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Qué hacemos con el euro

La salida del euro: un escenario realista

Cada vez son más los economistas críticos que valoran la salida de nuestro país del euro como lo más conveniente, y en la mayoría de los casos, inevitable. Unos hablan de ruptura, otros de salida, otros de expulsión, cada una de ellas tienen circunstancias y connotaciones políticas diferentes. Los caminos por los que los autores van llegando a esta conclusión son diferentes, aunque todos comparten lo que supone el fracaso del sistema euro, que es tanto como decir, del proyecto europeo en sus contornos históricos actuales.

Descartamos aquí tratar las opciones de salida nacional producto del ideario populista-fascista, como el que podría representar el Frente Nacional francés, puesto que conduciría a escenarios de conflicto internacional por otras vías, de un proteccionismo incapaz de dar soluciones a la crisis global, y de políticas de segmentación social interna muy acusadas, de las que nos sentimos completamente alejados.

Las propuestas de izquierda más radicales, apuestan por la salida del euro porque consideran que no hay solución a los problemas económicos de nuestro país en el marco de la moneda única y porque además estiman que en la Europa de Maastricht es imposible llevar a cabo una política mínimamente progresista, por representar la culminación del proyecto de las clases dominantes europeas.

Otros se han aproximado por dos motivos. El primero, que no ven posible, o por lo menos fácil, llevar a cabo las reformas necesarias en la Unión Europea para sostener al euro y corregir sus carencias más evidentes, con el capítulo fiscal como decisivo. Preferirían salvar la unidad monetaria, sobre todo no empeorar la situación financiera de endeudamiento, pero están llegando a la conclusión de que la Europa de Maastricht no es reformable. Si acaso algunos autores, en determinadas coyunturas, plantearon la salida del euro como arma última para negociar en mejores condiciones la reestructuración de la deuda o los postulados de los Tratados europeos.

El segundo motivo es que las políticas de ajuste y recortes que se están practicando como solución a la crisis financiera de la zona del euro aumentan las consecuencias desoladoras para los países, caso de Grecia, Irlanda o Portugal, y que la situación de la economía española, o italiana, se degrada a tal ritmo que resulta inevitable enfrentarse a la cuestión del euro. El deslizamiento al abismo de Grecia, Irlanda y Portugal, como si hubieran sido maldecidas por la divinidad, y las expectativas de que nuestro país transitará un trayecto parecido, hace que, intelectualmente, se contemple ya la supervivencia o la pertenencia al euro como un capítulo cerrado, sin vuelta atrás, pendiente únicamente del desenlace efectivo. Los argumentos para seguir en el euro parecen agotados, sólo cabe esperar el curso de los acontecimientos que, aunque su forma pueda ser muy variable, parece inexorable.

Nadie ha planteado por el momento cómo se llevaría a cabo este descuelgue de nuestro país del euro. Estando la moneda única en una crisis de supervivencia nadie está en condiciones de saber cómo será su desenlace. Por acuerdos, por expulsión o desenganche de algunos países, por conmociones financieras que arrasen algunas economías, por una crisis general,… Como se colige, hay muchas incógnitas en el horizonte y una manifiesta falta de control sobre la situación, por no considerar aspectos sociales y políticos, que están también sobre el tapete.

Desde luego, todos valoran como un hecho histórico la salida del euro cualesquiera que sean las razones o la forma en que se produzca, y todos saben que se abre con ello un periodo trascendental de muy difícil pronóstico.

Estas palabras, en apariencia, se vuelven inmediatamente en contra de los defensores de la salida del euro, como si tuvieran que ser ellos los que justifiquen esa necesidad y fuesen responsables de los inconvenientes, si se quiere grave, que la alternativa tiene. No obstante, ese traspaso de la carga de la prueba no es admisible, puesto que la propuesta surge de la orfandad intelectual y el fracaso para avanzar en la integración de Europa con el euro y del progresivo hundimiento que sufre la economía cuando se implantan las medidas recomendadas o exigidas por los poderes económicos europeos. Hay que tener en cuenta que el euro es un proyecto tan contrahecho -competir países tan desiguales sin el resorte y alivio que representa las devaluaciones del tipo de cambio para los más débiles-, y con tantas carencias -una fiscalidad heterogénea, una ausencia de presupuesto público europeo significativo, con una política de inversión y transferencia de rentas redistribuidora y compensadora de las divergentes productividades, por ejemplo- que si por una vía milagrosa se superase la actual crisis, al día siguiente comenzaría a gestarse la próxima.

Hasta ahora se ha hablado de la salida del euro. Debe quedar claro desde el principio que esta forma de expresar la necesidad de una ruptura económica esquematiza los cambios que han de producirse, que van más allá de disponer o no de una moneda propia. Pero, sin duda, la ruptura con el euro representa algo más que un símbolo. No cabe renunciar a expresarnos con claridad y sin temor a las críticas.

En fin, entremos en materia, iniciemos la tarea de descifrar las consecuencias de la salida del euro y de pensar cómo afrontar el periodo de transición económica que se abre con ello.

Salir del euro significará, probablemente, que nuestro país cuente con una moneda propia cuya emisión y control dependerá del Banco de España que recuperará así su papel histórico. Este hecho, devolver al Banco de España sus funciones de emisor de una moneda y prestamista de última instancia para el conjunto de la economía es de los más relevantes y decisivos que ocurrirán. La pérdida de la soberanía monetaria supuso la pérdida de un resorte fundamental para controlar la evolución económica del país atendiendo a las necesidades económicas y sociales. El Banco Central europeo, con una autonomía injustificada, ha llevado a cabo una política dirigida a controlar la inflación de la zona euro, y cuando se ha olvidado de esta tarea lo ha hecho en función de las necesidades de los países predominantes en la zona euro, léase Alemania y Francia. Determinar una única política monetaria para un conjunto de países tan diferentes y, sobre todo, recorrido por problemas y coyunturas no equiparables, es una de las grandes fallas del euro y una causa primordial de la crisis actual.

