IMPLICADOS

Regresar a Sudán del Sur tras la guerra civil: cuando hay que elegir entre el miedo o la vida en los campos de refugiados

Beatrice Comas

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Es primera hora de la mañana en Kajo Keji, la pequeña ciudad en Ecuatoria Central (Sudán del Sur) donde se encuentra el hospital en el que trabajo como supervisora de matronas. Lo que solía ser un mercado muy concurrido se abre lentamente. Unas pocas personas montan sus puestos, mientras pequeños grupos de niños uniformados caminan hacia la escuela. Desde la carretera principal aún se pueden ver las cicatrices de la guerra civil: edificios destruidos, casas abandonadas, impactos de bala.

Entre 2016 y 2018, la región se vio gravemente afectada por la violencia. La mayoría de la población se vio obligada a abandonar su hogar y buscar seguridad en Uganda. Algunas personas se quedaron atrás.

James Mirye, líder de la aldea de Kangai, en el condado de Kajo Keji, fue uno de ellos. Hablando con compañeros de Médicos Sin Fronteras nos cuenta que esta es la tercera guerra que ha vivido, por lo que pensó que también sobreviviría a esta. “No quería dejar mi casa, no podía abandonar mi comunidad”, recordaba. Sin embargo, en esta ocasión la población no podía acceder a la sanidad y se enfrentaba a asesinatos ilegales, saqueos y robos. “Cuando te acostabas por la noche, no sabías si te ibas a despertar al día siguiente”, relata.

Para las personas que huyeron a Uganda, las condiciones de vida en los campos eran pésimas y los refugiados se enfrentaban a muchos problemas: falta de refugio, escasez de alimentos, agua y leña y una atención sanitaria muy precaria. Algunos regresaron a Sudán del Sur poco después de llegar, prefiriendo enfrentarse a la inseguridad que a la vida en los campamentos. “Hoy, cuando necesitas atención médica en los campos, vas a un centro de salud y te derivan a una clínica privada. Pero la clínica no es gratuita. Sin dinero, no puedes sobrevivir”, nos cuenta.

Seis años después del acuerdo de paz, vemos que las familias aún no están preparadas para asentarse por completo en su tierra natal. La inestabilidad, la grave inflación económica y las próximas elecciones nacionales —previstas para diciembre de 2024— añaden miedo e incertidumbre entre las comunidades.

Volver embarazada

En esta región asolada por las crisis, desde Médicos Sin Fronteras (MSF) y el Ministerio de Salud reanudamos el año pasado los servicios de atención secundaria en el hospital civil de Kajo Keji. Aquí prestamos atención en maternidad, pediatría, neonatos, urgencias, unidad de cuidados intensivos, cirugía y medicina interna, animando a la gente a volver en busca de atención sanitaria segura y gratuita.

Todos los días veo llegar a mujeres embarazadas al hospital tras días de angustia, ya sea porque el parto ha comenzado o por complicaciones que ponen en grave riesgo sus vidas y las de sus bebés. La mayoría de las mujeres siguen viviendo en los campos de refugiados, pero vienen hasta Kajo Keji porque han oído que tenemos este hospital.

Fue el caso de Jane Kiden, una paciente que había huido a Uganda y decidió volver cuando estaba embarazada. Dio a luz el año pasado en el hospital. Nos contó que, tanto durante la guerra como a posteriori, el mayor reto fue la atención sanitaria. “No había nadie. Para nosotras, las mujeres, era un gran problema y había muchas muertes maternas por complicaciones y fuertes hemorragias. La única opción era cruzar de nuevo a Uganda, pero durante la COVID-19, era imposible”, me contó.

La maternidad del hospital estará totalmente rehabilitada en junio de 2024 y tendrá una capacidad de 12 camas para madres y cuatro más en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales. De febrero de 2023 a 2024, nuestros equipos prestaron cuidados vitales a 272 madres y 281 bebés. Sin embargo, las necesidades de la comunidad son enormes y siguen sin estar lo suficientemente atendidas.

Solíamos tener otras organizaciones que apoyaban los Centros de Atención Primaria en el condado. Las matronas recibían a las mujeres embarazadas y podían identificar la necesidad de atención médica especializada. Podían llamar a una ambulancia y enviarnos a las pacientes. Ahora, las embarazadas dependen totalmente de sí mismas, de sus familiares o de su comunidad para llegar a nuestro centro.

Otro problema grave son los problemas de salud mental derivados del conflicto. En Kajo Keji, las mujeres sufren estrés, ansiedad y depresión, entre otras dificultades. Tom Friday, supervisor de salud mental de MSF, me contaba que las mujeres han sufrido muchos abusos. “Huir de Sudán del Sur y vivir en campos de refugiados las hizo muy vulnerables. Hoy deben lidiar con el trauma del conflicto, la violencia que vieron o soportaron y la lucha de haberlo perdido todo, y ahora tener que reconstruir sus vidas”, me describió.

Con la proximidad de las elecciones nacionales y la retirada progresiva de las organizaciones asociadas, sigue habiendo mucha incertidumbre para las personas que se plantean volver a establecerse en Kajo Keji. Aunque la situación ha mejorado ligeramente en los últimos años, las comunidades siguen enfrentándose a muchos retos, como el acceso a los alimentos, la educación y una atención sanitaria sostenible y de calidad.