CRÓNICA DEL ESTRENO

Música barroca y experimentación visual para el fin de la raza humana

Un soldado imperial de Francisco de Orellana que tiene la misma mirada que el minero que hoy, en vez de buscar oro, busca coltán. Hombres que se inflan como palomitas superfluas frente a calaveras sangrantes. Música sacra del siglo XVI frente a textos creados por Inteligencia artificial. El madrileño Teatro de la Abadía ha dado a luz un verdadero experimento escénico. Uno de los colectivos fundamentales de la escena contemporánea española, la Agrupación Señor Serrano, se da la mano en este montaje con la música barroca y sus sonidos de violas da gamba, tiorbas, órganos o cornettos mutos y curvos. Polifonía coral, las liturgias de los introitus y los kiries frente a uno de los lenguajes escénicos más renovadores y tecnológicos de la escena teatral. 

Por un lado, la música de Joan Cererols, monje benedictino del siglo XVII que renovó el Renacimiento español abriéndolo a las primeras influencias barrocas. En concreto, dos misas de estilo policoral: Misa de Batalla, composición musical en honor de Felipe IV —el Rey Planeta— tras recuperar Nápoles de los insurrectos republicanos; y la Misa pro defunctis que escribió el monje tres años después, en 1651 y en la que respondía a la peste que asoló en esos años la ciudad de Barcelona. Una misa sacra, otra pseudoprofana, que acometen instrumentalmente el Ensemble Nereydas y vocalmente el Coro Titular del Teatro Real. La dirección musical la firma Javier Ulises Millán.

Por el otro, la Agrupación Señor Serrano, que genera en escena un poema visual proyectado en una pantalla de diez metros de largo. “Hemos borrado toda la parte religiosa de la liturgia y la hemos sustituido por una liturgia escénica. Ahí entra nuestra manera de hacer, nuestras cámaras, nuestros ordenadores, nuestros performers, y todos los objetos y dispositivos que necesitamos para crear una película en tiempo real. En el fondo, proponemos un viaje. Estas músicas consiguen ponerte en un estado muy especial, te elevan, buscábamos eso mismo”, explicaba Àlex Serrano en la presentación del proyecto que tuvo lugar en el propio Teatro Real.

La dramaturgia propuesta por Agrupación Señor Serrano contiene tres vértices. El primero propone una traslación temporal al siglo XVI, exactamente al viaje en pos de El Dorado que realizó Francisco de Orellana a través del Amazonas. El segundo vértice es la búsqueda del alma en el Renacimiento, en especial en la escolástica barroca “que afirma, tras el oscurantismo de la Edad Media, que el interior de nuestro cuerpo es también una creación divina, lo que despierta una búsqueda del alma en el cuerpo humano a través del estudio anatómico. Buscan dónde está el alma, buscan una ausencia, buscan algo que falta”, explica Pau Palacios que junto a Àlex Serrano firma la dirección escénica y la dramaturgia del espectáculo. Y el tercero, tiene que ver con el extractivismo: “En nuestro presente, esa misma región, la selva del Amazonas, está siendo agujereada de todos los modos posibles por mineros en busca de una parte muy preciosa del cuerpo de la tierra: el coltán, que es el material que da vida a las almas que hoy llevamos en los bolsillos”, explica el propio Serrano, refiriéndose a este material indispensable para lo teléfonos móviles. 

La dramaturgia apunta a una pregunta esencial: ¿qué quedará del hombre tras su desaparición? Ejemplo de esto es un momento del montaje en el que proyecta un texto creado por el nuevo modelo de inteligencia artificial GPT-3 de la empresa puntera OpenAI, uno de los más avanzados del mundo en generación de textos. El relato describe un paseo entre un ser humano y esa inteligencia artificial, y se interroga sobre qué es el hombre y qué será de este cuando ya no exista. Un texto bello, de ecos proustianos, que genera verdadero desasosiego al mismo tiempo que atracción ante un futuro más que incierto.

