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El Conde de Romanones, clientelismo y juego sucio en el siglo XX

Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones, en un retrato en torno a los años 20

Miguel Ángel Villena

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Durante varias décadas, Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones, fue una figura tan popular y poderosa que la gente increpaba a aquellos que demostraban ínfulas o soberbia con esta pregunta: “¿Quién te has creído que eres, el conde Romanones?”. Alcalde de Madrid, ministro en varios gabinetes de la monarquía de Alfonso XIII, jefe del Gobierno en dos ocasiones, presidente del Senado, terrateniente, empresario de minas y dueño de periódicos, Romanones (Madrid, 1863-1950) marcó la política y la sociedad españolas durante todo el primer tercio del siglo XX. Conocido y temido por su astucia, su inteligencia y su falta de escrúpulos, la vida de este noble, cojo desde la infancia por una caída, de nariz prominente y bigote en puntas, no puede reducirse a una visión maniquea ni simplista porque ofrece infinitos matices. Así lo describe la periodista y escritora Mar Abad (Almería, 1972) en una biografía muy ágil, de estilo literario y rigurosa de fondo titulada Romanones, una zarzuela del poder en 37 actos (Libros del KO), a la que ha dedicado varios años de investigación y escritura.

Autora de un libro sobre periodistas pioneras como Carmen de Burgos o Sofía Casanovas —y colaboradora ocasional en la sección de Opinión de elDiario.es—, la escritora de esta biografía se encontró en aquella investigación con el famoso conde por todas partes y por los motivos más variados. “Me intrigó mucho”, afirma Mar Abad en una charla con este periódico, “esa omnipresencia de Romanones en todos los fregados de aquella época porque realmente era el que cortaba el bacalao”. “A partir de esa curiosidad, hallé un personaje con muchas facetas que simbolizó la complejidad de la política y sirvió de retrato de un periodo histórico. A través de Romanones como hilo conductor, puede comprenderse el medio siglo de la Restauración que abarca desde fines del XIX hasta la proclamación de la Segunda República. En cualquier caso, he tratado de huir de sectarismos y prejuicios que han marcado tanto a historiadores de derechas como de izquierdas cuando se han acercado a este animal político”, explica.

He tratado de huir de sectarismos y prejuicios que han marcado tanto a historiadores de derechas como de izquierdas cuando se han acercado a este animal político

Mar Abad Periodista y ensayista

El conde fue un tipo peculiar, un gran seductor y un hábil maniobrero que igual departía con Galdós que con nobles o con campesinos; que lo mismo derribaba gobiernos que traicionaba a sus aliados; que participó en un sinfín de conspiraciones desde las filas del Partido Liberal en tiempos de caciquismo y de clientelismo. “Ahora bien”, aclara la biógrafa, “su perfil es muy ambivalente y poco encasillable. El conde de Romanones fue un gran cacique obsesionado con el poder, pero también un liberal reformista; perteneció a la aristocracia y a las élites gobernantes y, a la vez, fue un laico enemigo de los privilegios de la Iglesia; tuvo negocios empresariales turbios, pero bajo su mandato se aprobaron la jornada laboral de ocho horas o la inclusión del sueldo de los maestros en los presupuestos del Estado. En definitiva, ejerció como un político de muchas aristas y ejemplo del clientelismo y el juego sucio del primer tercio del siglo XX. Tenía ambición de mando por el poder en sí mismo, al tiempo que ambicionaba los cargos para transformar la realidad. Podríamos decir que su biografía representa una radiografía del poder, la del político sin principios, aunque siempre partidario de una monarquía parlamentaria”.

Acosado en el colegio

Sorprende también en Romanones su doble condición de político y escritor, ya que dejó como legado no solo unas interesantes memorias, sino además ensayos, aforismos y biografías de personajes históricos. Publicadas en los años cuarenta, sus memorias se atreven a afirmar que “lo cierto es que encierran lecciones muy aprovechables para las generaciones presentes y futuras”. El conde no pecaba precisamente de modesto. Al compás de esta confesión, Mar sostiene que Romanones sirve “como ejemplo de maestro inverso, es decir, de lo que no debería hacerse en política”. “No obstante”, añade la biógrafa, “siempre defendió la democracia como la mejor opción frente a la alternativa de las dictaduras. De hecho, se opuso a la dictadura de Primo de Rivera y conspiró contra este general que gobernó con el apoyo de Alfonso XIII entre 1923 y 1930”. Después de aquella experiencia fallida, Romanones propuso celebrar las decisivas elecciones municipales de abril de 1931 que abrieron el paso a la República. Y, como muestra de su papel fundamental en la época, el conde fue el encargado por Alfonso XIII de negociar la salida de España del monarca con Niceto Alcalá-Zamora, presidente del Gobierno provisional republicano.

Por otra parte, la vida de Romanones, personaje todavía hoy poco conocido por el gran público y sujeto a muchos tópicos y leyendas, significa un modelo de superación a partir del acoso que sufrió de niño por su cojera. Cruelmente caricaturizado por los dibujantes de la época y cantada su ambición y sus defectos físicos en coplas populares, el conde logró vencer a las adversidades. “Creo”, opina Abad, una periodista que ha transitado por diversos medios y géneros periodísticos, “que el conde aguantó insultos y burlas y su ambición derivó hacia la cultura y el poder político. En realidad, su cojera resultó un acicate para ser un buen estudiante y convertirse más tarde en un intelectual admirador de Francia e Inglaterra que se volcó en la política, una combinación poco frecuente. Baste decir que en la Universidad se peleaba con sus compañeros para sentarse en la primera fila y seguir con más atención las explicaciones de los profesores”.

Apoyo a los sublevados

Ya anciano, Romanones apoyó la sublevación militar de 1936 contra la República y el régimen franquista lo premió con un puesto de procurador en las Cortes que ocupó un par de años en la posguerra. No obstante, según la biógrafa, el conde no dejaba de resultar un personaje incómodo para la dictadura porque, sobre todo, apostaba por una monarquía parlamentaria y llegó a estar en contacto con don Juan de Borbón. “Hasta tal punto el franquismo tomó distancia con Romanones”, explica Mar Abad, “que sus memorias fueron censuradas en varios capítulos”. A pesar de que su funeral en 1950 estuvo rodeado de pompa y solemnidad, los propagandistas de la dictadura no prestaron mucho interés a reivindicar la figura de un conde que escribió aforismos como este: “Es la sutileza gran condición para la vida política. Es penetrar en el pensamiento ajeno sin rastros de violencia”. Está claro que las dictaduras ni suelen ser muy sutiles ni excluyen la violencia en su actuación.

Como ha ocurrido con tantas otras figuras históricas que pueden brindar lecciones de presente, el rastro de Romanones se fue difuminando con el paso del tiempo. Pero Mar Abad sostiene en su “zarzuela del poder en 37 actos” que fue en busca de Romanones porque entendió que para conocer la historia de la Restauración y de la monarquía de Alfonso XIII, debía conocer al conde, un hilo conductor que recorrió medio siglo de España.

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