THE GUARDIAN

El arte urbano que integra a jóvenes inmigrantes en el sur de Italia

James Imam

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Jadhav*, de 18 años y proveniente de Bangladesh, llegó a Italia hace 10 meses, pero aún lo persiguen recuerdos de su viaje a través del mar Mediterráneo junto a traficantes de personas.

“Había 156 personas metidas en un bote pequeño. Había mujeres y niños”, dice Jadhav en una combinación de italiano entrecortado y de bengalí traducido con una aplicación de móvil. “Las olas subían por la borda. La gente lloraba. No había esperanzas de sobrevivir”.

Decidido a buscar una vida mejor en Europa, Jadhav había volado a Egipto haciendo escala en Dubai antes de llegar a Libia por vía terrestre. Trabajó durante un año en Trípoli –en un supermercado, como soldador y pavimentando carreteras–, donde pasó once días encarcelado y fue torturado y liberado después de que sus padres enviaran dinero de rescate.

Jadhav levanta la vista hacia una enorme obra de arte que está siendo pintada en una esquina frente a él. Sus ojos se ponen vidriosos. “Las condiciones de vida eran horribles”, dice sobre la prisión libia. “A veces solo nos daban un pan y una pequeña botella de agua en todo el día”.

Miles de jóvenes migrantes en Italia tienen historias similares para contar. Con la pandemia impulsando la migración en todo el mundo, 39.000 personas han llegado al país en bote desde el comienzo de 2021, el doble que durante el mismo período del año anterior. Los menores no acompañados –niños y adolescentes menores de 18 años que llegan sin sus padres– representan casi un sexto del total. Los expertos predicen que el caos en Afganistán podría resultar en más llegadas.

El proyecto más ambicioso

Italia sufre un desempleo persistente y los recursos del Gobierno destinados a la integración se encuentran al límite. Ante esta situación, muchos recién llegados al país –el principal punto de entrada de inmigrantes en la Unión Europea– afrontan dificultades.

Pero un programa novedoso está ayudando a decenas de personas a forjar futuros más brillantes. Lanzado en 2019, el Atelier d’Arte Pubblica de la ciudad de Matera es una de las pocas iniciativas en Italia que utiliza el arte público para integrar a los recién llegados. En el proyecto más ambicioso hasta ahora, el artista callejero Mohamed L’Ghacham, radicado en Barcelona, ha unido fuerzas con los inmigrantes en tres ciudades de Basilicata, una escarpada región al sur de Italia, para realizar tres proyectos consecutivos a lo largo de 17 días. El objetivo era transformar un edificio en cada localidad con un enorme mural.

En San Chirico Raparo, L’Ghacham trabajó junto a un grupo de 11 menores no acompañados alojados en un centro local. Si bien el artista pintó el mural solo, involucró a los jóvenes inmigrantes en el proceso creativo, pidiéndoles que propusieran objetos para incluirlos en el diseño y enseñándoles a mezclar pintura. El mural, que iba evolucionando gradualmente, se convirtió en un centro de atención, transformando una esquina tranquila de un pueblo por lo general apacible y de una población de apenas 1.000 personas en un sitio vivaz.

Los organizadores del proyecto hicieron ejercicios de comunicación en grupos reducidos de jóvenes inmigrantes, lo que permitió a los participantes hablar de su pasado. Los residentes curiosos, atraídos por el espectáculo, se unían a la conversación.

Los horrores del Mediterráneo

Los colores brillantes de la pared contrastan con los relatos de los pasados oscuros de los participantes.

Nakia*, de 17 años, se fue de Egipto a los 10 años y pasó seis viajando. Trabajó en Turquía, Grecia y Bosnia-Herzegovina y cruzó la frontera entre Croacia y Eslovenia en camión. Sulayman*, un gambiano de 15 años, trabajó en Mali y Nigeria antes de mudarse a Libia.

