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Prince, treinta años bajo la lluvia púrpura

Parece mentira que hayan pasado 30 años

Jesús Rocamora

Si por casualidad dentro de mil años Kang fuera en señor del universo y alguien viajara en el tiempo para comprobar a qué sonaban los años ochenta del siglo XX en la Tierra, Purple Rain sería el manual perfecto. El escenario es bien conocido: callejón, noche, lluvia y niebla artificial, baladones rock dirigidos por sintetizadores y ambigüedad sexual, una producción majestuosa y un vestuario propio de Lord Byron, y en el centro de la foto, sobre una moto, un artista al que le encantaba mirarse al espejo y cuyo principal miedo era parecer normal, un artista ideal para una MTV aún joven y unas radios que, entonces, eran capaces de escupir fuego.

Una crónica de People de noviembre de 1984 daba nombre a la fiebre que se desató aquel verano (Princedemonia), recorría su ya prolífica carrera, desde sus orígenes como “príncipe poético de la libido” a líder su propia secta sexual, y hablaba de lo inevitable de las comparaciones con el inmaculado Michael Jackson.

Reciclaje de lo anterior. Mientras al final de los años setenta se libraba una guerra entre los partidarios del punk y los de la disco music, dos formas de entender la música que también marcarían la década posterior, el sonido único construido por Prince fue incubado durante años de fijación negra por, entre otros, James Brown, George Clinton, Earth, Wind & Fire, the Isley Brothers, Hendrix, Sly & the Family Stone y Funkadelic.

Prince ya era un joven virtuoso de la música que tocaba varios instrumentos, que idolatraba a Sonny Thompson, el mejor guitarrista del mundo, y que también tenía elogios para Santana. En su apetito voraz por digerir a sus maestros está su mayor logro: unir el sentimiento de comunidad del soul y todas esas toneladas funk de elefante con el rock masivo y el pop blanco.

Purple Rain, publicado en verano de 1984 lo colocó en un lugar equivalente a Hollywood en la música popular. Hizo de él una superestrella, si bien hablamos del que ya era su sexto disco en siete años. Prince tenía entonces 25 y no había perdido el tiempo precisamente. Dos años antes, con el formidable 1999, ya había consiguió llegar a lo que se llama gran público —colocó tres canciones en el top 10— y fue considerado artista del año para Rolling Stone. Complejo, ambicioso, sofisticado como toda su época, al fin y al cabo, 1999 le sirvió para poner en prácticas algunos trucos y técnicas y, según los que trabajaron con él durante aquellos años, fue un aprendizaje para lo que vendría después.

Grandioso sonido. Purple Rain fue el primer álbum firmado en conjunto como Prince & The Revolution, lo que indica el reconocimiento del artista a sus colaboradores, si bien su sonido propio de una catedral, esa sobreproducción por acumulación de capas de instrumentos, es responsabilidad única de un hombre orquesta que lo hace todo y que nunca escondió sus maneras de dictador. Según muestran los créditos del álbum, Prince aparece como “artista principal”, responsable de la dirección artística, de la composición, de la producción y de los arreglos, de las voces principales y coros, además de tocar bajo, guitarra y teclados. Y hay que recordar que ya había usado sintetizadores y las primitivas cajas de ritmos: ambos le permitían controlar otros aspectos del sonido de una banda, programarlo para conseguir lo que quería.

Como otros trabajos anteriores, Purple Rain fue grabado en parte en los estudios Sunset Sound en Hollywood —tres temas en concreto: Take Me With U, The Beautiful Ones y When Doves Cry—, que además de dar a luz a un montón de discos clásicos fue el estudio donde se grabó el audio para filmes de Disney como Mary Poppins. Prince tuvo a su disposición lo último en tecnología y ejerció un control absoluto. When Doves Cry es conocida, por ejemplo, por ser publicada sin la pista del bajo en una decisión del músico, que pretendía que así sonase menos convencional.

Otras canciones contienen fragmentos grabados en directo, lo que también pone de manifiesto su intención de ser vividas en grandes conciertos: Purple Rain, la canción, es un himno de estadio previo a que los himnos de estadio se convirtieran en un género en sí mismo y perdieran su capacidad para emocionar. Y Computer Blue y I Would Die 4 U muestran los intentos de Prince por vislumbrar también al futuro, y en parte no le salió nada mal: la segunda se adelantó una década al pop sincopado y el R&B urbano que han marcado la música mainstream del cambio de siglo.

