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Joana Biarnés, la increíble historia de nuestra primera fotoperiodista

Joana Biarnés en la Plaza de Oriente (Madrid) / Joana Biarnés

Mónica Zas Marcos

Corría el año 1965 cuando Joana Biarnés se coló en el avión privado de los Beatles y más tarde en su habitación del Hotel Avenida Palace de Barcelona. No buscaba una gran historia, ni un artículo en el que describir las extrañas manías del cuarteto en su intimidad. Ella necesitaba una fotografía. Sus compañeros de profesión rabiaron ante la exclusiva y le culparon de coquetear con los de Liverpool para acceder a su suite disfrazada de groupie. Los periódicos descartaron su reportaje gráfico por hacer alarde del impúdico estilo de vida hippie y atentar contra la integridad del régimen. Cinco décadas después, ese álbum tiene tanta carretera como la de sus protagonistas y los marchantes se rifan la copia original. 

Este reconocimiento tardío forma una apropiada simbiosis con la apasionante existencia de Biarnés. El documental Una entre todos hace las veces de homenaje y de lección de historia para reclamar a una de las grandes olvidadas de nuestro país. Después de recorrer varias salas de Cataluña de la mano de El documental del mes, la gira de Juanita se traslada a otras comunidades como Madrid, que lo proyectará mañana en la Cineteca del Matadero.

Al otro lado del teléfono nos atiende la que ha compartido metros cuadrados con ídolos de masas, fue la fotógrafa preferida de Dalí y recibió un beso afectuoso de Clint Eastwood sobre la alfombra roja de los Oscar. Biarnés está a punto de cumplir 81 años y se antoja como una narradora omnisciente de sus propios recuerdos. “Es una pena que no podamos hacer la entrevista en persona, te sacaría todas las cajas de fotografías”, nos dice mientras apretamos las tuercas de su memoria. Pero no hay lagunas entre el rosario de fechas ni lucha de egos con sus extravagantes compañeros de batallas.

“Ahora entiendo cuando Raphael me hablaba de sus semanas de promoción”. En su tono no hay reprobación, sino una infinita gratitud hacia este segundo descubrimiento, que también le ha servido para reconciliarse con sus inseguridades. “Yo nunca creí en mi trabajo”, nos confiesa. En su voz anciana reconocemos a la Juanita de veinte años que respiró el amor por una cámara réflex en el estudio de su padre. “Cuando vio mis primeras fotos, se le vino a la cabeza el hijo que siempre quiso para trabajar con él”, evoca. En las imágenes intangibles de Biarnés no hay John Lennon, Orson Welles o Juan de Borbón que puedan hacer sombra a la figura de su maestro y progenitor.

“Me flagelaron bien”

“Para poderme incorporar a esta profesión tuve que sufrir unos cuantos latigazos. Me flagelaron bien. Pero yo quería que mi padre se sintiese orgulloso y plantarles cara a todos”, y poco a poco empieza a salir la Joana rebelde. La catalana recuerda dos golpes especialmente duros. El primero fue cuando un árbitro paró un partido de fútbol para instarla a abandonar el campo. “Me llamaron guarra, las gradas me rodearon mientras chillaban y pitaban”. El segundo mal trago lo sitúa en el matadero de Barcelona, donde le obligaron a hacer un reportaje en profundidad de la carnicería. “Sabían que odiaba la sangre, no soportaba las corridas de toros y me pusieron a prueba. También fue la primera vez que me dijeron que iba a ser una gran reportera”.

En su salto a la capital, el objetivo de Joana sirvió a las órdenes del diario Pueblo, donde demostró su valía para colocarse entre otros nombres sonados como Jesús Hermida o Arturo Pérez Reverte. Como buena fotógrafa de los años 60, se llevó varios golpes psicológicos en relación a su feminidad y otros tantos físicos por la época que le tocó cubrir. Recuerda cuando los grises se ponían especialmente agresivos al verla aparecer por las Cortes. También cuando le recomendaban que se “tiñese más de rubia para conseguir mejores exclusivas”. 