El país norteafricano es infame entre los inmigrantes debido a su policía corrupta y brutal. Muchos viven con miedo a ser arrestados mientras trabajan para ahorrar dinero para cruzar en bote, lo que puede llegar a costar 5.000 euros. Sulayman, que ha sido encarcelado cuatro veces, señala una cicatriz donde, según dice, un guardia le cortó la muñeca. Bajándose el cuello de la camiseta, Jadhav muestra quemaduras de cigarrillo de su tiempo en prisión.

Para llegar a Italia desde Libia, los migrantes deben cruzar un trecho del Mediterráneo central de entre 300 y 400 kilómetros de largo. Según la Organización Internacional para las Migraciones, esta mortífera ruta migratoria se ha cobrado 1.114 vidas en lo que va del año.

“Cuando cruzas el Mediterráneo, hay tres resultados posibles”, dice Sulayman, cuyo viaje duró cuatro días. “O llegas a Italia, o te atrapan los libios, o te hundes”.

Futuro incierto

Una vez llegados a Italia, los menores no acompañados son protegidos automáticamente hasta cumplir 18 años. Tras ser enviados a centros de acogida de todo el país, reciben clases de idioma, apoyo legal y psicológico y formación vocacional.

Al llegar a la edad adulta, muchos ya han recibido protección internacional de uno a cinco años de duración, lo que les da tiempo para hallar un empleo formal y convertir sus permisos de estancia en visados laborales. Pero con casi la mitad de la población joven del sur de Italia en situación de desempleo, muchos inmigrantes se ven obligados a permanecer en el mercado negro, según dice Stefania Congia, directora de inmigración e integración en el Ministerio de Trabajo y Políticas Sociales.

Mientras tanto, los proyectos de vivienda están llegando a su punto límite. Según la Asociación Nacional de Municipios de Italia, que ayuda a aplicar el sistema, solo el 5% de los espacios para menores no acompañados se encuentra disponible. Apresurándose para seguir el ritmo de las llegadas, el Ministerio de Interior anunció la financiación de 96 nuevos proyectos de vivienda para menores durante julio y agosto, expandiendo la red existente en dos tercios. En mayo, Mario Draghi, primer ministro italiano, volvió a pedir un sistema nuevo y “humano” para abordar la llegada de inmigrantes que abarque a toda la Unión Europea.

Dejar huella

Los organizadores de proyecto de arte urbano creen que arraigar a los inmigrantes a las comunidades locales mejora sus posibilidades de empleo y su bienestar social. Fundada por Stefania Dubla, ex comisaria de exposiciones del Museo de Orsay en París, la iniciativa está despegando y será aplicada más allá de los confines de Basilicata a lo largo del año próximo en las regiones de Emilia-Romagna, Lazio y Puglia.

El mural de L’Ghacham en San Chirico Raparo ha reavivado la polvorienta calle sobre la que se encuentra. El diseño muestra a una mujer de pie detrás de una puerta abierta y una mesa en primer plano puesta para la cena. Los objetos seleccionados por los menores no acompañados –un bote, un tradicional tambor africano y una foto de la mezquita de Faisal en Islamabad, Pakistán– se posan sobre una cajonera.

Mientras los jóvenes inmigrantes y los niños italianos ven al mural tomar forma, L’Ghacham enseña a algunos a mezclar pintura. Otros participan de una actividad que involucra elegir cartas de un mazo y hablar acerca de las palabras escritas en ellas. Los residentes salen de sus casas para ofrecer frutas, café y limoncello (licor típico de Italia).

Para Nakia, un artista incipiente, el proyecto le ha provisto la inspiración creativa para el diseño que pintó en la pared de su cuarto. Para otros, el mural de L’Ghacham simboliza su entrada a la sociedad italiana.

“Lo bello de este programa es que une a la gente”, dice Karim*, de 17 años y natural de Egipto. “Es posible que no permanezcamos en San Chirico para siempre, pero ya hemos dejado nuestra huella”.

*Los nombres han sido modificados.

Traducción de Julián Cnochaert.