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Guido Alfani: “Los ricos tienen un control mucho más significativo sobre la formulación de políticas de lo que nunca han tenido antes”

Guido Alfani, profesor de historia económica de la Universidad Bocconi de Milán.

Hernán Garcés

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“Los verdaderamente ricos no son como nosotros”, reflexionaba Scott Fitzgerald, y al mismo tiempo, sorprende cuán poco se sabe sobre ellos, a pesar de su determinante influencia en la sociedad, política, economía, guerra y las artes. Guido Alfani, profesor de Historia Económica de la Universidad Bocconi de Milán, ha resuelto esta laguna con As Gods Among Men: A History of the Rich in the West (Princeton University Press, 2023), un estudio, con valor enciclopédico, sobre el papel que han jugado los ricos y los superricos en Occidente.

Alfani recorre la historia desde la Antigua Roma hasta Jeff Bezos, pasando por los Medici, los Fugger o los Tasso, revelando las profundas raíces de la desigualdad actual, que tiene sus orígenes en una concentración continua de la riqueza desde la antigua Babilonia hasta nuestros días, solo interrumpida por la Peste Negra en el siglo XIV y las Guerras Mundiales, y que las sociedades occidentales han tolerado, siempre con reticencia, por su contribución en tiempos de crisis (financiera, hambrunas, guerras o pandemias).

Sin embargo, como explica Alfani, ahora se está viviendo una verdadera anomalía histórica: los ricos, en las recientes crisis, han dejado de cumplir con su obligación de contribuir. La pregunta que ejerce como hilo conductor de As Gods Among Men es: “¿Hasta qué punto, y durante cuánto tiempo, pueden los ricos excusarse de algo que Occidente ha considerado durante siglos como su deber específico sin que su posición sea socialmente insostenible?”

Uno de los grandes temas de su libro es el malestar, cultural y social, que han provocado los ricos a lo largo de la historia de Occidente. ¿Cuál es su origen? 

En el siglo XII, con el inicio de la revolución comercial de la Edad Media, los plebeyos comienzan a acumular una riqueza nunca vista desde los tiempos del Imperio Romano, lo cual se convierte en algo novedoso y en un problema para la Iglesia Católica: la avaricia. Jesús fue claro al respecto: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos”.

Cita a Santo Tomás de Aquino, quien se opone, en el siglo XIII, firmemente a esta acumulación de riqueza y recomienda a los gobernantes prohibir el enriquecimiento excesivo para preservar una sociedad cristiana ordenada.

Para Aquino, ser noble no era problemático; implicaba un acceso desigual a los recursos, considerado parte del diseño divino. Se esperaba que los nobles contribuyeran con impuestos como parte de su obligación feudal hacia los demás. En cambio, si un plebeyo acumulaba mucha riqueza, surgía la pregunta: ¿Por qué acaparar tanta fortuna en lugar de usarla, por ejemplo, para ayudar a los pobres? Así, para Aquino, ser rico indicaba un apego excesivo a lo material, convirtiéndote en pecador de avaricia.

En 1370, el teólogo Nicolás Oresme advertía de que si los excesivamente ricos se vuelven tan desiguales y superan a los demás en poder político hasta “parecer dioses entre hombres”, las ciudades democráticamente gobernadas deberían exiliarlos o desterrarlos, buscando la igualdad para todos.

Por encargo de Carlos V, rey de Francia, Oresme tradujo y adaptó la obra de Aristóteles, convencido de que un exceso de riqueza compromete el funcionamiento democrático. Reflexionando sobre el siglo XIV, como en la República de Florencia, veía un peligro real en que individuos extremadamente ricos pudieran capturar instituciones republicanas, actuando como dioses entre los hombres.

Oresme tradujo y adaptó la obra de Aristóteles, convencido de que un exceso de riqueza compromete el funcionamiento democrático. Veía un peligro real en que individuos ricos pudieran capturar instituciones republicanas, actuando como dioses entre hombres

Desde el siglo XV, los ricos ya no son vistos como pecadores.

La riqueza de los plebeyos sigue creciendo y se hacen más prominentes en la sociedad, un fenómeno imparable. Ante la incapacidad de frenar este enriquecimiento, los teólogos empiezan a definir un rol para los ricos en una sociedad ordenada, ya que la visión de una sociedad ideal de Aquino no preveía un lugar para ellos.

A raíz de este cambio, ¿qué papel se les asigna a los ricos?

Se espera que ahorren para beneficio de la comunidad. Como Poggio Bracciolini explica en su tratado De Avaritia, son los únicos con medios económicos suficientes para ayudar a la comunidad en tiempos de necesidad. Por tanto, en situaciones de hambrunas, pandemias o guerras, se anticipa que aporten sus recursos para el socorro comunitario.