La apuesta es arriesgada. Uno de los responsables de este cruce de caminos es Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real desde 2013, que desde hace más de cinco años lleva colaborando con otros espacios de la capital para difundir la ópera más allá de su teatro. Así se ha podido ver, entre otros, la música de Juan José Colomer unida a la dramaturgia de Albert Boadella, la capacidad de la gallega Marta Pazos dialogar con la ópera de Raquel García Tomas o la creación de George Benjamín bajo la batuta escénica de Marcos Morau (de la compañía La Veronal). “Estas colaboraciones responden a la voluntad de estimular la creación operística contemporánea y la recuperación de patrimonio musical español más allá de las paredes físicas del Teatro Real, pero dentro de su temporada artística. Se trata de abrirnos a nuevos públicos y a nuevas perspectivas sobre 'lo escénico' y 'lo teatral'. Las colaboraciones vienen siendo numerosas y cada vez más relevantes”, explica el propio Matabosch a este periódico, quien además confirma que en próximas temporadas seguirá la colaboración ya abierta con los espacios madrileños Teatros del Canal, la propia Abadía o las Naves del Español en Matadero.

A hombros de Bill Viola

A lo largo de la pieza, asistimos a la creación de imágenes creadas en vivo por Señor Serrano. Así, vemos en escena primeros planos de un soldado español, imágenes de una tierra profanada por manos que buscan extraer sus tesoros, un obispo mirando un móvil o una pietà de un Jesús atemporal que en su costado herido, en vez de manar sangre, emana oro líquido. Sincretismo poético que aúna con libertad la búsqueda del alma, un régimen imperial que agoniza, el expolio como norma en la historia del hombre, y un presente en el que el ser humano intenta trascender en un universo tecnológico vacío. 

La ejecución musical es perfecta, la vocal es deslumbrante. La segunda pieza, Misa de Batalla, con tres coros respondiéndose, tapándose, dialogando —el director de coro, Andrés Máspero, explicaba la sensación muy gráficamente diciendo que era como ir en el metro apartando gente pero sin dar codazos— es apabullante. El espacio, la Sala Juan de la Cruz, antigua iglesia de la Sagrada Familia, no puede albergar mejor el sonido. Los mimbres del proyecto son inmejorables. Sin embargo, la pieza naufraga.

La razón más evidente es la utilización del espacio. No parece que haya habido una investigación espacial rigurosa en este montaje, algo que sorprende en una compañía en estas lides bien solvente. El montaje elige la frontalidad, quedando reducido y apelotonado el escenario. Los músicos resultan tapados por los performers de la compañía en más de un sentido. En primer plano, los integrantes de Señor Serrano operan y graban las imágenes que al mismo tiempo se proyectan en la gran pantalla. Esto es marca de la casa, son maestros en construir una dramaturgia en la que cámara y escena dialogan. Pero, en este caso, no funciona porque lo creado es un poema visual, de asociación libre, donde las imágenes son independientes y casi no dialogan en la mayor parte de la obra con la escena. Así, predomina en el espacio la presencia de estos fabricantes de imágenes, una presencia prescindible que disturba la atención y lastra la contemplación musical.

La Agrupación Señor Serrano crea un poema de imágenes polícromas, de sangre, oro y luz, atrayentes, con una clara influencia en Bill Viola. Imposible no rememorar la creación de este videoartista junto a Peter Sellars en la ópera Tristán e Isolda creada en 2005 para la Ópera de París. Allí lo que ocurría en escena dialogaba a la perfección con las imágenes. En cambio, la decisión de crear en escena las imágenes no consigue esto sino que disturba la propuesta en menoscabo de la música, algo que con otra disposición del espacio podría haberse salvado.

Otra cuestión es la pertinencia de las imágenes. Unas veces maravillosas y otras cuestionables. Cuestionables pueden ser las imágenes imperiales que de manera un tanto tópica intentan traer a colación un tema como el de la descolonización, si bien vital, quizá algo forzado para el imaginario y la temática de la música de Cererols. Y maravillosa puede ser la imagen del angus dei, ese cordero de Dios que representa la inocencia sacrificada, convertida en una repartidora de comida con mochila amarillo bien reconocible. Acaba la pieza con truco escénico incluido. Ingenio y apoteosis pop. Pero el sabor es agridulce. Señor Serrano son una de las compañías más solventes e internacionales de la escena. Su propuesta es transversal, tienen un lenguaje propio que manejan con mucha solvencia. No es fortuito que fuesen premiados con el León de Plata de la Bienal de Venecia de 2015. En esta pieza se tiran a la piscina buscando una dramaturgia más libre, menos racional. Algo también a valorar. Su capacidad de generar imágenes es apabullante. Y su presencia en la escena debiera ser mucho más preponderante de lo que hoy es. Pero en este montaje la simbiosis entre escena y música, lamentablemente, chocan.