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Después de la revolución: el batacazo de los niños de Thomas Sankara, el “Che Guevara africano”

Algunas de las personas que en su momento fueron enviados a Cuba a estudiar. De izquierda a derecha: Abdramane Bagayoko, Tounkolo Konaté, Morizon Drabo, Sansan Da, Sibiri Konaté y Lucille Compaoré.

Jaume Portell / Guillem Trius

Bobo-Dioulasso (Burkina Faso) —
17 de diciembre de 2023 22:10 h

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Treinta y seis años después, Maimouna Oueremi no puede contener las lágrimas cuando sus compañeros hablan del día que supieron que Thomas Sankara, el líder revolucionario de Burkina Faso, había sido asesinado.

- Nos habían arruinado el futuro. Ese dolor se quedaría para siempre con nosotros – cuenta Morizon Drabo, mecánico.

Oueremi y Drabo forman parte de los que fueron conocidos como 'los niños de Sankara', una generación de adolescentes huérfanos que fueron enviados a estudiar a Cuba a mediados de los años 80. Thomas Sankara, a quien posteriormente se le conoció como el Che Guevara africano, llegó al poder en 1983 a través de un golpe de estado militar.

Desde el principio de su mandato instauró una serie de medidas que le convirtieron en uno de los actores políticos más reconocidos del continente africano: bajó su sueldo hasta los 450 dólares mensuales, vendió la flota de coches de los ministros, repartió tierras entre los campesinos más pobres e inició una exitosa campaña de vacunación.

Enfocados en la autosuficiencia agrícola y la liberación económica del continente, Sankara y su gobierno decidieron enviar a 600 jóvenes burkineses a estudiar a Cuba, con la idea de conseguir cuadros técnicos formados para servir al país cuando volvieran. Con ellos pretendía, también, mantener vivos los ideales de la revolución en Burkina Faso. Los jóvenes procedían de todas las regiones del país, y compartían el hecho de haber perdido a alguno de sus padres. Siempre crítico con el rol de Francia -la antigua metrópoli- Sankara pronunció uno de sus discursos más reconocidos en julio de 1987: fue entonces cuando animó a los países africanos a formar un frente común para no pagar la deuda externa a los acreedores de los países ricos. Tres meses después, fue asesinado en un golpe que elevó al que hasta entonces había sido su número dos, Blaise Compaoré. Compaoré se acercó de nuevo a Francia, y enterró paulatinamente las políticas de su predecesor. ‘Los niños de Sankara’ estaban en Cuba cuando Sankara fue asesinado, y el nuevo régimen les retiró las becas.

“Yo perdí a mi padre siendo muy joven, apenas tenía cinco años. Él único padre que me quedaba (Sankara) fue eliminado”, cuenta Da Sansan, que actualmente trabaja en un hospital. Supera la cincuentena, y hoy luce elegante con unos zapatos marrones, unos pantalones negros y una camisa de manga corta blanca. Él forma parte del grupo de burkineses ‘cubanos’, que quedó 'huérfano' tras el golpe. De vez en cuando, este singular grupo de amigos se reúnen en Bobo-Dioulasso, la segunda ciudad más poblada de Burkina Faso, y han recibido a elDiario.es en una casa cercana a la estación de tren. Es una tarde agradable en una ciudad que, gracias a su vegetación, es un respiro en un país cada vez más seco. Los ‘niños de Sankara’ ahora superan los 50 años; las mujeres llevan vestidos estampados de colores vivos, siempre a juego con los pañuelos que les cubren la cabeza; los hombres visten con polos, camisas o ropa deportiva. Se sientan en dos bancos alargados de madera que perfilan la sombra de un árbol; nos encontramos en el patio adjunto a dos casas donde los niños se pasan la tarde jugando.

Hamidou Kouyate tuvo que volver forzosamente en 1989 sin ninguna explicación. Otros pudieron acabar sus estudios y conseguir sus diplomas, pero cuando volvieron a Burkina Faso se enfrentaron al ostracismo: “Nos acusaron de comunistas, se negaron a reconocer nuestros títulos. Y nosotros decíamos ”¡somos burkineses! No nos podéis rechazar de esta manera“, lamenta Kalo Sanou, una de las mujeres asistentes al encuentro. Muchos se integraron en empresas de la administración pública, en sectores como la sanidad o el algodón, casi siempre en rangos bajos; otros fueron encadenando prácticas y trabajos precarios y no consiguieron huir nunca de allí.

