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Los ciudadanos también son los perdedores de la 'guerra de divisas'

EEUU, Gran Bretaña o Japón han devaluado su moneda. EFE

Pilar Blázquez

Madrid —

“Devaluar es como hacerse pis en la cama, da gustito al principio, pero después es un desastre”. La frase se le atribuye a un miembro de la Reserva Federal de Estados Unidos, pero la recuerda Daniel Lacalle, gestor de uno de los principales hedge fund de la City de Londres para alertar de las pésimas consecuencias que puede traer la “guerra” de divisas desatada en el mundo financiero. La suya es una de las pocas advertencias que se escuchan estos días para prevenir lo que puede ser un frente más de sufrimiento para los ciudadanos, ya no sólo de los países afectados por la crisis, sino también de los emergentes.

“A los países les interesa mantener una moneda barata porque así pueden exportar con más facilidad, eso activa la economía y ayuda a crecer. Creen que así saldrán antes de la crisis”, explica Daniel Álvarez, analista de XTB. La devaluación ha sido tradicionalmente la medicina aplicada en momentos de apuros económicos, pero la ecuación no parece resolverse con la misma facilidad en la realidad que en la teoría macroeconómica, al menos en esta ocasión. EEUU lleva devaluando artificialmente su moneda desde 2008, y no por ello su economía está boyante. Gran Bretaña, imprimiendo libras a destajo, tampoco ha conseguido evitar la recesión y el intento de Japón está, de momento, lejos de ser positivo.

Por si fuera poco, estas políticas de expansión monetaria de las grandes divisas mundiales no sólo no están ayudando a sus propios países, sino que están dañando las economías de los países emergentes; aquellos con divisas más débiles, que hasta ahora habían conseguido esquivar la crisis financiera mundial.

Eso sí, las autoridades implicadas lo niegan. El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, aseguró el pasado martes en su intervención en el Parlamento español que hablar de “guerra de divisas”, era algo “exagerado”. El representante de Japón, en la reunión que ese mismo día celebró el G7 (grupo de las principales economías del mundo), también negó que su país tenga un interés especial en que su moneda se devalúe, a pesar de que la intención de hacerlo fue declarada por el nuevo primer ministro nipón, Shinzo Abe, y el yen ha perdido casi un 20% de su valor desde finales del verano. Ni siquiera EEUU reconoce que busca un dólar barato, y eso que no ha parado de aplicar políticas de expansión monetaria desde el estallido de la crisis en 2008.

Los países emergentes no se resignan

Mientras, los más afectados reaccionan. El primero en dar la voz de alarma fue Brasil. De hecho fue su ministro de Hacienda, Guido Mantega, quien se refirió por primera vez a la situación actual de los mercados como “guerra de divisas”. A la que, por cierto, ha entrado sin remordimientos con devaluaciones del real de hasta el 25%. Si las grandes divisas están baratas, el precio de las materias primas que producen los países emergentes sube y eso dificulta sus exportaciones, algo que el Gobierno carioca no tiene intención de permitir. Rusia, Corea del Sur e incluso Noruega (importante productor de petróleo) también han protestado por la actual intervención de precios en el mercado de divisas y amenazan con hacer lo mismo con sus monedas. Venezuela ha sido el último en sumarse a las devaluaciones.

Francia también quiere un euro bajo, aunque empobrezca a sus ciudadanos

Ninguno de estos dirigentes parece recordar que monedas más baratas sólo consiguen debilitar la economía y empobrecer a los ciudadanos. “Los efectos positivos de una devaluación no pasan del nivel macroeconómico, exportar puede ser más fácil. Pero eso, para el ciudadano de a pie, a corto plazo, no implica ningún beneficio. Mientras, en el largo plazo lo que ocurre es que pierde poder adquisitivo”, reconoce Daniel Álvarez, analista de XTB.

Pero a los políticos les resulta muy difícil resistirse al 'gustito' de una política con efectos inmediatos. El último ejemplo de este cortoplacismo ha llegado de la boca del presidente francés, François Hollande. Él también quiere una devaluación del euro para incrementar sus exportaciones. Hasta ahora, Europa era la única zona monetaria que no había entrado abiertamente en esa guerra. La depreciación de euro se debía al miedo imperante en el mercado de que la moneda única iba a desaparecer. Pero desde que Mario Draghi pronunció el pasado mes de julio aquellas palabras casi mágicas de que haría “lo que fuera necesario para salvar el euro”, el euro ha pasado de cotizar a 1,21 dólares en julio a los 1,34 actuales. Un nivel que a Hollande le parece excesivo. Para sorpresa de muchos, Alemania no tardó en dar la réplica a sus demandas de devaluación. “De eso nada”, han dicho los germanos.

¿Por qué el país más exportador de Europa se opone a un euro barato, que en teoría beneficiaría sus ventas a otros países? La respuesta está en el fantasma de la inflación, que los alemanes parecen haber impreso ya en su ADN: “La devaluación es una salvajada, que crea inflación, empobrece a los ciudadanos y transfiere rentas de los trabajadores y ahorradores a los sectores en decadencia y de mala competitividad”, recuerda Daniel Lacalle.

Esta vez parece que la intransigencia germana juega a favor del pueblo. Efectivamente, en teoría un euro fuerte podría perjudicar las exportaciones, pero Alemania e incluso España están siendo capaces de exportar más (las ventas al exterior españolas han subido un 17% en el último año) con un euro fuerte. “Pensar que si no se devalúa el euro se retrasaría la salida de la crisis es plantear un escenario muy extremista”, advierte Soledad Pellón, estratega de Mercados de IG Markets.

En la actualidad, el euro está cotizando en niveles del 1,35 dólares, un nivel que, según los analistas consultados no supone ningún riesgo ante el resto de monedas. Sólo si superara el nivel de los 1,40 ó 1,45 dólares, el BCE podría plantearse actuar, como advirtió Draghi el lunes.

Pero ante la duda de si devaluar es o no una buena decisión, Daniel Lacalle nos invita a una reflexión. Si hacerlo fuera la solución, países como Venezuela, Argentina o Zimbabwe, que lo hacen habitualmente, serían los reyes del mundo económico. ¿Es así?.

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