Usted menciona que, en esa época, a los ricos se les obligaba, voluntariamente o por la fuerza, a contribuir en períodos de crisis.

Los ricos tenían la opción de colaborar, reconociendo la expectativa de que lo hicieran voluntariamente. Si se resistían, se les podía imponer impuestos o exigirles que otorgaran préstamos. Su influencia era significativa, y se reconocía su capacidad para ayudar en momentos de crisis. Si accedían voluntariamente, mejor; de lo contrario, se les podía forzar, pero su contribución era indispensable

Relata cómo personajes como Cosme de Médici y J.P. Morgan desempeñaron roles cruciales al rescatar a sus países en momentos decisivos.

En el libro, sostengo que la crisis bancaria de 1907 en EEUU marca la última ocasión en que un súper rico, J.P. Morgan, previene la ruina financiera de un país occidental. Morgan no solo aportó sus propios recursos financieros sino que también utilizó su red de contactos. Convocó a los principales banqueros de Nueva York a su biblioteca, donde les informó que nadie saldría hasta encontrar una solución. Les advirtió que si no actuaban, enfrentarían una fuga bancaria al día siguiente, lo cual les afectaría directamente. Tras este episodio, J.P. Morgan fue ampliamente elogiado y reconocido como el salvador del país, un honor similar al que recibió Cosme de Médici en el siglo XV.

La crisis bancaria de 1907 en EEUU marca la última ocasión en que un súper rico, J.P. Morgan, previene la ruina financiera de un país occidental

¿Qué ha cambiado para que ya no se espere de los ricos que contribuyan en las crisis?

Primero, el presupuesto de algunos Estados es ahora tan grande que un solo súper rico no podría rescatarlo, distinto a la Florencia del siglo XV. Segundo, la expectativa de que los súper ricos contribuyan ha disminuido, gracias a la existencia de los bancos centrales. El sistema de la Reserva Federal, instaurado en EEUU en 1913, se diseñó justamente a fin de evitar depender de la generosidad de un súper rico para asegurar la estabilidad financiera del país, y para mitigar la preocupación política sobre el control ejercido por los ricos

No obstante, usted señala que durante la crisis financiera de 2007, el rescate de bancos con fondos públicos representa un problema significativo.

El principal problema es democrático. Tomando como ejemplo el sistema impositivo de EE.UU., este es progresivo hasta alcanzar a la clase media, pero luego se vuelve regresivo para los más acaudalados. Esto no favorece una progresividad en la cima y beneficia a los más ricos, como critica Warren Buffett, uno de los hombres más ricos, al señalar que paga una tasa impositiva marginal menor que su secretaria. Por tanto, quienes realmente aportaron al rescate durante la crisis financiera no fueron los ricos, sino lo que hoy sería considerado la plebe del siglo XXI.

También destaca que si la clase financiera no aporta en tiempos de crisis, como históricamente ha sido su papel, su legitimidad podría estar en juego.

Las fortunas en el sector financiero se ven a menudo como menos legítimas que aquellas provenientes del emprendimiento y el comercio, es decir, de la economía real. Si la clase financiera no contribuye durante las crisis, convirtiéndose en vez de ello en un carga para las finanzas públicas, esto podría intensificar las dudas sobre su legitimidad. Acerca de lo que sucederá en futuras crisis, es incierto, pero se vislumbra un potencial problema.

Si la clase financiera no contribuye durante las crisis, convirtiéndose en vez de ello en un carga para las finanzas públicas, esto podría intensificar las dudas sobre su legitimidad

La propuesta de más de 250 multimillonarios en el Foro de Davos de instaurar un impuesto sobre la riqueza para financiar mejores servicios públicos globalmente parece reconocer la necesidad de abordar las desigualdades sociales. 

Volver a una fiscalidad altamente progresiva, como en los años 60, no es viable, entre otras razones, por la movilidad del capital, pero existe una demanda social para que los ricos aporten más. Es fundamental que los ricos, como miembros de la sociedad, cumplan con las reglas, incluyendo el pago de impuestos de manera proporcionalmente mayor, y que el destino de estos fondos sea decidido democráticamente por la población a través de sus representantes.

Como se argumenta en el libro, la pregunta planteada en el siglo XIV sigue siendo pertinente hoy en día: “Si no, ¿para qué acumular tanta fortuna?” 

Esto refleja la cuestión de cómo integrar a los más ricos en la sociedad y el papel social que se les ha asignado desde la Edad Media hasta la actualidad. Creo que esta función sigue siendo importante y debe mantenerse; de lo contrario, nos encontramos ante la necesidad de cuestionar: ¿cuál es, entonces, su propósito en la sociedad?

