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ENTREVISTA | Paul Laverty

Paul Laverty, el obrero cinematográfico que ganó dos Palmas de Oro

Francesc Miró

Daniel Blake es carpintero, un hombre trabajador y estoico. Al menos hasta que un infarto le deja sin trabajo. Sus problemas cardíacos y la ausencia de ingresos le empujan a pedir ayudas sociales. Pero a pesar de que el médico le prohíbe trabajar, la Administración le obliga a buscar un empleo si no desea ser sancionado. Una triquiñuela burocrática lo empuja hacia un callejón sin salida del que una madre soltera le ayudará a salir.

La soga alrededor del cuello de una clase obrera británica sin esperanzas caló en Cannes y luego en San Sebastián. No es para menos, se trata una mirada desprovista de ornamento cinematográfico en pos de una historia triste pero real. Tan verídica, tan abiertamente injusta como la sociedad que la hace posible.

Los méritos, no obstante, recayeron íntegramente sobre Ken Loach, el director de Yo, Daniel Blake. El máximo exponente contemporáneo del llamado British social realism entraba así en la historia del cine, al convertirse en uno de los poquísimos directores que repetía victoria en Cannes. Antes lo habían sido Emir Kusturica, los hermanos Dardenne, Michael Haneke o Francis Ford Coppola.

Pero hubo alguien que, a la sombra del realizador, aceptó el mérito que le correspondía en silencio: Paul Laverty, mano derecha de Loach, guionista de Yo, Daniel Blake, y de El viento que agita la cebada, la otra Palma de Oro del realizador y de otras diez películas suyas.

Un sandinista en la corte del cine británico

Paul Laverty nació en Calcuta, estudió Filosofía en Roma y Derecho en Glasgow. Con 23 años se mudó a Nicaragua donde empezó a trabajar en una organización por la defensa de los derechos humanos que le llevaría a recorrer Latinoamérica. Cuando volvió al Reino Unido, todo lo que había visto y vivido le empujó a escribir. Así nació un borrador que el estudio de Ken Loach recibió por correo. Se llamaba La canción de Carla. Cuando se le recuerda que fue hace ya veinte años, su cara no puede disimular sorpresa, casi miedo.

“Dos décadas pasan volando, ¿eh?”, dice sonriente. “Hacemos lo que hacemos sin pensar y el tiempo pasa. Aunque no ha sido un camino de rosas: Ken es un compañero muy exigente, porque es muy inteligente”, explica el guionista de Yo, Daniel Blake.

Cuando le toca describir a Loach no escatima en elogios. “Para él cada guión es como un plan de emergencia, pero también es un trabajo hermoso porque es una persona muy humilde e incluso divertida. Y tiene una curiosidad inmensa, es como un niño. Tenemos una sensibilidad muy parecida”.

Hace ya veinte años desde que empezaron a trabajar juntos en La canción de Carla, pero se diría que desde entonces Ken Loach siguió al pie de la letra la máxima celebérrima de Kurosawa, aquella que decía que con un buen guión puedes hacer una película buena o mala, pero que con un mal guión sólo tendrás películas malas.

“Cuando echo la vista atrás, pienso que con la edad nos hemos vuelto más exigentes, porque nos conocemos más. Tenemos distintos puntos de vista sobre muchos temas políticos, pero supongo que nos preguntamos más qué errores hemos cometido y qué podemos pulir para hacer un filme mejor”, confiesa Laverty. “Ambos somos muy exigentes con nuestro trabajo y eso es muy importante para no acomodarse y hacer las cosas de manera automática. Seguimos teniendo ese tipo de hambre que nos empuja a hacer algo diferente cada vez”, cuenta.

Tuvieron que pasar diez años y seis largometrajes, hasta que les llegó el primer reconocimiento internacional. El viento que agita la cebada, excelente retrato de la guerra de independencia en la Irlanda de los años veinte, les granjeó la fama internacional. Hazaña que han repetido ahora con Yo, Daniel Blake.

“Es divertido. Quiero decir que uno no planea ganar, pero cuando ganas la lotería no te quejas, ¿no? Esto de ganar premios es siempre una sorpresa, pero en especial en Cannes. Allí compiten películas de todo el mundo y el público ha sido tremendamente generoso con nosotros sabiendo que hacemos películas de pequeñísimos presupuestos”, cuenta Laverty.

