenía una mirada muy pesimista, y yo tengo también una mirada pesimista. Lo que me pasa cuando haga películas, es curioso, porque como ya hay demasiada crueldad me gusta construir personajes humanos y bonitos. Me pasó viendo la película de Itsaso Arana, Las chicas están bien, o con la última de Kaurismäki, que es más revolucionario ahora mismo confiar en la bondad”, aclara. Por ahí irán los tiros de una adaptación que no quiere que sea “buenista” y que quiere llevarse a su estilo: “Hablar de los grandes hechos a través de los pequeños gestos”.

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