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IMPLICADOS Opinión

El nuevo campo que simboliza el repudio de la UE a los refugiados de Grecia

Psicólogas de Médicos Sin Fronteras en Samos, Grecia
Migrantes desembarcan en la isla de Samos, Grecia, en octubre de 2019

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La Unión Europea y el Gobierno griego inaugura este sábado un nuevo centro para refugiados solicitantes de asilo en un lugar remoto llamado Zervou, en la isla griega de Samos. No cabe duda de que este nuevo centro no hará sino deshumanizar y marginar aún más a las personas que buscan protección en la UE.

Millones de euros se han gastado en la construcción de esta instalación compuesta por vallas de alambre de espino de uso militar y sistemas de vigilancia avanzados. Todo ello, para detener a personas cuyo único delito es buscar seguridad y estabilidad. Este nuevo centro, junto con los rechazos masivos de solicitudes de asilo, es otro símbolo del repudio total a las personas refugiadas y a su derecho a pedir protección.

Desde hace meses, nuestros pacientes de la clínica de Médicos Sin Fronteras en Samos acuden a sus citas con el temor de ser encerrados en el nuevo centro, sintiéndose completamente abandonados y desamparados. Para quienes han sobrevivido a la tortura, el nuevo centro altamente controlado significa no solo la pérdida de libertad sino revivir las experiencias traumáticas del pasado.

La mayoría de nuestros pacientes de salud mental en la isla presentan síntomas de depresión y trastorno de estrés postraumático. Entre abril y agosto, el 64% de los nuevos pacientes que llegaron a nuestra clínica de salud mental presentaban pensamientos de suicidio y un 14% estaban en riesgo real de suicidio.

Como psicólogas que trabajamos con las personas que están en primera línea de las políticas migratorias más estrictas de Europa, somos testigos a diario del deterioro de su bienestar mental y físico. La apertura del nuevo 'campo-prisión' está cambiando la identidad colectiva de las personas refugiadas, su autoestima y su imagen; en definitiva, su dignidad. Europa las está destrozando.

¿Qué quieren que le digamos a un joven que, a pesar de no haber cometido ningún delito, se ve obligado a permanecer encerrado en un centro similar a una cárcel?

Nuestro paciente de 19 años, procedente de Malí, que lleva ya dos años encerrado en Samos, se vio obligado a abandonar su casa hace unos años porque lo estaban torturando. Comenzó su viaje a Europa con la esperanza de una vida mejor y de seguridad. Pero ahora experimenta frustraciones extremas y duda de su propia existencia. Su preocupación por el nuevo centro ya le ha generado una serie de reacciones psicoemocionales.

¿Durante cuánto tiempo más puede verse a sí mismo soportando todo este dolor y frustración? Cuando le preguntamos qué le gustaría tener, su respuesta es: “Mi libertad. Hasta ahora era un refugiado, ahora voy a ser también un prisionero”.

La incertidumbre, el desprecio total por la vida humana y la falta total de protección efectiva plantean serias preguntas que las autoridades griegas o europeas no responden. ¿Cuál es el resultado de todo esto? Los síntomas depresivos y de estrés de nuestros pacientes se deterioran cada día.

Felicite*, es paciente psiquiátrica en nuestra clínica desde febrero de 2021. Felicite es una superviviente de la mutilación genital femenina, del matrimonio infantil forzado a la edad de 14 años, y de la violencia sexual y física extrema durante muchos años por parte de un marido 30 años mayor. Es una víctima reconocida de la trata de personas y lleva dos años en Samos.

Su solicitud de estatus de refugiada ya ha sido rechazada en dos ocasiones y, por ello, no tiene acceso a los servicios básicos que se prestan dentro del campo actual, como la comida. Lleva ya cuatro meses esperando una nueva decisión sobre su posterior solicitud de asilo. Se pregunta, con razón: “¿me moriré de hambre?”.

Para las personas sometidas a estas violentas políticas migratorias, la apertura de este nuevo centro marca un final. Un final al sentido de la vida, a su paciencia, a cualquier libertad rudimentaria que tuvieran. El fin de cualquier oportunidad de participar en actividades normales como ir a pasear a la playa o a la plaza con sus hijos, o al supermercado de la ciudad.

Nos avergonzamos de Europa y de los valores que dice tener, que no parecen aplicarse a nuestros pacientes aquí en Samos. ¿Sería posible cambiar esta narrativa y dar un nuevo sentido a las vidas de cientos de personas que buscan protección internacional en Europa si hubiera voluntad política y respeto por la dignidad humana?

Como psicólogas, todos los días escuchamos las trayectorias personales y únicas de estas personas, admiramos su resiliencia y estamos ahí para darles un espacio seguro, para permitirles apoyarse en alguien y compartir sus miedos y ansiedades sobre lo que ya ha pasado, y lo que les depara el futuro.

Pero, mientras se sigan repitiendo los mismos errores y las mismas políticas que han creado este sufrimiento, no podremos ayudarles realmente. Nos quedaremos aquí y seguiremos enseñando a nuestros pacientes a sobrevivir. No a vivir ni a cerrar sus heridas, únicamente a sobrevivir.

Para poder ayudar eficazmente a nuestros pacientes, Europa y Grecia deben garantizar primero alternativas dignas a los campos, permitir el acceso a un procedimiento de asilo justo, y garantizar una atención sanitaria adecuada y adaptada a las necesidades de personas que huyen de la violencia, los conflictos y los traumas.

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