España: metáfora de la desigualdad

En nuestro país, Laverty ha trabajado en más de una ocasión para Icíar Bollaín, su pareja. “Mi trabajo es semejante. De hecho, Ken e Icíar son buenos amigos. Ella es más exigente si cabe, pero trabaja de un modo muy similar a Ken. También es innegable que las relaciones de guionista y director cambian en cada película”, dice Laverty.

Su último trabajo junto a Bollaín, El Olivo, le ha permitido conocer una España que le era desconocida. “Nos apetecía hacer algo así como un cuento, una fábula contemporánea sobre el poder de los bancos en época de crisis”, explica el guionista. “Nos parecía que la historia de fondo tenía un buen potencial: imagínate que tienes un árbol que ha estado ahí desde hace dos mil años. Estaba antes de que llegase la luz, estaba cuando tú construiste tu casa. Son tus raíces. Pero un buen día llega un tío rico y dice que le gusta y que se lo queda. Se lo lleva a China, a Japón, al Vaticano. Da igual porque funciona como una metáfora de la desigualdad y el alcance e impunidad del poder”, asegura.

Tampoco escatima elogios cuando habla de su compañera, la directora de Te doy mis ojos: “Cuando hicimos También la lluvia creí que aquello iba a ser un desastre: había tres niveles narrativos, un presupuesto ajustadísimo y la estación de lluvias había empezado en Bolivia”, cuenta. “Pero cuando estuvimos allí, vi lo preparado que tenía Icíar el rodaje y eso me hizo no cuestionar nada. Impone mucho respeto el hecho de que un realizador sea tan hábil y profesional jugando con la adversidad, es gente que pide lo mismo de ti que se exigen a ellos mismos”.

“En el caso de También la lluvia era un proyecto muy grande en el que nos embarcamos y ella hizo malabares para que nos dieran luz verde en momentos en que necesitábamos dinero por culpa de imprevistos. Era un trabajo que llevaba diez años intentando hacerse. No sé si es cuestión de determinación, locura o estupidez, quién sabe”, dice sonriente.

“Ya está bien”

Tanto en El Olivo como en Yo, Daniel Blake, coexisten personajes que se ven superados por circunstancias que podrían tener remedio. Preexiste la misma crítica al sin sentido de un capitalismo voraz en el que para los bancos somos números y para el sistema, deudas que pagar. El Daniel de su último filme es, en cierta medida, un símbolo de nuestro tiempo, una cifra que no aguanta más.

“Ambas son historias de nuestro tiempo en culturas, países y lenguas diferentes, pero tienen mucho en común empezando porque sus protagonistas sufren la crisis”, explica Laverty. “Durante estos años ha habido un retroceso increíble en el sistema de bienestar británico. Pero mientras eso se convierte en algo estructural, las grandes corporaciones tienen cada día más poder. Y nosotros menos capacidad para combatirlo”, dice indignado.

Su voz no suena cansada, es la de alguien que no se resigna. “Joder, es que sólo tienes que ver las noticias. Hace no mucho leía que el Gobierno irlandés había llegado a un acuerdo con Apple para que pagasen en impuestos menos de un 1% de lo que ganan. ¡Y fue un acuerdo gubernamental! Una de las corporaciones más poderosas del mundo paga, gracias al Gobierno, menos impuestos que nadie. ¿Somos tontos o qué?”, pregunta al aire.

“Es muy importante que los estados, como soberanos de sus economías, puedan decir a las grandes empresas qué es lo que tienen que hacer en sus países. Pero la realidad es que el Estado británico es tan sumamente servil que si les propusieran no pagar nada, aceptarían. Cosas como esta hacen que la gente normal, personas como Daniel, digan que ya basta”, explica en relación al protagonista del filme.

“Estamos viendo cómo nos recortan cada día en sanidad, en cultura, y... ¿ellos tienen la cara de firmar acuerdos así con grandes empresas? Tendríamos que exigir que este tipo de corporaciones pagasen como cualquier otra o darles una patada en el culo, así de simple”, resume Laverty.

“Quiero decir, joder, tú serás autónomo, por ejemplo. ¿Qué retención se te aplica a ti, un 21%? Pues tú pagas veinte veces más impuestos que Amazon. No tiene ningún tipo de sentido. Creo que esa es la otra cara de Yo, Daniel Blake. Él se planta y dice, ¡Ya está bien! Hay que ir a por ellos, directos a la garganta. A morder”.

Yo, Daniel Blake se estrena este viernes y viene dispuesta a morder, o al menos remover, alguna conciencia cómoda. Un drama social de calado, y también un alegato contra los recortes en servicios públicos, la tragedia contemporánea vista por un maestro del realismo social.

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