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La cultura pop se mira el ombligo

Pobre niño rico (y famoso): Justin Bieber

John Tones

Lee un fragmento del libro

Es un fenómeno tan antiguo como la propia cultura de masas desde el momento en el que las revistas de cotilleos decidieron que las vidas de los actores de Hollywood podían y debían ser tan turbulentas como las de los protagonistas de los folletinescos dramas de ficción de la época, y la propia meca del cine, aún silente, vio el desorbitado interés que las biografías más sórdidas de sus astros despertaban entre el público.

Y no hace falta remontarse a los orígenes de la Babilonia moderna: desde que los Beatles se retrataron a sí mismos como un grupo pop que huía de sus fans en sus películas con Richard Lester, y más tarde como dibujos animados modelados por la psicodelia, la música pop de masas ha intentado entenderse a sí misma. Casos de los que nunca se sospecharía la más mínima capacidad autorreflexiva como las Spice Girls gestaron su Qué noche la de aquel día a medida con Spiceworld, y la música prefabricada para adolescentes ha llegado hasta tal punto de autocontemplación y referencialidad que es imposible interpretar en toda su complejidad fenómenos como Kanye West o Miley Cyrus sin un manual de semiótica al lado.

Uno de los últimos ejemplos de esta capacidad de la cultura pop para entenderse, criticarse, contemplarse y explicarse está en La canción de amor de Jonny Valentine, la última novela de Teddy Wayne recién publicada por Blackie Books, en la que se nos detalla la vida de un adolescente que arrasa en las listas de éxitos con temas bañados en melifluo desamor juvenil, en un reflejo más o menos grotesco, más o menos malvado, más o menos compasivo, de Justin Bieber.

Wayne recicla a Salinger en una especie de versión mass media para el siglo XXI y, tal y como conseguía en su primer libro, Kapitoil (en el que observaba el origen del 11S a través de un prisma insospechado), encuentra una dialéctica literaria original y distinta en el imberbe astro Jonny Valentine: “La voz de Jonny”, nos cuenta Wayne, “es una amalgama de inocente gramática preadolescente y de cínico vocabulario de adulto experto en marketing, versado en la jerga de la industria”. Wayne adquirió el conocimiento sobre ese argot industrial en los años que pasó entrevistando a quienes manejan los hilos de la cultura pop moderna en una columna sobre negocios para The New York Times.

“Me gustaría dejarlo, pero sigo por y para mis fans”

La carrera del ídolo real Justin Bieber está en un punto complicado: a punto de lanzar un nuevo disco al que no se le está prestando casi atención, estrenar una película documental sobre sus giras y su trayectoria, aun reciente la onda expansiva de su poco discreto paso por un burdel brasileño y recién anunciada una retirada que posiblemente quede como un paso en falso. El experto en cultura pop Josep Vinaixa nos lo descifra así: “Es marketing al estilo del 'Lady Gaga is over', de cuando la diva lanzó Artpop; Justin está haciendo algo parecido, denunciando cómo solo se habla de lo mal que hace las cosas. Este falso abandono es una especie de 'me gustaría dejarlo, pero sigo por y para mis fans'”. Parece un momento especialmente apropiado para que la propia cultura pop se mire a sí misma con ojo crítico.

Wayne reconoce que su propuesta con Jonny Valentine no es la primera: para preparar la novela, afirma, “leí biografías y autobiografías de unos cuantos niños estrella, de Jackie Coogan, primer niño actor de Estados Unidos en los años veinte, hasta Drew Barrymore o Michael Jackson, así como algunos textos críticos sobre el tema”. Aún así, su punto de vista es novedoso gracias a que las vivencias de Valentine, marcadas por su posesiva madre y manager Jane y por la invisible presencia de un padre al que no ve desde hace años, están mediatizadas por cómo fans, equipo, compañeros y, sobre todo, prensa, ven el fenómeno Valentine.

Wayne incluye en el libro textos que imitan desde un periodismo serio e informativo a extractos de revistas de cotilleos o para adolescentes: “Quería satirizar un amplio rango de estilos, desde los típicos de la prensa amarillista a un periodismo más distinguido, incluyendo el de los sitios donde escribo yo mismo (el autor de la columna Gritos y Murmullos del New Yorker, en la novela, tiene un nombre sospechosamente parecido al mío). Tuve esta idea desde el principio, quería mostrar cómo los medios (incluyéndome a mí) son cómplices a la hora de convertir en salvajes a las figuras públicas, y cómo el público (incluyéndome a mí) rapiña esta información en busca de entretenimiento y sin pensar en los seres humanos que hay detrás de ellas”.

La canción de amor de Jonny Valentine es muchas cosas (el propio Wayne la define como “una clásica historia de pérdida de la inocencia, un relato sobre la banalización del talento, un retrato de la industria del entretenimiento y cómo la consume el público”), pero es ante todo una llamada de atención para los que fagocitamos cultura pop sin descanso. No es nuevo que ésta se comporte como una serpiente en eterna ingestión de su propia cola, pero nunca está de más que aprendamos a detectar sus trampas.

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