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La paradoja del Studio Ghibli: las heroínas que entran por las animadoras que salen

Las heroínas del Studio Ghibli son un referente, a diferencia de la presencia femenina en la factoría

Mónica Zas Marcos

Corrieron ríos de tinta y lágrimas cuando Internet supo que la animadora Makiko Futaki abandonaba para siempre el universo Ghibli. La prematura muerte de la mano que trazó a Chihiro o a la princesa Mononoke alimentó el efecto cocodrilo, pero también despertó varios interrogantes. ¿Cómo es que pocos conocían su nombre y tantos lloraron su pérdida? Lo cierto es que sus virtudes se diluyeron entre equipos de ochenta dibujantes y los reconocimientos llegaron a la par que los obituarios. Aún así, Futaki consiguió apuntar un tanto al equipo femenino del estudio japonés y demostró que Ghibli es mucho más que Hayao Miyazaki.

Salvo los muy doctos en la trastienda de la factoría, la conciencia colectiva no suele reparar en el nombre propio de los dibujantes. Aunque admiremos los resultados desde una condena injusta al anonimato. En el caso de Makiko Futaki, los gráficos cyberpunk de Akira supusieron el paroxismo visual para toda una generación y su delicada concepción de la naturaleza quedó impresa en los árboles de Totoro o las ráfagas de viento de Nicky, la aprendiz de bruja. Pero nada de esto fue suficiente para destacar su figura sobre otros animadores míticos de Studio Ghibli como Kitaro Kosaka o Masashi Ando.

¿Coincidencia? Las nuevas cabezas visibles del estudio no lo creen así. Hiromasa Yonebayashi, discípulo de Miyazaki, ofreció una entrevista junto al productor Yoshiaki Nishimura donde opinan que no es fruto del azar que no haya mujeres a los mandos de la compañía. “A diferencia de la acción real, con la animación debemos simplificar el mundo real. Las mujeres tienden a ser más realistas y se desenvuelven con los asuntos del día a día muy bien. Los hombres, por otro lado, tienden a ser más idealistas, y las películas de fantasía necesitan esa aproximación idealista”, ha declarado el joven productor al diario The Guardian. La mecha ha prendido envuelta entre las mejores intenciones. Yonebayashi solo quería destacar que El recuerdo de Marnie respetaba la tradición de heroínas de Miyazaki, pero su productor se fue por otros derroteros. “No creo que sea una coincidencia que se escoja a los hombres”. Y estalló la bomba.

Nadie discute que las líderes de Studio Ghibli son piezas de arte animado que representan lo mejor de la psique femenina. Son poliédricas, valientes, no le temen a la sangre y, lo mejor, se alejan de todos los estereotipos caseros de Disney. Desde Chihiro, la pequeña de diez años que crece más rápido de lo debido, hasta San, la guerrera criada entre lobos en la Princesa Mononoke, o la reina Nausicäa del Valle del Viento. No entienden de patrones y cada una presume de un carácter, edad y procedencia diferente, como diferentes son los ojos al otro lado de la pantalla. Los datos están de su parte y, mientras el 87% de las cintas de Pixar están lideradas por personajes masculinos, el 70% de las protagonistas de Studio Ghibli son mujeres.

Pero las malditas hemerotecas no perdonan y el patinazo de Nishimura ya ha sido tildado de machista en varios medios de todo el mundo. Dicen que su entrevista sigue la línea del “soy sexista, pero no misógino” de Morgan Freeman.

Una ideología que choca frontalmente con la protagonista de su última película, Anna, en El recuerdo de Marnie. Su director, Yonebayashi, la describe como “un personaje andrógino que se encuentra en el momento de transición entre la niñez y la vida adulta”. Anna conoce a Marnie cuando se muda con sus tíos y ambas fraguan una amistad al más puro estilo idilio veraniego. Incluso los fans románticos quisieron atisbar un trasfondo lésbico que nadie se ha esforzado por desmentir. Una reacción silenciosa que les diferencia -una vez más- de los dramas ultracatólicos que surgen en los universos de Disney y Pixar.