Destaca que la fiscalidad es preferible a la donación como medio para asegurar el bienestar social y es también recomendable para reforzar la democracia.

Aunque hoy no sea viable aplicar impuestos expropiatorios, los muy ricos seguirán siendo muy ricos. No obstante, una fiscalidad justa podría, hasta cierto punto, frenar el proceso de acumulación de riqueza, lo cual es beneficioso por diversas razones. Entonces, si los ricos desean utilizar su riqueza para el bien público, ¿por qué no deberían hacerlo? Lo han estado haciendo durante siglos. Sin embargo, esto nos lleva a otro problema: la magnificencia, tal y como se entendía en la Edad Media.

¿Por qué? 

Ser magnificente no equivale a ser munífico [generoso; filántropo], una distinción clara para los florentinos en tiempos de Cosme de Medici, quien salvó a la ciudad de la ruina financiera, demostrando su magnificencia y, por ende, su derecho a gobernar. ¿Se ve la donación como un acto de magnificencia o de generosidad? Y, ¿se usa para ganar influencia política? Si así fuera, podríamos suponer que esta influencia se emplea para oponerse a políticas fiscales desfavorables a los ricos. En ciertos contextos, la donación puede convertirse en una estrategia para evadir impuestos, lo que representa un problema serio.

En el libro, se plantea la siguiente interrogante sobre los súper ricos: ¿están finalmente actuando como dioses entre los hombres, socavando las instituciones democráticas y materializando un escenario previsto ya en la Edad Media?

Esta pregunta se relaciona con la condición de los muy ricos en los últimos años, un lapso marcado por una secuencia de crisis: desde la crisis financiera de 2007 y la Gran Recesión de 2008, atravesando la crisis de deuda soberana en Europa de 2011, la pandemia de COVID-19, hasta la guerra en Ucrania. Los datos, como la proporción de riqueza del uno por ciento, han mostrado una resiliencia excepcional; su cuota de riqueza no ha disminuido en comparación con crisis anteriores. Los estudios sobre reformas fiscales en países occidentales revelan que, a pesar de la creciente demanda social por cambios, las medidas adoptadas han sido mínimas.

Los datos, como la proporción de riqueza del uno por ciento, han mostrado una resiliencia excepcional; su cuota de riqueza no ha disminuido en comparación con crisis anteriores

Esto es una anomalía histórica.

Por ejemplo, durante la crisis de 1929, la participación en la riqueza de los más ricos disminuyó, no solo debido al crash de Wall Street, sino también a la introducción de una fiscalidad altamente progresiva con el New Deal. Este último buscaba mitigar y superar los efectos de la Gran Depresión, exigiendo a los más acaudalados una mayor contribución. La fiscalidad progresiva formó parte de la solución, incidiendo en la participación de los ricos en los ingresos globales. No obstante, en las crisis recientes, no hemos visto acciones comparables.

¿Cómo se explica?

Sospecho que en la actualidad los ricos tienen un control mucho más significativo sobre la formulación de políticas y el funcionamiento de los sistemas políticos en las democracias de lo que nunca han tenido antes. El problema, ya señalado por Nicolás Oresme y, antes que él, por Aristóteles, es si las personas con una concentración excesiva de recursos pueden terminar actuando como dioses entre los hombres. Si este es el caso, entonces están socavando el sistema democrático que posiblemente facilitó su acumulación de riqueza. ¿Están seguros de que les conviene intentar reemplazar este sistema por otro?

¿Qué puede ocurrir si seguimos este camino? 

Si la ausencia de una reforma fiscal, incluso de forma temporal y específicamente orientada a sufragar los costos de estas enormes crisis, se debe a la excesiva influencia de los más ricos en la sociedad, entonces enfrentamos un grave problema de legitimidad. Ya no apoyan a sus comunidades en tiempos de crisis, como sugería Poggio Bracciolini, y están comprometiendo el funcionamiento de las instituciones democráticas, tal como Aristóteles y Oresme nos han advertido durante siglos. Seguimos en democracia: una posible salida es que se extienda la concienciación y empecemos a votar de otra manera. De lo contrario, ¿cuál es el fin de este proceso?

Recomienda repasar la mitología clásica: “Incluso los dioses pueden caer, pero cuando lo hacen, el impacto es cataclísmico y todos sufren”.

No todos los ricos actúan de esta manera, claro está, y hay individuos como Warren Buffett, que piden una fiscalidad más justa y advierten sobre el problema. Pero basta que ciertas opiniones entre los muy ricos prevalezcan para influir significativamente en la formulación de políticas. Esto puede llevar fácilmente a resultados políticos específicos, ya que tienden a financiar plataformas políticas alineadas con sus intereses, sin ser plenamente conscientes de los riesgos que esto representa para la sociedad, e incluso para ellos mismos.

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