Como cada día, Moussa Dembelé se levantó temprano en el piso que compartía con varios compatriotas malienses en el barrio madrileño de Lucero. Se vistió con la camiseta amarilla y naranja de la empresa para la que estaba contratado desde hacía varios meses, Construcciones Anka, y se dirigió al centro de Madrid, al número 4 de la Calle Hileras, donde trabajaba en un antiguo edificio en proceso de rehabilitación para ser convertido en un hotel de lujo. Como acostumbraba a hacer desde su llegada a España, habló con su mujer por videollamada antes de empezar la jornada laboral.
La siguiente llamada con prefijo español recibida por su familia en Mali se produjo antes de lo habitual, pero no era de Moussa, sino de su hermano Mamadou. Estaba en la Calle Hileras, frente a la fachada del edificio desplomado, rodeado de bomberos y policía. “Llamé a un primo nuestro y le conté lo que había pasado, para que reuniese a su mujer e hijos y se lo contase allí con tranquilidad. No habían sacado el cuerpo aún, pero él estaba desaparecido”, explica a elDiario.es. Moussa Dembelé es uno de los cuatro fallecidos del edificio derrumbado este martes en pleno centro de Madrid. De las cuatro víctimas mortales, tres son extranjeras, lo que evidencia el peso de los trabajadores inmigrantes en uno de los sectores con mayor siniestralidad, el de la construcción.
El derrumbe tuvo lugar poco antes de las 13:00 horas. Por razones que todavía se desconocen, varios forjados se vinieron abajo desde la parte superior del edificio, sin afectar a los exteriores. La única víctima española, Laura, ocupaba el cargo de jefa de producción de la obra. Los tres hombres fallecidos eran todos obreros. Se llamaban Jorge, Diallo y Moussa Dembelé. Procedían de Ecuador, Guinea y Mali respectivamente. Según un portavoz de Anka, la compañía responsable de la obra que acabó en siniestro, todos los empleados fallecidos tenían la documentación en regla y estaban contratados por la empresa.
Moussa Dembelé cumplió 40 años el pasado mes de junio y procedía de un pequeño pueblo de Malí, donde su mujer y sus cinco hijos menores de edad lloran su muerte a más de 3.000 kilómetros de distancia. En 2024, el maliense se despidió de su familia para dirigirse a Mauritania, donde se embarcó en un cayuco hacia Canarias, una de las principales rutas migratorias hacia el archipiélago. Fue uno de los 46.843 migrantes que alcanzaron las islas el año pasado, cuando el flujo de solicitantes de asilo malienses por esta vía se incrementó hasta llegar a ser la nacionalidad más frecuente en las llegadas a las costas canarias, por encima de la marroquí y la senegalesa.
Debido al conflicto que vive su país, Moussa había solicitado asilo a su llegada a España y, casi un año después, Interior le concedió la protección internacional, con lo que obtuvo una tarjeta de residencia de larga duración. Empezaba a tener cierta estabilidad en Madrid, con unos ingresos justos pero más o menos fijos que le permitían enviar dinero a su familia, cuando el accidente laboral acabó con su vida.
Este martes, el día del derrumbe, Mamadou, hermano de la víctima, disfrutaba de un descanso de su jornada laboral cuando el teléfono sonó, pero no lo escuchó. Cuando pudo mirar su móvil, acumulaba varias llamadas perdidas de un mismo número, el de un compañero de Moussa, también maliense. Marcó de vuelta y su voz sonaba nerviosa. “No le entendía bien. Me dijo que había habido un accidente en la obra y se había derrumbado. Decía, Moussa se ha quedado ahí. Moussa está debajo”, recuerda el hombre, que también se dedica al sector de la construcción. Bloqueado y angustiado, colgó y regresó a las profundidades del Metro de Madrid, a las obras de prolongación de la línea 6 del suburbano donde trabaja, para pedir permiso a su jefe e intentar confirmar lo ocurrido en el lugar de los hechos.
“Fui un rato después. Le conté a la Policía que era su hermano y me pidieron que le llamase por teléfono. Su compañero me había dicho que estaba debajo de los escombros, pero le llamé igualmente. No contestaba. Insistimos y nada. No encontraron el cuerpo hasta después”, detalla el hombre, que desde entonces ha sido el enlace de comunicación con su familia en Mali. Una familia que espera respuestas y ansía la repatriación de los restos mortales de su ser querido, para despedirle y enterrarle en su lugar de origen.
Cuando Moussa dejó Malí, su mujer estaba embarazada de su hijo menor, al que solo pudo conocer por videollamada. “Su familia está muy mal, no se puede creer que haya pasado esto cuando ya estaba en Madrid y trabajando. Esperan poder enterrar pronto su cuerpo allí para despedirlo”, dice a elDiario.es su hermano en los alrededores de la funeraria encargada de realizar los trámites para la repatriación del cadáver, que ya ha sido identificado. Le acompaña su amigo Bakary y otro hermano de la víctima que vive en París desde hace años y ha viajado a Madrid tras enterarse de lo ocurrido.
