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Un boom editorial llamado Rebecca Solnit: la escritora a la que los hombres no le explican cosas

collage solnit

Berta Gómez

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Rebecca Solnit se conecta a una videollamada donde la esperan, en una rueda de prensa virtual, más de 30 periodistas cargados con preguntas de todo tipo. El motivo: se acaba de publicar en España su libro de memorias Recuerdos de mi inexistencia (Lumen). ¿Qué opinas de la prostitución? ¿Y de las nuevas masculinidades? ¿Cómo ha cambiado San Francisco en los últimos años? ¿Se puede estar contra el aborto y ser feminista? ¿Cuál es tu pulsión para la escritura? ¿Cuándo van a dejar los hombres de explicarnos cosas? Todas estas preguntas van encadenándose durante la hora que dura la charla y, a pesar de su disparidad, ninguna parece estar fuera de lugar. Y es que si bien su obra ha llegado a las librerías españolas de sopetón, desordenada, en apenas seis años, en realidad Rebecca Solnit es una escritora consagrada –ha publicado más de 20 libros desde 1991– y su obra abarca una amplia variedad de temas que, al mismo tiempo, hacen complicado condensar en unas pocas palabras lo que representa su figura.

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De entrada, tratar de explicar los motivos de su éxito fuera de los Estados Unidos podría parecer una forma de ahondar en lo evidente: el nombre de Rebecca Solnit es hoy la nota a pie de página del concepto de mansplaining, la referencia académica de un anglicismo que se ha vuelto moneda de uso corriente. Los hombres me explican cosas, que desembarcó en 2017 en nuestras librerías, era la rúbrica teórica a unas ideas que ya habíamos interiorizado como herramientas de autodefensa feminista. En su libro, Solnit hablaba de un malestar invisible, de una opresión leve pero persistente, casi siempre asfixiante, que hasta ese momento no podía ni tan solo llegar a expresarse porque no tenía nombre: “la violencia es una manera de silenciar a las personas, de negarles la voz y su credibilidad, de afirmar tu derecho a controlarlas sobre su derecho a existir”. 

Gracias a Solnit, esto era algo que ya conocíamos cuando la editorial Capitán Swing publicó por primera vez en castellano Los hombres me explican cosas. El libro, por supuesto, fue un éxito. En palabras de su editor, Daniel Moreno, “a raíz de esa publicación, Solnit ha adquirido una nueva audiencia: más jóvenes y en su mayoría mujeres. ”Mansplaining“ se convirtió rápidamente en un término tan esclarecedor como descriptivo. Solnit, la rara ensayista, se convirtió repentina e inesperadamente en un icono progresista, una anciana sabia”. Aunque desde la editorial ya habían publicado Wanderlust un año antes -un libro que aborda la relación entre el pensamiento y el acto de caminar-, la recuperación de la obra de Solnit fue progresiva a partir de ese momento.

Cada nuevo libro parecía abrir una dimensión diferente de la ensayista: en Esperanza en la oscuridad hablaba sobre el poder del activismo de base; en Un paraíso en el infierno investigaba prácticas de resistencia en medio de la crisis, intentando articular utopías políticas en medio del desastre; en El arte de perderse retomaba las ideas sobre la importancia filosófica del paseo, de deambular sin rumbo fijo, y ofrecía una crítica al imperativo productivista del neoliberalismo contemporáneo.

“Nosotros hemos ido descubriendo a Rebecca poco a poco, casi a medida que la íbamos publicando”, continúa Moreno. “Es una autora muy interdisciplinaria, que escribe sobre muchos temas diversos que nos interesan y que son ejes centrales del contenido de la editorial, por eso hemos ido publicando gran parte de su obra, más allá de su rendimiento comercial: desastres naturales, planificación urbana, caminatas, gentrificación, etc.” 

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Sin embargo, el interés que cinco años y muchos libros después nos sigue generando la obra de Solnit difícilmente puede reducirse al “efecto mansplaining”. “Sus escritos sobre medio ambiente, género, derechos humanos y violencia contra la mujer, todos los cuales se remontan a décadas atrás, esparcidos entre sus muchos otros temas, parecieron repentina y notablemente proféticos”, apunta el editor de Capitán Swing, que sugiere una lectura mucho más interesante de este boom tardío, cocinado a fuego lento y que ha tenido mucho más que ver con la relevancia cultural de las ideas de la autora que con la cantidad de libros vendidos.

“Por extraño que parezca, la nueva popularidad de Solnit revela más sobre sus lectores que sobre ella. El hecho de que muchos trabajos suyos parezcan repentinamente oportunos ahora y que fueran escritos años antes y no recientemente hace que sus ideas parezcan aún más verdaderas, dándole la apariencia de un texto profético. Es como si su escritura pareciera haber dicho milagrosamente hace mucho tiempo las cosas que muchas personas ahora quieren escuchar, consumidas como bálsamo y grito de guerra.” 

Esta popularidad ha hecho que su último libro -cuya traducción nos llega por por primera vez apenas unos meses después de su publicación en Estados Unidos- se traduzca en una editorial como Lumen (Random House), y que aparezca casi al mismo tiempo que La madre de todas las preguntas (Capitán Swing), una colección de ensayos de 2015 a 2018 en los que abordaba, con perspectiva de género, una particular historia del silencio. El cambio de editorial es simbólico teniendo en cuenta que se trata de un escrito en el que Solnit rememora los inicios de su carrera como ensayista, y habla sobre cómo fue forjándose en ella la necesidad de escribir en un pequeño piso de un barrio marginal de San Francisco.

