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Crítica

'Top Gun: Maverick', Tom Cruise se pone las gafas y la chupa de aviador para salvar el cine

Tom Cruise vuelve a montarse en la moto (y en el avión) en 'Top Gun: Maverick'

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Volver a ver Top Gun —la original— debería ser considerado deporte de riesgo. Aquel filme que ha sobrevivido en la memoria de varias generaciones como un icono no soporta una revisión. Es hortera, machirula, con música machacona y con un Tom Cruise que se hacía el chulito y se merecía un capón para que espabilara. Sin embargo, Tony Scott consiguió que aquella película de acción sobre los alumnos de la escuela de pilotos de combate de la marina de EEUU se convirtiera en uno de esos títulos que marcan en todos los campos. Las gafas de aviador, la chupa, las canciones, el Take my breath away cantado en karaokes hasta la extenuación… es indudable que hay un legado ligado a ella.

Recuperar Top Gun para una secuela décadas después era un movimiento que estaba claro que ocurriría tarde o temprano en un Hollywood enfermo de nostalgia que vuelve a sus éxitos para intentar llevar a las salas a las viejas generaciones mientras engancha a las nuevas. Hacerlo con una película como esta era complejo, ¿cómo enfrentarse a un filme que era un elogio de la juventud y la chulería?, ¿crear un nuevo héroe como lo fue Tom Cruise, o convertirle de nuevo en héroe de acción una vez más? También había una decisión en torno al tono de la secuela. Esas estridencias visuales y musicales son casi impensables en el momento actual.

Joseph Kosinski soluciona la papeleta en Top Gun: Maverick —que llega este jueves a los cines tras presentarse en el Festival de Cannes— con un guiño autoparódico y metacinematográfico. Con una escena inicial que no es más que la secuela Top Gun riéndose de todos los clichés de la primera parte. Ahí tenemos a Tom Cruise, subrayado por la banda sonora original, que tras un nuevo desafío a la autoridad tiene que volver a aquella escuela. Lo hace cogiendo sus gafas de aviador, su chupa de cuero, su moto y dando paso a las mismas cartelas con las que comenzaba la original. Los lazos están echados, los fans ya estarán contentos y lo que comienza ya tiene la libertad de volar (un poco) por su cuenta.

Lo que han construido Cruise y Kosinski es un blockbuster como los de antes. Una película grande, estruendosa, simplona en su narrativa y muy divertida. No hay tiempo para el descanso, siempre están ocurriendo cosas, ya sean dramáticas o increíbles escenas de acción. Es un taquillazo fabricado con escuadra y cartabón que funciona a la perfección y que dentro contiene, además, una defensa por ese tipo de cine que llena salas, artesanal y honesto en su propuesta. No intenta Top Gun: Maverick engañar a nadie ni ser lo que no es. No hay pretensiones elevadas, solo llenar salas y divertir a la gente.

La propia trama del filme deja clara su defensa de esta forma de ver y hacer cine. Maverick vuelve a la escuela y tendrá que entrenar a la nueva hornada de jóvenes que quieren ser pilotos. Todo ello en un nuevo contexto, el de los drones que amenazan con sustituir a las personas. La tecnología por encima de los seres humanos, que no es más que Cruise diciendo que un algoritmo nunca podrá sustituir a un filme tradicional. Esto es una película de acción clásica de las que las plataformas no producen. Demasiado cara, demasiado larga, demasiado espectacular. No es una película para que esté un fin de semana en el número 1 de las más vistas de Netflix y luego quede enterrada en ese cajón de sastre que son los ingentes catálogos. Ese espíritu casi de rebelión y defensa se respira en cada poro del filme, especialmente en sus escenas de acción, más épicas y espectaculares que en la primera entrega.

La trama de alumno convertido en maestro es ya un tropo clásico que aquí se aprovecha para apelar también a los fans de la original. Uno de los alumnos será el hijo de su mejor amigo fallecido en la primera película y cuyo trauma no supera. Sin embargo, la mejor baza emocional del filme llega con la aparición fugaz de Val Kilmer, que pese a estar retirado por las secuelas del cáncer de garganta que sufre, aparece en la película en dos momentos que emocionan al traspasar de una forma sorprendente la pantalla y jugar en el terreno de la realidad-ficción. Es imposible no sentir ese abrazo de Cruise y Kilmer como el reencuentro de ambos en la secuela de la película que les hizo estrellas.

Hay una cosa en la que Top Gun: Maverick no ha sabido o no ha querido rectificar a su antecesora. Si en la original el héroe era un chulito aquí ya no lo es, pero eso no quita para que haya una historia de amor que no aporta nada a la trama y que solo sirve para cumplir con todos los cánones del clásico filme de acción protagonizado por Tom Cruise. Su peor error es, además, haber prescindido de la protagonista del filme de 1986, Kelly McGillis. La actriz ha hablado claro sobre su ausencia: “Soy vieja, estoy gorda y luzco de mi edad”. No hay otro motivo para que ni se la mencione. No tiene ni un cameo divertido y nostálgico. En cambio, han colocado a Jennifer Connelly como protagonista, una actriz que luce con todos los requisitos de belleza patriarcal de Hollywood. Hay en cosas en las que Hollywood no cambia, y Tom Cruise sigue en un pasado que defiende las salas de cine, pero también solo a las protagonistas delgadas.

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