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ENTREVISTA | Jacqueline Rose

“Una madre no tiene permitido, bajo ningún concepto, ser un sujeto sexual”

Fotograma de 'SMILF', la serie que reivindicó lo peor y lo mejor de la maternidad

Mónica Zas Marcos

“Todo lo que soy o lo que espero ser se lo debo a la angelical solicitud de mi madre”, dijo Abraham Lincoln en una de sus famosas proclamas. Donde la mayoría ve una muestra de gratitud hacia su progenitora y una bonita frase para estampar en una tarjeta de regalo, Jacqueline Rose (Londres, 1949) percibe una losa que cae sobre todas las madres occidentales del mundo.

La académica británica y columnista de The Guardian publica Madres: un ensayo sobre la crueldad y el amor para enseñarnos la enorme exigencia que escondían las palabras de Lincoln y las de tantos otros a lo largo de la historia. “La maternidad es el último chivo expiatorio de nuestros fracasos personales y políticos, de lo que está mal en el mundo y que las madres tienen por tarea enmendar. Una tarea, como es natural, irrealizable”, escribe en el prólogo

Rose no insinúa que el presidente norteamericano culpara a su madre de la Guerra de Secesión, sino que ese reflejo de la madre como el pilar incondicional de nuestros anhelos la convierte, por ende, en la culpable colateral de nuestros fracasos.

La tesis de Madres es subversiva, compleja y tremendista, pero no hay ni un ápice de victimismo en sus explicaciones. Rose se basa en diversas teorías del psicoanálisis, en autoras feministas y en referencias políticas, culturales y sociales para tejer un texto académico con el sufrimiento de la madre como núcleo central.

“Soy feminista, pero una feminista interesada en el psicoanálisis porque creo que una de sus tareas es hablar de la complejidad del alma humana y de la enorme gama de emociones que tenemos”, dice la autora mientras bebe de su zumo de naranja en una terraza de Madrid.

Asegura que es la primera vez que ha sido capaz de resumir las intenciones de un ensayo (tiene más de diez publicados) en la contraportada. Para empezar, porque es madre de una joven adoptada de origen chino, pero sobre todo porque, como todo individuo de la raza humana, tiene una madre.

“He escrito el libro como la hija blanca de una madre de clase media-alta en la Gran Bretaña de posguerra, alguien cuya vida queda muy lejos de las madres negras empobrecidas de Ciudad del Cabo”, dice asumiendo su mirada sesgada. Aún así, Rose ha intentado dibujar una línea atravesando las épocas históricas y los continentes para sustentar el hecho de que “las madres siempre tienen licencia para sufrir todo tipo de crueldades”.

¿Qué es una mala madre?

El ensayo Madres podría ser la piedra Rosetta de la revolución mediática y cultural de las “malas madres”. Series como SMILF y El cuento de la criada, la película Bad Moms o el libro Madres arrepentidas muestran la cara oculta del acto inmaculado de dar vida a otro ser humano. Inmaculado para todos, menos para las propias madres.

El discurso en contra del glamour de la maternidad se ha mantenido oculto hasta hace poco en los productos de masas. Se permitía -aunque no demasiado- que la mujer exigiese recuperar su trabajo después de dar a luz o -aún menos frecuente- que se declarase en contra de ser madre. En cambio, como señalan en esta reseña de SMILF, “reconocer que tu hijo es importante, pero no lo único importante, te sitúa automáticamente en el bando de las egoístas y de las malas madres”.

Una etiqueta que, para Jacqueline Rose, pesa más en el caso de las madres solteras. “A veces son idealizadas, pero casi siempre son vistas como las dependientes sociales primigenias, las personas que viven a costa del Estado y que se aprovechan de los presupuestos que generan los ciudadanos que trabajan duro o las madres casadas”, explica la académica.

No es que las mujeres casadas estén exentas de las etiquetas sociales, pues “han de sustentar todo el estereotipo de la buena madre, la sacrificada, la asexual y la devota”. Una imagen que se recrudeció en la modernidad con lo que la socióloga feminista Angela McRobbie llamó “la intensificación neoliberal de la maternidad”, es decir, “esas madres de clase media, siempre perfectas, principalmente blancas, con trabajos perfectos, maridos perfectos y matrimonios perfectos y cuyo brillo está destinado a hacer que todas las mujeres que no se ajusten a esa imagen se sientan unas fracasadas totales”, enumera Rose.

Pero sobre todas ellas, las casadas y las solteras, se cierne un prejuicio aún mayor que Rose descubrió a medida que avanzaba en el libro. “Lo único que una madre no tiene permitido ser, bajo ningún concepto, es un sujeto sexual”, dice alarmada. Por eso, ejemplifica, siempre se ha ignorado el hecho de que Cleopatra tuviera cuatro hijos para mantener su aura histórica de objeto de deseo.

“En los 80, una feminista francesa me contó que su pareja le dijo una vez que era la primera persona que podía considerar a la vez madre y amante. Como si fuera el mayor de los halagos, le tranquilizó porque la seguía deseando tras dar a luz”, cuenta la escritora a modo de ejemplo. Una idea errónea pero extendida de que los primeros años de maternidad anulan por completo el deseo sexual de una mujer y por la que “los cuidados maternales vendrían a ser la purificación de los pecados anteriores de la madre”.

La explotación del cuerpo materno

Jacqueline Rose admite que Madres “es un lamento, pero también una celebración. Una celebración de todas las mujeres que han escrito sobre la maternidad de forma subversiva e interesante”. Adrienne Rich, Edith Wharton, Simone de Beauvoir, Sylvia Plath o Elena Ferrante le ofrecieron un “diagnóstico profundo y desgarrador” acerca de las distorsiones de la maternidad en las sociedades patriarcales.

Todas estas mujeres vivieron la máxima idealización de la maternidad en Occidente tras la Segunda Guerra Mundial, “cuando la exigencia política de ser madres para reparar las pérdidas de una nación nunca había sido tan intensa”, añade la ensayista. No solo debían crear un ambiente seguro para sus bebés y atender a sus necesidades, sino que se les exigía reparar los daños del mundo a un nivel mucho más amplio.

“Casi nadie hace referencia al legado que recibieron y que, a buen seguro, fue clave en el desquiciamiento de todas ellas. Nadie le explicó a esta generación de amas de casa y madres que no debían sentirse culpables de una guerra cuyo rescoldo no iba a desaparecer por muy reluciente que mantuviesen su hogar”, reivindica Rose. Por eso, “no me sorprende que la segunda ola del feminismo reaccionase de forma tan violenta contra el hecho de ser madres”.

No por casualidad el binomio mujer-madre sigue siendo un asunto incómodo para el feminismo. Los movimientos por el derecho de la mujer están intentando sacar a debate los términos polémicos como el “instinto maternal”, el “amor maternal” o incluso asuntos como las alternativas a la lactancia y la crianza para aproximarse a un ideal de maternidad feminista que, según Jacqueline Rose, aún queda lejos. 

Lo único que subvierte la idea de la supermadre es que ellas mismas se pronuncien, porque “cada vez que una madre habla de lo indescriptible, arruina las expectativas sobre ella”. Madres: un ensayo sobre la crueldad y el amor les devuelve el derecho a coger una maza, derribar su pedestal y errar con la conciencia tranquila. “Porque las madres siempre fracasan, y es urgente dejar claro que ese fracaso es normal, no una catástrofe”.

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