“Solo quieren trabajar mujeres”

A pesar de las fantasías homosexuales de los seguidores, Anna es una heroína que nada tiene que ver con el espíritu combativo de las anteriores. El recuerdo de Marnie es suave y reposa la acción en una pareja de mujeres que maduran gracias al apoyo y la amistad femenina. “Yo soy hombre. Si tuviese que diseñar un protagonista masculino seguramente le imprimiría demasiada emoción, y eso sería un impedimento a la hora de contar la historia”, respondía Yonebayashi ante su elección de caracteres.

Como Miyazaki, su protegido prioriza la estructura narrativa y el resultado en la taquilla. La deidad del Studio Ghibli se mostraba muy mundano a la hora de hacer declaraciones y defender sus decisiones al mando de la factoría de animación. Tras la sorprendente confesión de que “sólo hago películas por negocio, no para cumplir un cometido cultural”, Miyazaki alimentaba de nuevo la polémica sexista. Corría el año 2011 cuando el empresario comenzó a tuitear en japonés sobre el preocupante rumbo económico que tomaba Studio Ghibli. No sospechaba que, al otro lado del mundo, había una bloguera bilingüe muy atenta a sus 140 caracteres.

“Dicen que el cine de animación está acabado en Japón. Cuando buscamos nuevos trabajadores sólo se presentan mujeres, y me da la sensación de que estamos terminados. En un último esfuerzo, contamos con gente de fuera (personal externo), pero no podremos hacer eso siempre”, tradujo instantáneamente en su página Anne Ishii.

La internauta le pidió que ampliase sus argumentos, en caso de que estuviese estableciendo un vínculo entre el aciago futuro de la profesión con el exceso de solicitud de empleo por parte de las mujeres. “Creo que sería genial ver a una directora de animación, pero, en lo que respecta a Ghibli, no se me ocurre ninguna para nosotros. ¿Y las recién llegadas? Bueno, creo que las mujeres aprenden increíblemente rápido y tienen mucha iniciativa. Si te fijas en los hombres, incluso hoy en día, trabajan mucho más lento”, reaccionó Miyazaki.

Un techo de bambú

Algunos salieron pronto a reclamar que las declaraciones de Miyazaki provenían de un perfil falso, una defensa que nunca se llegó a corroborar. Mientras tanto, Internet se preguntaba: ¿es la cortina de bambú peor que el techo de cristal para las mujeres?. “Es increíble pensar que el estudio responsable de tantas heroínas fenomenales no crea que las mujeres puedan ganarse el pan en las profesiones modernas”, escribía Ishii en su tribuna. “De hecho, Nausicäa es una guerrera animista; Chihiro y Ponyo son niños como los vecinos de Totoro. Lo más parecido a una mujer profesional en las películas de Ghibli es una bruja que reparte los paquetes de una panadería”, atacaba inclemente la bloguera.

Esta tendencia no es algo que se mantenga en los límites de Tokio, ya que los estudios con los que desayunamos y cenamos en la televisión cojean del mismo pie. Varias dibujantes de Disney y Pixar han salido en los últimos años de las sombras para denunciar que la animación es un club de hombres. Brenda Chapman, la primera ganadora de un Oscar por Brave, admitió que su jefe en Disney la contrató para cumplir con la peliaguda cuota de igualdad. “Realmente me desanimó. Yo quería ser contratada por mi talento, no por mi género”, diría más tarde.

Una historia que se repite y que, en la mayoría de los casos, limita la visión global de la mujer representada (y trazada) en la gran pantalla. Hayao Miyazaki siempre se ha jactado de la madurez de su factoría en comparación con los clásicos de Hollywood. “Nuestros personajes son mujeres valientes, autosuficientes, que no se lo piensan dos veces antes de luchar por lo que creen. Necesitan un amigo o un compañero, pero nunca un salvador”, comparó el director japonés. Superada esa brecha, debería ser el turno de apartar a las heroínas ficticias y homenajear en alto a más mujeres reales como Makiko Futaki.

*Este artículo ha sido actualizado tras su publicación.

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