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¿Es “El Ministerio del Tiempo” la nueva “Cuéntame”?

El Ministerio del Tiempo

Lucía Lijtmaer

Que la serie es de gran calidad y está arrasando no es novedad. Pese a que las cifras de audiencia directa son estables -a un capítulo de finalizar la temporada, se mueve entre los 2.1 y 2.9 millones de espectadores-, El Ministerio del Tiempo ha demostrado ser uno de los fenómenos más sólidos de las últimas temporadas televisivas. La ficción protagonizada por Rodolfo Sancho y Cayetana Guillén Cuervo, de trama sencilla pero atractiva -hay un Ministerio del Tiempo que asegura que la historia siga su curso sin interrupciones- renueva para la siguiente temporada con una baza más que jugosa: es la serie con mayor audiencia por internet, con más de 250.000 visionados en diferido de las cuatro primeras emisiones de marzo. Teniendo en cuenta que esta es una nueva vía muy codiciada, que 471.000 usuarios hayan visto algún momento o capítulo de la serie por Internet, no es moco de pavo.

Su éxito se ha cubierto ampliamente: por primera vez en mucho tiempo España parece más que preparada y dispuesta para aceptar una ficción con inteligencia, chascarrillos y dobleces de guión que, en palabra de uno de sus creadores, Javier Olivares, puede entenderse como una serie pop. Y así ha sido entendida: florecen los apelativos para los seguidores -ministéricos son los fans de la serie, cayetaners los seguidores del personaje de Guillén Cuervo-, se distribuyen carnets del Ministerio del Tiempo, se crean gifs, twitter explota cada vez que se emite un capítulo y los foros específicos para tratar temas como la ficción especulativa o el desarrollo de la trama están a la orden del día.

La serie para todos los públicos

Si explicar un fracaso es fácil, pronosticar un éxito no lo es tanto. ¿Qué tiene El Ministerio del Tiempo que hace de la serie un producto atractivo y que engancha al espectador? En apariencia es, cuanto menos novedosa en algo: contiene destellos de humor dirigido a un público contemporáneo, con guiños para varios grupos de edad -nótese la referencia ya en el primer capítulo a Curro Jiménez, el clásico metachiste con varios niveles de lectura, poco común en las series españolas-.

El humor se mezcla con una intención divulgativa, que apela, como lo hacen tradicionalmente las grandes apuestas de la televisión pública, en no alienar a ningún público potencial: es didáctica y con algunas bromas corrosivas para los más jóvenes, tiene a un personaje del colectivo GTLB, y contiene ciencia ficción suave para todos los públicos. En definitiva, pertenece a la larga saga de series de corte familiar.

Y es en ese afán divulgativo que El Ministerio del Tiempo se problematiza. La ciencia ficción a la que apela la serie parecería ubicarse, evidentemente, en el siguiente hecho fantástico: El Ministerio del Tiempo es una institución gubernamental autónoma y secreta que depende directamente de Presidencia de Gobierno. Este ministerio regula los viajes en el tiempo a diferentes épocas históricas a través de puertas reguladas, dónde se salvaguarda la historia, para que esta no sea utilizada en beneficio de nadie.

España existe desde el siglo IX

Pero es en la narrativa histórica -la supuestamente fiable y certera- dónde El Ministerio del Tiempo apela a una ficción que no es novedosa y sí muy conservadora: ¿cual es la historia de España? ¿Hasta qué pasado se remontan los funcionarios protagonistas, que son reclutados desde el siglo XV? Por el momento, la serie ha tratado momentos cumbre como la Guerra de la Independencia, la preparación de la Armada Invencible bajo el reinado de Felipe II, la reunión entre Franco y Hitler en Hendaya, el glorioso 1492 de Isabel la Católica, o la vida del Lazarillo de Tormes. La serie no se ha acochinado ante el posiblemente espinoso tratamiento de la Guerra Civil, y lanza un salto desde esta a 1981 para recuperar el Guernica de Picasso.

Pero sí establece en varios momentos una premisa férrea, desde la que se sostiene toda la serie: hay una línea unívoca e inalterable que liga todos los acontecimientos desde el siglo IX hasta 2015. Cuando en el último episodio emitido los funcionarios del ministerio bromean con una sidra de la época de Don Pelayo y brindan por la Reconquista, realizan algo que describe bien el historiador José Álvarez Junco en Las historias de España: “En el caso español, en los manuales escolares de Historia que se usaban cuando la gente de mi edad éramos niños enseñaban que Viriato había luchado por la ”independencia de España“ frente a las legiones romanas, en el siglo II antes de Cristo”. Así, se sustituye el hecho histórico por el de una historia nacional conjunta, fundamentada en el mito como base sólida para crear una historia común.

Siguiendo el fenómeno televisivo contemporáneo de la fascinación por el medioevo y la creación de esa narrativa conjunta -no es casual que en estos últimos años hayamos tenido como grandes éxitos de la televisión pública ficciones como Isabel o Águila Roja-, El Ministerio del Tiempo, además de crear una inusitada simpatía castiza por el funcionariado, reafirma la persistencia de lo español incluso mucho antes de que existiera como unidad política. Las veladas referencias al disenso -en la figura de la catalana Amelia Folch, por ejemplo-, no difuminan esa línea histórica longeva, única y algo sedante, que tanto recuerdan a otros ejemplos previos, como Cuéntame. Y si no, ahí está el lema. ¿Cual es la misión del ministerio? “Luchar para que el pasado no cambie”. Ahí es nada.

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