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El plan de prejubilación de Michael Moore

Que invadimos ahora

Francesc Miró

Decía David Simon en su visita a Barcelona que entrase quien entrase a gobernar Estados Unidos iba a encontrarse con las  mismas dificultades. “La silla del presidente siempre será la silla del presidente, pero los problemas que tiene este país son sistémicos”, sostenía el creador de The Wire. Tan sistémico que su retrato metafórico (o no tanto) de un alcalde cualquiera, como Carcetti, era el de un político sentado en su despacho comiendo un bol de mierda detrás de otro.

Michael Moore siempre ha querido ir a la raíz de esas dificultades sistémicas que los estadounidenses han ido aceptando como parte de su vida diaria. Un país con 47 millones de ciudadanos en situación de pobreza. Un país en el que las enfermedades cardiovasculares son la primera causa de muerte pero la obesidad no hace más que aumentar (un 30% de adultos la sufren). En el que un norteamericano medio gasta 8.745 dólares al año en servicios sanitarios, cuando esta cifra es más de un tercio de lo que gana la familia de clase media en, por ejemplo, Harlem. Contrastes y males endémicos. 

Problemas estadounidenses, soluciones europeas

Michael Moore atiende a todos en su última película, pero no lo hace desde su país. Ahora mira a Europa: viaja por Alemania, Italia, Islandia o Portugal analizando sus sistemas educativos, sanitarios o penitenciarios. De ellos extrae ideas que podría importar a su país para atacar, desde abajo, lo sistémico.

Cuenta el realizador de Michigan que la idea viene de lejos: cuando tenía 19 años hizo el interraíl por varios países europeos. En Suecia, se rompió el pie y tuvo que ir a un hospital, pero cuando fue a pedir factura para pagar se encontró que no debía nada. Y aquello le impresionó. No ha sido hasta cumplir los 62 cuando ha conseguido materializar la idea; viajar por países europeos comparando ciertos aspectos de sus Estados de Bienestar con lo que son, precisamente, las penurias del país “más poderoso del mundo”.

El tono está decidido desde el minuto uno, se trata de una road trip muy suya. Un Viaja con Michel Moore que no se diferencia demasiado, en su tratamiento de lo anecdótico como síntesis de lo genérico, de un capítulo cualquiera de Españoles por el mundo. Su primera parada es Italia, donde analiza el sistema laboral y la estructura legislativa de las vacaciones en una fábrica textil y en la factoría de Ducati. De ambas visitas extrae una tesis: tienen más vacaciones y están más relajados. Por eso producen más, trabajando menos que un estadounidense.

Y repite la jugada en todos los países que visita. Los franceses forman ciudadanos con valores, comen bien en el colegio y tienen educación sexual desde jóvenes. Los fineses tienen Educación Cívica como asignatura obligatoria y el objetivo de la educación no es enseñar a aprobar tests sino formar ciudadanos libres. Los eslovenos no pagan tasas universitarias y por eso no tienen tasas de endeudamiento en menores de treinta años. En Portugal y Noruega, el sistema penitenciario está basado en la reinserción y por eso los índices de reincidencia en delitos son mínimos. En Túnez, el empoderamiento de la mujer en las instituciones llevó a un cambio político fundamental. Y en Islandia, las mujeres en altos cargos políticos fueron las encargadas de llevar a cabo el encarcelamiento de políticos y banqueros por delitos fiscales. Ideas que importar, países que invadir con agrado.

De hecho, Moore no sólo quiere importar ideas. No se trata de medidas que podrían funcionar en su país sino de cambiar mentalidades. Por eso, a su paso por Alemania, su investigación se centra en la educación sobre el nazismo y la aceptación del pasado histórico. “Los estadounidenses se esconden de sus pecados”, reflexiona en el documental. “Hasta 2015 no hubo en todo el país un museo de la esclavitud. El primer paso de la recuperación, de ser mejor persona y mejor país es poder pararse y decir honestamente quién y qué eres. Yo soy estadounidense, vivo en un gran país nacido del genocidio y construido sobre las espaldas de los esclavos”.

Y no, no pasa por España. ¿No tendremos nada que Michael Moore quiera llevarse?

Recoger las flores y dejar las malas hierbas

Eso sí, no encontraremos en ¿Qué invadimos ahora? ni una palabra sobre crisis política y sociológica europea. Sobre rescates, sobre desempleo, sobre desahucios; nada. Moore recorre Europa como un turista divertido cuya visión dista de ser todo lo crítica y mordaz que es cuando recorre su casa. Un turista tan ensimismado en lo que le gusta que no se preocupa por ensalzar tópicos fáciles que, en el fondo, le parecen graciosos. “Todos los italianos tienen cara de acabar de practicar sexo. Claro, con ocho semanas de vacaciones pagadas al año, no me extraña”, afirma sin más. Y suelta perlas de ese tipo a lo largo del documental.

Moore parece cansado de tanta militancia crítica y tanto dramatismo. Por eso prefiere obviar los malos tragos que Europa lleva sufriendo años y “recoger las flores” que cada país le pueda ofrecer.

Su pensamiento ha mutado y ahora se muestra esperanzado. Más gracioso, más simple. Un tono que se instala en ¿Qué invadimos ahora? hasta la médula. En determinado momento, él y su amigo productor, Rod Birleson, recorren lo que queda del Muro de Berlín y reflexionan sobre lo rápidos que son los cambios políticos. “Siempre hay respuestas simples a problemas complicados. Mira este muro: tomas el martillo y lo derribas. Así de simple”, dice Birleson.

“Exacto: hace tres años el matrimonio gay era ilegal en todos los estados norteamericanos y ahora es legal en la mayoría. Así de rápido”, contesta Moore. “Me he vuelto un optimista loco al que si le mencionas que algo es imposible, recuerda este muro y piensa, ni de coña”, resume.

Michael Moore, tres décadas con el dedo en la llaga

Su figura se ha convertido, seguramente, en la del documentalista norteamericano más internacional del siglo XXI. En el 89, su documental Roger y yo diseccionaba hasta qué punto el poder de las grandes empresas en su Flint natal era un reflejo de la impunidad con la que actuaban en todo el mundo. Un concepto sobre el que volvería años después en The Big One. Su comedia Operación Canadá utilizaba la ficción para recrear cómo una guerra fría contra Canadá dejaba en ridículo ciertos resortes sociales y políticos norteamericanos.

No fue hasta entrado el nuevo milenio cuando Moore vivió su esplendor creativo e ideológico. Ahondando en la educación en valores violentos como raíz del problema en Bowling for Columbine. Un fantasma que se alargaba y se extendía a la política internacional en los intereses económicos detrás del ánimo belicista retratado en Fahrenheit 9/11. Y, en una última jugada, cómo lo que había investigado tenía repercusiones en lo social, en el sistema sanitario de Sicko.

Ahora pasa por una fase más relajada. Capitalismo: una historia de amor, ya adolecía de cierta decadencia en su discurso, cierta perdida de chispa. Y con ¿Qué invadimos ahora? se muestra abiertamente conciliador aunque indudablemente divertido. Sanidad gratuita, universidad gratuita, trabajar menos, vivir más, de eso nos habla su último documental. ¿Estaremos ante la prejubilación de una de las voces críticas más importantes de Estados Unidos?

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