Entre críticas y desprecios, Joana habla de sus cómplices femeninas, como la fantástica retratista Colita. “El apoyo de las mujeres sí lo tuve. Hacerme con el de los hombres me llevó un poquito más de tiempo”. Mientras la sociedad avanzaba y se despojaba con timidez del lastre retrógrado, Biarnés conquistaba a personalidades de alta cuna y a celebridades del star system patrio e internacional. Pero estos reconocimientos no mermaron su compromiso social. Y cuando la crónica de actualidad y el periodismo a pie de calle no servía de reclamo, le forzaron a virar hacia el escándalo y el morbo. “El director de una revista me enseñó unas fotos de Lola Flores y sus hijas vestidas de Reyes Magos como ejemplo de lo que vendía”, recuerda apenada. Fue entonces cuando decidió abandonar y abrir un pequeño restaurante con su marido en Ibiza. El resto es historia.

Memoria fotográfica

Joana se define como una fotógrafa de exteriores. Le gustaba catalizar las emociones de una persona o de un evento a través de los alrededores y del atrezzo natural. Sin embargo, algunas de las fotografías más míticas que ocupan su álbum personal son de estudio y de personajes mediáticos. La fotógrafa nos describe con anécdotas irreverentes esas imágenes monocolor que hoy forman parte de la memoria colectiva. 

Tres horas con los Beatles

“En el 65 venían triunfadores, pero eran unos chavales muy sencillos y muy frescos. Fue un encuentro ideal. Ringo Starr me abrió la puerta del hotel porque me reconoció del avión y se debió creer que era una fan loca. Paul McCartney y Harrison me empezaron a preguntar sobre la gastronomía de Cataluña, el pan con jamón y la butifarra. Casi el más desinteresado era John Lennon. Estuve tres horas con ellos mientras mis compañeros fotógrafos esperaban en las escaleras. Conseguí la foto desde el baño del jet privado, aún no sé cómo no me echaron los guardaespaldas.

Después, los periódicos me dijeron que no podíamos promocionar a esos melenudos que fumaban porros y perturbaban a la juventud. Con todo lo que me arriesgué, imagínate mi cara cuando no me compraron una exclusiva mundial. Que todavía hoy es mundial“.

La lotería de Salvador Dalí

“Era un hombre que creaba noticia con tan solo levantar una mano. Había que estar. Yo tuve la fortuna de caerle muy bien y siempre me llevaba con él cuando necesitaba hacerle un reportaje. Además le gustaban mucho las mujeres, lo que era un añadido.

Mi gran anécdota con Dalí fue en 1964, cuando mi periódico me envió para que adivinara el número de la lotería nacional. Escribió el sesenta y cuatro mil algo y puso su firma...¡la verdadera! Cuando llegué, el redactor jefe me dijo que solo había hasta 55.000 números. Volví y le dije: “maestro, me has metido en un lío”. Le hice una secuencia de fotos mientras me dibujaba el nuevo número. Lo apasionante es que durante el proceso creativo era un hombre normal, con gafas y actitud concentrada. Pero en la última foto, cuando me enseñó el resultado, se convirtió en Dalí el personaje. Con esos ojos abiertos y el gesto extravagante“.

De toros con Orson Welles

“A Orson le conocí en las corridas de Sevilla. Le recuerdo entrando por un callejón como un toro, era muy imponente. Todos los medios le querían retratar, pero a mí ya me conocía y podríamos decir que colaboraba. Posaba o se ponía el puro en la boca”.

El decoro de Carmen Sevilla

“La cámara se enamoraba de Carmen. Era un regalo, entre la sonrisa y la transparencia de sus ojos. En cuanto miraba al objetivo se me disparaba el dedo como loco. Tenía esa frescura. En este caso, la historia estaría en el corpiño que llevaba. Como ella era muy casta y esta prenda femenina era demasiado íntima, me decía siempre: ”cuidado que no me salgan mucho las tetas“.

Esta foto la hizo relajada porque estaba delante de una mujer. No creo que a un hombre le hubiese salido tan natural. Esa era mi ventaja respecto a los compañeros. Aunque también me ocurría al contrario. Eso me pasaba con las estrellas de Hollywood y los actores guapos. Primero estaban tímidos, porque no estaban acostumbrados a fotógrafas, pero luego ya posaban de cine, como unos galanes“. 

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