Los idus de marzo
El mismo fin de semana que conocimos al Cordero, el mismo en el que las calles se llenaron de ira por la dignidad, murió el ex presidente Adolfo Suárez, el hombre que se atrevió, empujado por el deseo silencioso de todos los españoles, a transformar la dictadura en democracia. Con él cultivamos el acuerdo y el consenso en la tierra de la represión y la intolerancia, y se restableció la piel de un país que se había convertido en estatua de sal durante más de 30 años doblado por el dolor y la crueldad de una guerra civil. Ese mismo fin de semana en el que toda España manifestó su cariño, agradecimiento y respeto ante el legado ejemplar de Adolfo Suárez, y el cincel grabó en la piedra para siempre “La concordia fue posible”, mis amigos indignados golpeaban sus jarras de cerveza en nuestra mesa en el Mesón y, calentitos como estaban, se declaraban dispuestos a matar o morir por nuestros derechos.
-Ya está bien de consenso.
-La generosidad es una estupidez.
-La Transición es un engaño.
-La maza de la historia siempre aplasta a los soñadores y a los pacíficos.
Y el Cordero, que acababa de conocernos y que no entendía para qué tanto ruido, abrió por primera vez la boca para engullir un pelotazo de vodka y para rumiar:
-No me extraña.
-¿El qué?
-Que dimitiera. Que al final dimitiera de todo y de todos.
Se acercó a nuestra mesa llena de golpes de jarras de cerveza. Un pavo espléndido. Y preguntó si podía sentarse con nosotros.
-Claro.
Fue hace dos semanas en el Mesón. El pavo, cuando quiso, nos contó que era ruso, pero que en Rusia le llamaban el Español. Y en las playas de Santa Mónica, en Los Ángeles, donde había vivido desde que cumplió los 20 años, los surferos le llamaban el Cordero.
-¿Y por qué el Cordero?
Se encogió de hombros y esbozó una leve sonrisa. Y la verdad, en ese momento, con la cabeza ligeramente inclinada y esos ojos de miel y esa barbita rala y rubia adornando su cara de eslavo, realmente tenía pinta de cordero. Pero mirando su cuerpo grande y atlético y su piel arrasada por la sal del Pacífico y su poderosa mandíbula siempre apretada, a mí más bien me pareció un lobo estepario.
-¿And why not the Lamb? En California...
-Por mi origen español.
-Pero ¿no eres ruso?
-Mis padres eran españoles. De aquí, de Las Rozas.
-¡Hm! ¿Y qué haces aquí ahora?
-Bebo -y para que no hubiese lugar a dudas, se vació un vaso de vodka de un trago, ¡a esas horas!
Estoy solo a las tres de la madrugada delante de la chimenea intentando reseñar los hechos más relevantes del pasado mes de marzo.
Uno: El décimo aniversario del 11-M. Ha sido duro volver a ver las imágenes de la tragedia. La fuerza del mal ¡cómo retuerce los hierros! Y el dolor de los que perdieron sus seres queridos. El dolor interminable. Y la cara de circunstancia de los representantes de las instituciones y poderes del Estado. Y el penoso recuerdo de un país zarandeado por un atentado. Pero el pueblo de Madrid, los héroes de Atocha, se portaron como gigantes. ¡Guau! ¡Cómo saltan chispas ahora en la chimenea!
Dos: La paella de Valdemoro. Que terminó con la destitución del hijo de Tejero. Tiene sentido. El menú no es correcto. La paella es un espectáculo de gran belleza y sabor. Y El 23-F es un espectáculo patético. Si no míralo hoy en YouTube y me dices. ¡Vaya! Tengo que atizar el fuego porque se está viniendo abajo.
Tres: ¡Arrollador! El triunfo póstumo del Presidente Suárez. ¡Qué noble país!
Cuatro: La aparición del Cordero en El Mesón. ¡Qué personaje!
Cinco: La crisis de Ucrania. ¡Uf!
Seis: La nueva bajada del paro. Y lo más importante, según dicen: que se consolida la tendencia. ¡Joder! ¡Ahora sí que tira el fuego de la chimenea! ¡Dios, qué energía! De todas formas, amigo insomne, ya sabes: “¡Cuídate de los idus de marzo
El lunes pasado estábamos casi todos desayunando en El Mesón. Creo que estábamos el Gay, los Manolos, el Cordero y yo, y en la televisión se veían soldados rusos que no eran rusos pero que todo el mundo sabe que son rusos paseando sus blindados en el aeropuerto militar de Sebastopol.
-Esa gente no ha entendido muy bien lo del derecho internacional -dijo el Manolo A.
-Es que a nadie le gusta perder lo que en justicia cree que le pertenece –le replicó el Manolo B.
-A veces es mejor perder que ganar.
-A veces no se sabe qué es lo mejor.
-El bien común siempre es lo mejor -sentenció el Cordero sin mirar a nadie.
En ese momento se me resbaló la taza entre los dedos. Instintivamente, me eché hacia atrás, con tanta violencia que tiré la banqueta que había allí. La banqueta sonó como una bomba al caer al suelo. El café que quedaba en mi taza salió volando hacia mis amigos. Todos, instintivamente como yo, saltaron hacia atrás olvidando sus propias tazas. Y todas las tazas lanzaron al unísono el líquido oscuro sobre el espacio común, de forma que todos recibimos nuestra correspondiente ración de ducha negra. Solo el Cordero se salvó. Como buen surfero midió las olas y con un movimiento elegante las esquivó sin pestañear.
Yo miré aterrado el desastre múltiple esperando la bronca total mientras sostenía bien alta y bien lejos mi taza vacía, como intentando demostrar mi inocencia ante las camisas, camisetas, corbatas y chaquetas visiblemente perjudicadas.
-Pero bueno, ¿qué ha pasado? -preguntó riéndose el camarero más amiguete.
-Nada, que Rusia desentierra sus viejos demonios. Que Ucrania se hunde en la ruptura. Que Crimea canta y baila en el vientre de su amada matrioska. Que Europa se come los mocos. Y que Estados Unidos restalla el látigo en el aire, sin despeinarse.
-No, si yo pregunto por el café.
-¿El café? Ya ves. Café para todos. La alternativa al bien común: el mal común –le contestó el Cordero ocultando su risa con su vaso de vodka.
-Pues alguien tendrá que pagar los platos rotos.