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12 jugadores de basket, solo dos paralímpicos reales: el fraude de Sídney 2000 que inspiró a 'Campeones'

Ramón Torres, 'Ray'

José Antonio Luna

El conmovedor discurso de Jesús Vidal al recoger el Goya ya ha recorrido prácticamente cada rincón de Internet. “Inclusión, diversidad, visibilidad”, dijo el ganador del galardón a mejor actor revelación por su papel en Campeones. Pero la película de Fesser, además de para reconocer el mérito de un colectivo que suele ser olvidado, también ha servido para recordar uno de los escándalos deportivos más importantes de la historia del deporte.

En el año 2000 España estaba haciendo historia en los Juegos Paralímpicos de Sídney. Había conseguido la friolera de 106 medallas, cifra que le sirvió para alzarse como el cuarto país en la clasificación. Uno de los deportes estrella fue el baloncesto, donde la Selección arrasó a cada uno de sus rivales hasta conseguir el oro. ¿El problema? Que solo dos de los doce jugadores tenían algún tipo de discapacidad intelectual.

Uno de ellos fue Ramón Torres, apodado Ray, capitán del equipo y de los pocos que no mintió sobre su diversidad funcional. Y, precisamente, para contar cómo vivió aquel momento, nace el documental King Ray que se estrena el próximo viernes en Filmin. “Esta historia siempre se ha tratado desde el punto de vista de los jugadores que cometen el engaño, y la idea era mostrar la perspectiva de uno de los dos chicos que más perjudicados salieron”, explica a eldiario.es Sergio Romero, director de la investigación.

Sin embargo, revivir el caso no ha sido fácil. “Quedé con Ramón y al principio me costó mucho que participara. Había que ir con cuidado porque la experiencia que había tenido era totalmente negativa y, para personas como él, a veces el deporte es el único flotador al que se agarran”, apunta el cineasta. Un flotador que, en ocasiones, puede pincharse.

Las primeras sospechas llegaron una vez que los supuestos paralímpicos ganaron la final y se hicieron una foto en la que aparecían con la infanta Elena y Jaime de Marichalar. Al día siguiente, la imagen abrió periódicos deportivos y, como era de esperar, las alarmas tardaron poco en encenderse. Antonio G. San Martín, redactor de la revista Gigantes, identificó tres jugadores de Alcalá de Henares que no eran precisamente reconocidos por jugar en ligas para personas con discapacidad.

La máscara empezó a caerse. También había algún deportista de la Liga EBA e incluso otros que jugaron en categorías inferiores del Club Baloncesto Estudiantes. Todos fueron convencidos para participar en una estafa que, en teoría, iba a servir para obtener más subvenciones que serían revertidas en mejoras para los discapacitados. Ocurrió todo lo contrario.

Destapando a Fernando Martín Vicente

Fernando Martín Vicente ocupaba varios cargos de alta responsabilidad en las entidades que debían revisar todo lo relacionado con los Juegos Paralímpicos de Sídney 2000. Entre otras cosas, era vicepresidente del Comité Paralímpico español, presidente de INAS (que supervisa la documentación) y presidente de FEDDI (encargada de seleccionar a los mejores atletas del país para los campeonatos internacionales). Aquello fue lo que facilitó sus nuevos fichajes.

Pero, sin que Martín Vicente lo supiera, entre sus candidatos se infiltró un caballo de Troya que sería fundamental para desarticular toda la trama. Carlos Ribagorda, redactor de la revista Capital, se coló entre la plantilla de la Selección después de que una fuente le advirtiera sobre las irregularidades. No tuvo que presentar ningún certificado ni pasar ninguna prueba médica, pero no importó.

El 31 de octubre del 2000, coincidiendo con el aterrizaje del equipo en el aeropuerto de Barajas (Madrid), se publica la historia. Y, con ella, se desata una oleada que sacudiría al deporte como pocas veces ha ocurrido. “Lo de Carlos fue una bomba. Es un personaje que genera dudas, que espero que estén plasmadas en el documental, pero lo cierto es que sin él esto no habría salido”, afirma Romero.

Los principales interrogantes con Ribagorda giran en torno al tiempo que tardó en denunciar el caso ante la prensa aún conociendo dichas irregularidades desde anteriores competiciones como el Mundial de Brasil de 1998. Como él mismo explica en el documental, la intención del reportaje no era solo señalar al equipo de baloncesto español, sino “demostrar que todo el movimiento paralímpico era mentira”. Y, a juzgar por la repercusión, lo consiguió. El de los españoles no fue un caso aislado: en todos los deportes y países se destaparon graves incoherencias en la verificación de la discapacidad intelectual.

“Lo raro de ellos es que ninguno de ellos es raro”

Pero el documental King Ray no se limita a recrear cronológicamente el caso. No se centra en la sentencia que absolvió a todos los jugadores y que solo obligó a Fernando Martín a devolver las subvenciones y a pagar una multa de 5.000 euros. El foco lo pone en el declive de uno de los verdaderos afectados.

“Es un nudo en el estómago. Era una sensación de enfado. Sentí que todo lo que había hecho no servía para nada. Volví al principio, a cuando estaba en el colegio y me ponían motes”, lamenta Ramón Torres, que había encontrado en el baloncesto un refugio que ya no parecía seguro. Porque, como critica el documentalista, “nadie piensa en lo que se le tuvo que pasar por la cabeza a Ramón cuando devolvió la medalla. Encima, lo confundían a él con los otros jugadores”.

El fraude tuvo diferentes consecuencias. Algunas cajas de ahorros retiraron sus apoyos a determinados equipos y, a día de hoy, el baloncesto sigue excluido de los Juegos Paralímpicos. Según Romero, “cada cierto tiempo valoran algunos deportes y en el caso del baloncesto consideran que esas pruebas todavía no son lo suficientemente rigurosas como para volver a incluirlo”.

Ray sospechaba algo. Su madre, que falleció después de grabar el reportaje, recuerda cómo definía a sus compañeros: “Lo raro de ellos es que ninguno de ellos es raro”. Aun así, la sorpresa para el deportista llegaría después, cuando tuvo que enfrentarse a juicios y a otra serie de situaciones que le acabaron sobrepasando. “El lenguaje jurídico le era totalmente ajeno y no entendía nada. Además, es normal que si sacas a un chico con discapacidad intelectual de su entorno lo pase mal, y más si es para una situación como esa”, subraya Romero.

En realidad, la historia de Ramón no es solo la suya. Sirve como ejemplo de la situación de muchas personas con diversidad funcional en España. “Es alguien que alcanza una edad adulta, que tiene unos 45 años, y que se queda sin apoyos familiares como el de su madre. A mí me da la sensación, yo no sé si hemos logrado trasmitirlo, de que Ramón en cierto modo es como un corcho flotando a la deriva, algo bastante habitual para las personas con discapacidad intelectual”, lamenta el cineasta.

Sin embargo, hay cierta esperanza. Ramón tiene un pequeño cameo en Campeones y, además, su figura ha inspirado el personaje de Román. “Creo que la repercusión de la película de Fesser es fundamental, y para un colectivo que está tan olvidado esto es como agua de mayo”, señala Sergio Romero. Y más si, como esta ocurriendo, sirve para sacar a la superficie tres palabras: inclusión, diversidad y visibilidad.

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