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Los condes de Urgell se alían con la tecnología para regresar a sus sepulcros

Escaneado de la tapa del sarcófago del vizconde Álvaro

José María Sadia

27 de abril de 2023 21:44 h

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Sería incluso divertido, si no hablásemos de un tema extremadamente serio, fúnebre, que no deja de ofrecer giros de guion, a cuál más sorprendente. A finales del siglo XIII, Armengol X, conde de Urgell, puso en marcha un ambicioso proyecto. Sería el primer noble del territorio catalán en construir un panteón dinástico para toda su familia, según la teoría de la experta Francesca Español. Aprovechando el favorable viento económico de la época, se volcó en embellecer el monasterio de Santa María de Bellpuig (Os de Balaguer, Lleida), en cuya iglesia situaría hasta cuatro sepulcros góticos de bella factura. Al fallecer en 1314, Armengol ocuparía la última de las sepulturas, acompañando a su hermano, el vizconde Álvaro, a su padre Álvaro Rodrigo Cabrera —también conde— y a la segunda esposa de este, Cecilia de Foix. Pero aquel sueño cumplido de descansar juntos eternamente tornaría en una pesadilla interminable con el paso de los siglos.

Primero, porque el monasterio premonstratense cayó en desgracia en 1835, producto de la desamortización de Mendizábal. Abandonado a su suerte, maldita la hora (o el año, 1894) en que un banquero leridano, Agustín Santesmases, se hizo con la propiedad de Santa María de Bellpuig. Una adquisición que quiso rápidamente rentabilizar con la venta de lo más preciado que albergaban sus muros: cuatro sepulcros góticos del siglo XIV fabricados en piedra caliza. Poco importaba entonces el sueño de Armengol X. En 1906 Santesmases llegó a un acuerdo con uno de los anticuarios más importantes del país: Luis Ruiz, quien envió a la abadía a un ejército de operarios para desmontar y transportar las tumbas, tras un cuestionable pago de tan solo 15.000 pesetas.

“Aquello fue un error histórico”, no se cansa de repetir Robert Porta, actual director del monasterio, rescatado hace un siglo por los hermanos maristas. Se refiere tanto a la venta de los sarcófagos —parte de un edificio declarado patrimonio nacional en 1931— como a la forma en que la memoria de los condes de Urgell fue ultrajada. Porque los operarios vaciaron las tumbas de cualquier resto humano sin el menor signo de humanidad, un oprobio que encolerizó entonces a vecinos y cargos políticos de Lleida, originando un escándalo que llegó a las Cortes españolas. Ni en la peor pesadilla podría haber imaginado Armengol X el saldo de lo sucedido: sus restos mortales y los de su familia, mancillados; sus sepulturas camino de Nueva York, en cuyo museo The Cloisters se exhiben desde mediados del siglo pasado como una verdadera obra de arte.

Una herida a punto de restañarse

Casi 120 años después de todo aquello, la herida está a punto de suturarse. No es que el monasterio de Santa María de Bellpuig vaya a recuperar las tumbas auténticas; no renuncian al propósito, pero ya en los años sesenta el Metropolitan dejó claro que las piezas no estaban en venta y en ningún momento se ha apartado de esa posición. “Actualmente no podemos tener los originales porque están en Nueva York; vamos a hacer una reproducción, que es lo que podemos aportar en la época que vivimos, y así ayudar a corregir ese error histórico”, sostiene Robert Porta. Un proyecto que dio un paso adelante en 2019, cuando la colaboración con el Metropolitan permitió escanear las cuatro sepulturas. A partir de entonces, la idea no ha parado de sumar avances.

“El próximo mes de junio tendremos el primer sepulcro, el más sencillo, en una capilla lateral de la iglesia, donde estaba situado el original”. Porta resume así un logro que se ha encontrado por el camino una dificultad tras otra. Para empezar, las deficiencias en el escaneado digital identificadas por los técnicos que llevan a cabo la fabricación del sarcófago del vizconde Álvaro, hermano de Armengol X. “Llevamos muchos años trabajando con escáneres y hemos podido resolver los problemas de falta de información en algunas partes de los archivos”, explica Francesc Montero, gerente de 3D Tècnics, la empresa especializada de Girona que ultima la primera reproducción. El responsable detalla que las fotografías del sepulcro han permitido “rellenar” los vacíos de datos. Aunque, en realidad, hay algunas lagunas que difícilmente serán subsanadas: el Metropolitan únicamente ha escaneado las piezas tal y como están, sin moverlas, de tal manera que nunca habrá información de la cara posterior ni del interior de los recipientes.