Sexo y cintas de VHS. A todo aquel sudor de James Brown, Prince aplicó su propia capa de erotismo, que variaba, según el calentón, del softcore ochentero a imágenes más explícitas, especialmente a partir de Dirty Mind (1980), en cuya portada el artista aparecía con la pose de un gato que acaba de ver a un ratón, mostrando lo que tenía debajo de una gabardina (¿blanco? ¿negro? ¿gay? ¿heterosexual? ¡¿eso es un tanga?!). Prince se adornaba con pañuelos y sombreros, se pintaba la raya de los ojos y llevaba hombreras, pero tampoco era un nuevo romántico. Es un aristócrata fetichista que lo mismo te chilla que te lame la oreja, que canta susurrando o tira de falsete.

En Purple Rain, la letra de Darling Nikki levantó la ira de Tipper Gore, mujer de Al Gore y promotora del adhesivo Parental Advisory con el que se avisa a los padres del contenido “poco adecuado” de los discos, después de escuchar a su hija de once años cantándola alegremente. Empieza así: “I knew a girl named Nikki / I guess u could say she was a sex fiend / I met her in a hotel lobby / Masturbating with a magazine”.

Sobre el sexo de las cosas: en directo, Prince siempre se ha dejado arropar por una big band de todos los colores, razas y sexos con objetivo de proyectar su energía. En sus grupos las mujeres no sólo eran bailarinas: tocan instrumentos y han ocupado posiciones tradicionalmente destinados a hombres, como la guitarra y los teclados, y en concreto sus colaboradoras Wendy y Lisa tuvieron un papel muy importante no sólo en Purple Rain, sino que han acompañado al músico durante gran parte de su carrera como dos guardaespaldas.

El vídeo mató a la estrella de la radio. Que Prince estuviera en todas partes en aquellos meses calurosos de 1984 también tuvo que ver Purple Rain, la película, a la que este disco servía de banda sonora. Dirigida por Albert Magnoli (Tango & Cash) y protagonizada por Prince, la cinta es un musical que narra la historia de un joven (The Kid) aspirante a músico, con secuencias de conciertos del músico incluidas y con Purple Rain, la canción, como eje principal. Prince ha actuado y dirigido varias películas posteriormente, lo que no se sabe si le ha ayudado o perjudicado, pero en 1985, Purple Rain ganó el Oscar a la mejor canción.

CANCIÓN DE LA SEMANAMirror Kisses: Bleed

BleedHablando de los años ochenta y de Prince, de Tears For Fears, de Duran Duran y de New Order: entre la nostalgia ochentera y la nueva electrónica gaseosa de dormitorio, Mirror Kisses entregó el año pasado el notable Heartbeats, un discazo que, sorpresa, sorpresa, sonaba mucho mejor que la mayoría de las producciones de la época, y si no me creen hagan la prueba del algodón con temas como runaways o Genius. Bleed es el primer single de un EP aún sin título que verá la luz en los próximos meses y quiere ser también la primera foto de tu verano. A disfrutar.

VIDEOCLIP DE LA SEMANAHow To Dress Well: Childhood Faith In Love

Childhood Faith In LovePara el nuevo álbum de How To Dress Well, titulado What Is This Heart?, Tom Krell ha ideado una trilogía de videoclips que narran el viaje físico y emocional de una pareja, inspirado en gran medida en la “intimidad” y “universalidad” de los personajes de las historias de la escritora Alice Munro. Estos días el músico ha cerrado la trilogía con su último single, Childhood Faith In Love, y culmina este trayecto por carreteras secundarias con una comilona en una gasolinera. La primera y la segunda parte pueden verse aquí y aquí, respectivamente. Los videos están dirigidos por el realizador noruego Johannes Greve Muskat y han sido co-escrritos por Krell, que también hace algún cameo.

DISCO DE LA SEMANA A Sunny Day In Glasgow: Sea When Absent

Sea When AbsentNinguno de los seis componentes de A Sunny Day In Glasgow es escocés, unos proceden de EEUU y otros de Australia, y trabajan, componen y deciden en una mesa virtual alrededor del correo electrónico. Pero la referencia al clima en Escocia es perfecta para ubicar al instante al grupo dentro de ese pop/rock atmosférico que canta y silba en medio de la lluvia, en la tradición de ilustres escoceses como Jesus & Mary Chain y Cocteau Twins. En realidad, la llegada de este disco después de un parón de cuatro años y entradas y salidas constantes en la formación de la banda, nos ha cogido a todos por sorpresa, pero ha resultado ser una sorpresa de las buenas: estamos ante probablemente uno de los artefactos más caóticos y psicodélicos del verano, que se comporta como un océano, inestable e inesperado, que pasa de marear al oyente con tormentas sonoras a mecerle entre soleados paisajes dream pop. ¿Monótono? Puede ser, pero no será por ganchos y anzuelos a los que agarrarse.

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