Él permanecerá en España hasta que el cuerpo de Moussa pueda ser repatriado. “Viajará a Mali con Moussa. Será el encargado de ir con el cuerpo y ocuparse de todo para llevárselo a la familia”, explica Bakary. Según la funeraria, la tramitación de la repatriación tardará unos diez días, si no surge ningún problema. La empresa responsable de la obra ha asegurado, tanto a la familia como a elDiario.es, que se hará cargo de los gastos ligados a la repatriación, que suelen rondar los 3.000 euros. Independientemente de la voluntad de la compañía, en caso de accidente laboral, la empresa está obligada a afrontar el coste y a indemnizar a las víctimas, lo que debería incluir una indemnización para la mujer y los cinco menores que lloran a Moussa en Mali.
Del cayuco a la obra
Tras la llegada de Moussa a Canarias, el maliense fue trasladado a Madrid, donde pasó una temporada en el campamento para migrantes de Carabanchel, uno de los espacios donde son alojados quienes llegan en patera a las costas españolas una vez trasladados a Madrid. Después de registrar su demanda de protección internacional, Moussa fue albergado en un centro de la red estatal de acogida para demandantes de protección internacional, ubicado en Almería. Cuando consiguió el asilo, con la consiguiente tarjeta de residencia de larga duración que aseguraba un futuro en España, llamó a sus familiares y amigos de Madrid.
Bakary recuerda aquella llamada. “Estaba contento porque ya tenía sus papeles y aunque podía quedarse allí nos dijo que él lo que quería era trabajar”, cuenta el amigo de la víctima que, junto a Mamadou, abrió las puertas de la casa que compartían en Madrid. Pronto encontró empleo en la construcción, un oficio que aprendió a su llegada a España, según explica su amigo.
“Nosotros trabajamos en la construcción y le podíamos ayudar a encontrar trabajo. Poco después de mudarse con nosotros ya estaba trabajando”, explica Babakar, su compañero de piso desde entonces. “En Madrid, la construcción es uno de los pocos sectores donde es más fácil encontrar trabajo para nosotros”, añade. Con “nosotros” se refiere a inmigrantes, especialmente, a quienes proceden del continente africano. Según los datos de afiliación a la Seguridad Social, los trabajadores extranjeros ocupan ya un 22% de los empleos en la construcción, el sector con mayor siniestralidad en España.
El maliense trabajaba para Anka Construcciones desde hacía “varios meses” y cobraba 1.100 euros, según explica el amigo y compañero de piso de la víctima. El edificio estaba siendo rehabilitado por esta compañía, pero por encargo de la sociedad de origen saudí RSR Singular Assets Europe Socimi. Un inversor inmobiliario especializado en hoteles y apartamentos turísticos de alta gama en España y Portugal, gestionado por Caler Advisory and Asset Management, que adquirió el inmueble por 24,5 millones de euros. El proyecto contemplaba el cambio de la licencia de actividad de uso de oficinas a hospedaje, aprobado en diciembre de 2024, con la previsión de que abrirá al público dentro de dos años, como publicó Somos Madrid.
Bakary, tras casi siete años en España, siempre ha trabajado como obrero. Frente al edificio redondeado que aloja el Instituto de Medicina Legal de Madrid, donde horas antes habían confirmado la identificación del cuerpo de Moussa, el maliense describe con rabia el riesgo que entraña su profesión, especialmente en el ámbito de la demolición. “Es muy peligroso y muchas veces abusan de los negros”, dice visiblemente enfadado. Desconoce las circunstancias específicas en las que trabajaba la víctima del siniestro, pero describe algunas de las prácticas que él mismo ha sufrido durante su lustro de experiencia, como la exigencia de realizar labores complicadas que no estarían contempladas en las categorías para las que son contratados y que requieren una cualificación de la que algunos carecen, lo que incrementa el riesgo.
“Trabajar en demolición es muy duro y peligroso, yo ya no lo hago. En muchas empresas no respetan la categoría o el nivel de formación del obrero. Si eres peón o ayudante, te ponen a hacer labores para las que no están ni preparados ni lo suficientemente pagado, y eso es muy peligroso”, explica el maliense.
Ya en el metro, de camino a casa, se arremanga el pantalón y muestra una cicatriz para ejemplificar sus palabras: “Esto me lo hice trabajando en una demolición. Yo, como peón, no sabía usar la herramienta para picar y me hicieron utilizarla. Me desestabilicé y me caí”, detalla el hombre antes de recordar una de las últimas conversaciones que tuvo con Moussa. “La noche anterior llegó a casa muy cansado. Nos dijo que le habían puesto a picar y que estaba agotado. Pero él no se quejaba, estaba contento por tener un empleo y poder enviar dinero a su familia. Nosotros si llevamos tan poco tiempo aquí, no podemos quejarnos”, sentencia el amigo del fallecido, minutos después de facilitar toda la documentación y datos de Moussa en una de las oficinas del tanatorio donde embalsamarán el cuerpo de su amigo antes de proceder a la repatriación.