El otro gran escollo del proyecto también ha encontrado una solución feliz. Cuando Armengol X ideó la fabricación de los sarcófagos, se utilizó piedra caliza de la zona, un material que se tallaba a mano con maceta y cincel, pero que es incompatible con las máquinas actuales de desbastado. “Es un tipo de piedra que contiene corindón —un elemento abrasivo que se utiliza en el papel de lija— en grandes cantidades; si empleas una herramienta que debe durar una semana, como la fresa de diamante, con esta piedra se habrá quedado sin corte en tan solo diez minutos”, detalla Francesc Montero. Pero la solución estaba en la propia empresa: una piedra artificial denominada macril, con un peso y una resistencia muy elevados, con la que se crean imágenes “que no se distinguen de la piedra natural”.

Y así es como los técnicos han obtenido ya el recipiente funerario, mientras avanzan en la talla de los sopores y de la tapa, en la que aparece el relieve del vizconde Álvaro. Aunque el trabajo dista todavía de estar terminado. “Mucha gente piensa que la tecnología 3D consiste en apretar un botón y la pieza sale hecha, pero no es así; cuando sale es un desastre”, dice Montero, quien reivindica la labor posterior, la más importante, costosa y larga: “Hay que darle la impronta artesanal y el alma a la pieza, y eso la máquina no puede hacerlo”. De ahí que la firma se haya especializado, precisamente, en unir los últimos avances tecnológicos a la sabiduría artesanal de siglos. “Nuestra especialización nos hace únicos en parte de Europa”, subraya el responsable de 3D Tècnics, que acumula un catálogo de reproducciones históricas, entre las que figuran fieles copias de los cristos catalanes de Cardona o Capdella.

Los tres entierros de los condes

Con la llegada del sarcófago del vizconde Álvaro en verano —será oficialmente presentado a finales de año—, el monasterio va completando las fases de un proyecto financiado hasta la fecha por la Diputación de Lleida. El capítulo actual se cerrará una vez que se fabriquen e incorporen las otras tres reproducciones, que irán situadas en el altar, como en los orígenes de la abadía premonstratense. Llegará entonces, quizá, el momento más especial y emocionante. “Se abrirán los sepulcros provisionales donde están mezclados los restos de los condes, se analizarán, separarán y colocarán en las nuevas tumbas”, avanza Robert Porta. Una operación llamativa, pero que tampoco es original. El director recuerda los estudios realizados hace una década en el monasterio de Santes Creus (Tarragona), donde fue analizada la sepultura intacta de Pedro III de Aragón con la ayuda de las últimas tecnologías. Con una diferencia: el descanso del rey aragonés nunca fue interrumpido.

Porque desde que en 1906 aquellos insensibles operarios despojaron los sepulcros de los condes de sus restos mortales, Armengol X y los suyos han sido enterrados en tres ocasiones… a la espera de una cuarta y definitiva. Entonces, el Obispado de Urgell y el Ayuntamiento de Os de Balaguer quisieron reparar aquella humillación celebrando un funeral en toda regla: los enlutados vecinos presenciaron el traslado de los huesos al cementerio de la cercana localidad de Villanueva de la Sal, donde lloraron el nuevo entierro de las dignidades, como si estas acabaran de fallecer. En 1967, el régimen franquista consintió en celebrar una nueva ceremonia de reparación, devolviendo los restos al monasterio de Santa María de Bellpuig en una pomposa procesión, en la que no faltaron ni el estruendo de las escopetas ni las cámaras del NO-DO. En realidad, querían presionar al Metropolitan para que devolvieran las tumbas originales, pero se toparon contra un muro.

Desde el monasterio de Santa María de Bellpuig observan la posibilidad de recrear los sepulcros y celebrar ese cuarto entierro devolviendo los restos a cada tumba como una oportunidad que va más allá de una mera cuestión histórica. “Ahora mismo, el monasterio es un punto de dinamización para atraer gente a un territorio que se está despoblando y que está envejeciendo”, reivindica Robert Porta, quien sostiene que el coste global de las reproducciones —unos 100.000 euros de dinero público— será “rápidamente amortizado” en la zona de la sierra leridana del Montsec, a través de un emergente turismo. “Debemos trabajar, por ejemplo, en una ruta del Condado de Urgell, que no está desarrollada desde un punto de vista turístico”, añade el director del monasterio. El gancho es un territorio ciertamente apasionante: a un lado, los condados catalanes; al otro, el extremo más septentrional de Al Andalus y, de fondo, la primera etapa de la Reconquista de los reinos cristianos. Y hoy, los vestigios de aquella etapa convulsa de la que fueron testigos los condes de Urgell.

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