No nos conocíamos de nada”

Para todos, la llegada a Cuba fue un shock cultural, cuentan. Procedentes de las zonas rurales de Burkina Faso, el contraste para algunos ya empezó en la capital Ouagadougou. “En África con 15 años eres como un bebé dentro de tu familia. Antes de todo, fuimos acogidos en un centro en Ouagadougou. De allí acabamos dentro de un avión (ríen). Llegamos a Cuba. Del bus al puerto y allí cogimos un barco. No nos conocíamos de nada y teníamos que adaptarnos. No fue nada fácil, hablábamos idiomas diferentes y solo nos entendíamos en francés. Luego, cuando ya lo aprendimos, en español”, dice Morizon Drabo, que recibió formación de mecánica en Bayamo y hoy “se espabila” gracias a lo que aprendió. Drabo aún recuerda con cariño como Cuba les siguió alimentando incluso cuando el Gobierno de Compaoré cortó el apoyo financiero a sus estudiantes: “Con el embargo, la vida en Cuba tampoco era fácil, y nos adaptamos a lo que nos podían ofrecer. Nos alimentaron gratis”, recuerda con admiración.

Sibiri Konaté fue a la escuela de energía y acabó teniendo varios trabajos vinculados al sector eléctrico, desde la central eléctrica de Bobo-Dioulasso hasta la mina de zinc de Perkoa, cerrada en 2022. Ahora hace trabajos de instalación por su cuenta. Tanto Konaté como sus compañeros recuerdan que las habilidades adquiridas en Cuba les ayudaron a desenvolverse en entornos y circunstancias diversas. Drabo destaca que, más allá de la formación académica, Cuba fue una experiencia vital que les ayudó a convertirse en “una familia”. Tanto él como Kalo Sanou coinciden en señalar que ese apoyo mutuo fue el que les ayudó a “no volverse locos” cuando volvieron. Sus familias tenían grandes expectativas depositadas en ellos, y muchos se encontraron con un país en el que ya eran unos “extraños”. Eso, sumado a la marginación política, dificultó su reintegración laboral y personal en Burkina Faso. “Hoy, si necesito 5.000 francos, se los voy a pedir a cualquiera de los que están aquí”, dice Sanou. Y Da Sansan añade: “Creo que (Sankara) estaría orgulloso de nosotros porque nunca bajamos los brazos”.

La caída de Compaoré

En octubre de 2014, después de 27 años en el poder, Blaise Compaoré huyó del país tras una serie de manifestaciones multitudinarias. Su intención de cambiar una ley para presentarse de nuevo a unas elecciones fue la mecha que encendió la ira popular. Algunos de los “hijos de Sankara”, como Hamidou Kouyate, no se perdieron el momento: “Yo salí cada día durante las protestas. Fue una gran alegría que se fuera”. Compaoré vive actualmente en Costa de Marfil, país afín a Francia, en una región, la de África Occidental, donde cada vez más líderes políticos se distancian de París. El exdictador burkinés fue condenado por la justicia de su país ‘in absentia’, y muchos lamentan que no haya tenido que responder presencialmente por orquestar el asesinato de su amigo Thomas Sankara.

Casi una década después de la euforia tras la caída de Compaoré, Burkina Faso lucha por mantener el orden de su territorio, acechado por grupos yihadistas que empezaron a actuar en el norte pero que ahora cometen acciones y ataques en buena parte del país. El capitán Traoré, que imita algunos de los elementos discursivos -y estéticos- de Sankara, es el nuevo hombre fuerte de Burkina Faso desde septiembre de 2022. Traoré llegó al poder tras otro golpe de estado, y tiene como principal reto restablecer la paz. “Yo no les compararía, las situaciones son diferentes”, dice Da Sansan. Cierra la conversación con el deseo que más expresan los burkineses estos días: “Que nos libremos del terrorismo, que Dios le dé la sabiduría para poder satisfacer al pueblo de Burkina Faso”.

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