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Allí fue donde decidió, sin que fuera del todo consciente, que el motor de toda su escritura sería la necesidad de observación del mundo y su posterior reflexión: “en aquel pequeño apartamento encontré un hogar donde metamorfosearme, un sitio donde quedarme mientras cambiaba y me creaba un lugar en el mundo”, narra en Recuerdos de mi inexistencia. “Acumulé habilidades, conocimientos y, al final, amistades, además de adquirir una sensación de pertenencia. O mejor dicho, al crecer descubrí que los márgenes podían ser el lugar más rico, una atalaya entre territorios de los que se podía entrar y salir”. 

Si hoy la podemos ver como una profeta, como alguien que pudo anticiparse a los grandes problemas de nuestro presente, es porque detrás de los libros de Solnit no hay un proceso de creación solitario, solipsista, típico del escritor que vive encerrado entre las cuatro paredes de su estudio. Todo lo contrario: siguiendo su instinto de observación, hizo del contexto y de su experiencia un material imprescindible para su labor ensayística. Sirve como paradigma de su preocupación por el entorno la ciudad de San Francisco, que describe en la rueda de prensa como “un entorno salvaje en el mejor sentido, la cuna del movimiento ambiental y el lugar donde se empezaron a cuestionar cosas que han tenido eco en todas las partes del mundo como como la preponderancia de los protestantes en la vida política, el poder de las mujeres, el orgullo gay o la situación de la población latina”.

Pero a continuación admite también que San Francisco ya no es solo la ciudad que conoció en su juventud y que describe en el libro: “41 años después de mudarme aquí ahora siento que somos parte de la capital mundial de la distopía tecnológica. El boom tecnológico ha expulsado a muchas personas de minorías negras y latinas, la ciudad ha perdido su alma, su corazón. Ahora es un sitio carísimo, una ciudad mucho menos amistosa y agradable. Me siento incómoda al ver cómo sucede todo esto, el dolor causado”.

Este cambio de percepción sobre una realidad concreta no es un ejemplo aislado de cómo Solnit entiende el desarrollo del pensamiento, sino que más bien que puede verse como una característica metodológica, inherente al conjunto de su obra: al igual que su cuerpo, su forma de caminar y el lugar desde donde mira van transformándose a lo largo los años, también sus ideas van evolucionando. Cambiar de opinión o incluso contradecirse con su yo del pasado, sucede para ella de forma natural. Sus libros están vivos porque no tiene ningún interés en apegarse a ideas fijas. De ahí también la dificultad de tratar de clasificarla y encerrarla en un único perfil lineal y coherente: aunque sus libros nos hubieran llegado en el orden correcto, en el momento de su publicación, sus ideas e intuiciones se nos seguirían escapando de las manos, obligándonos a cuestionarnos críticamente nuestra relación con el presente.

Sin embargo, sería un error acercarse a Recuerdos de mi inexistencia como un libro de memorias al uso, que cuenta la historia de progreso y superación de una autora hasta entonces desconocida en lo íntimo. Solnit lleva desde sus primeros textos construyendo teoría desde la primera persona del singular: hace de lo personal algo político de forma natural, directa e insistente; y lo mismo ocurre a la inversa: las páginas de esta autobiografía ofrecen intencionadamente un marco para explicar la realidad, casi un manual de instrucciones dirigido a los más jóvenes sobre cómo moverse por el mundo.

“La adultez llega en pequeñas entregas desiguales, si es que llega; cada persona tiene su propio calendario o, mejor dicho, no existe ninguno para las numerosas transiciones. Algunas personas cuentan con otras que las cuidan, les costean los gastos y a veces las tienen encerradas toda la vida; algunas cortamos por lo sano y nos valemos por nosotras mismas. Con todo, una vez fuera y a solas eres una recién inmigrada en el país de los adultos, cuyas costumbres te resultan extrañas: vas aprendiendo a unir las piezas de una vida, a discurrir cómo será esa vida, quién formará parte de ella y qué harás con tu autodeterminación”.

Este ejercicio de amplitud de miras no significa, a pesar de todo, que Solnit escriba y piense entre arenas movedizas, en una indefinición constante. Si su obra es sólida y referencial es porque tiene muy claro desde qué perspectivas deben abordarse los temas. La lucha contra la imposición del silencio de las mujeres va mucho más allá de Los hombres me explican cosas, y su vocación feminista impregna y atraviesa de manera transversal toda su obra: como parte de su propia experiencia personal, en la tarea de analizar la realidad, pero también como herramienta fundamental de sus aportaciones sustanciales para imaginar una sociedad y un futuro más justos. 

Cuando en Recuerdos de mi inexistencia la autora describe durante varias páginas el robusto escritorio sobre el que ha escrito “millones de palabras” y que se ha mudado con ella en tres ocasiones, lo hace desde esta perspectiva feminista y con un próposito: “Puedo imaginar muchos bosques de los que preferiría hablar desde mi mesa, fabricada con árboles que debieron de talarse cuando mis abuelas aún no habían nacido, antes de la violencia contra mi género. Sin embargo, la mesa a la que estoy sentada me la regaló una mujer a quien un hombre intentó asesinar, y me parece que es hora de contar lo que significó para mi crecer en una sociedad en la que mucha gente preferiría que personas como yo estuvieran muertas o calladas, y de qué forma conseguí una voz y cómo al final llegó el momento de utilizarla para tratar contar las historias que se habían quedado sin contar”. 

Pocos párrafos condensan mejor cómo entiende Solnit la necesidad de una escritura política que nazca de las experiencias particulares y cambiantes de las personas, que eche la mirada a su alrededor para sumergirse en el barro del presente y no para deducir reglas generales sobre el funcionamiento del mundo. Porque sólo desde esta mirada tan crítica como comprometida es posible entender que hoy la figura de Solnit se nos aparezca al mismo tiempo como la profeta de una obra consolidada, y como autora en constante transformación.

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