La existencia del Banco de España, asemejado a la tan deseada Reserva Federal de Estados Unidos como fuente de liquidez, pondrá en manos de los gobiernos la posibilidad de manejar la política monetaria en sus vertientes esenciales, determinando el tipo de cambio oficial, la cantidad de dinero y/o los tipos de interés. El hundimiento que sufre la economía se podrá amortiguar con una política monetaria que alimente las cajas vacías de todas las instituciones públicas para estimular la demanda, practicar políticas de amortiguación de los costes sociales de la crisis, impulsar medidas progresistas y de mejora de los servicios públicos y facilitar la recuperación de muchas empresas liquidadas o en trance de hacerlo por las deudas que tienen contraídas las Administraciones Públicas.

No hay que dejar de pensar que hablamos de un periodo transitorio y turbulento como consecuencia del fracaso del euro. Así, desde el momento que se emita una nueva moneda tiene todo a su favor ante el desastre creado por el euro. Será necesario fijar el valor de su cotización con el euro si pervive o con otra moneda de referencia universal, por ejemplo el dólar. A partir de esa cotización se determinaría el valor de la peseta con el resto de las monedas existentes.

No cabe duda que la nueva peseta tendrá que sufrir una devaluación muy importante con respecto a su actual valor, con independencia de la moneda de referencia, el euro o el dólar. El desequilibrio exterior es tan agudo, que una economía hundida en los últimos tres años, que ha generado tres millones de parados, todavía registrará un déficit por cuenta corriente en 2011 próximo al 5% del PIB. Sólo con una devaluación contundente se afrontaría el problema. Una decisión adicional resolvería si dejar la nueva moneda que cotice con total libertad en los mercados o si controlarla en alguna medida interviniendo la autoridad monetaria en los mercados de divisas, y si conviene funcionar técnicamente con un doble tipo de cambio, uno interno y otro externo.

También otras dimensiones económicas, productivas y comerciales, obviamente se verían afectadas, y merece esbozarlas y ponderarlas. Serian las siguientes:

Productivas: Estamos muy condicionados por los bienes de equipo y otras tecnologías procedentes del exterior. España es, en gran parte, una “maquila” (que explica porque se han acelerado las importaciones tras la entrada del sistema euro), como es el caso de la industria de automoción, muy dependiente de las importaciones de elementos centrales como la monitorización. Los costes salariales, tras la devaluación se volverían “super-competitivos”, pero los inputs intermedios industriales, amén de los energéticos se dispararían. Sin duda alguna, sería una buena oportunidad para una reconversión, guiada por una política industrial más avanzada, para impulsar cambios tecno-energéticos favorables a bases materiales y energéticas renovables, o para desarrollar una industria de los servicios centrada en los cuidados de las personas (educación, sanidad, atención a la dependencia, comedores colectivos, escuelas infantiles, turismo sostenible, etc…).

Financieras: Al finalizar 2011 la economía española tenía una posición neta deficitaria exterior de 963.640 millones de euros, resultado de unos pasivos de 2.315.000 millones de euros y unos activos frente al exterior de 1.332.000 millones de euros. Sin entrar a desglosar la composición de unos y otros, relevante a los efectos que vamos a comentar, cabe decir que los poseedores de activos frente al exterior ganarían en la medida en que los tienen formalizados en monedas cuyo valor en pesetas sería mayor por la devaluación inicial de la nueva moneda. Por el contrario, la masa de deuda externa con sus correspondientes compromisos de devolución se vería incrementada para los residentes internos por la devaluación que sufra la nueva moneda. Por decirlo sencillamente, habrá que devolver euros que valen a mucho más que las 166,386 pesetas a las que se cambió. Un incremento significativo de la deuda externa representa uno de los problemas fundamentales de la salida del euro.

Tras la salida sería necesario convertir la cuenta de las deudas con el exterior a la nueva moneda, o bien declarar un impago en un, pongamos por ejemplo, 50%. En tal caso, compensaríamos el bloqueo posible al acceso a una parte de la financiación internacional, con la liberalización de recursos propios para invertir. Si no se declara el impago, esta situación afectaría tanto a las deudas públicas, como a las privadas, sean estas de “entidades bancarias” o de empresas productivas. Verían incrementadas en un nivel equivalente a la devaluación de la nueva moneda respecto del sistema euro todas sus deudas con el exterior. En términos financieros, las deudas interiores no sufrirían más que una conversión con el nuevo tipo de cambio, a la nueva divisa.

Comerciales. Tan solo el rápido crecimiento de la rúbrica de Rentas de Transferencia, por motivos del incremento del turismo, podrían conseguir paliar los déficits de actividad que la devaluación de la nueva divisa provocaría tras la salida del sistema euro. En contrapartida negativa, la devaluación supondría un encarecimiento inmediato de la factura energética para el conjunto de la economía española, que podría paliarse con un cambio de modelo productivo basado en renovables (solar, eólica, maremotriz, biomasa, etc…).

Sin duda alguna, todos los anteriores problemas no son infranqueables, pero sí ponen de manifiesto que la salida del sistema euro ni libera de las políticas neoliberales que causan miseria y austeridad a los países periféricos, ni será jubilosa como algunos la pintan.

Pero lo relevante consiste en cuestionar las políticas neoliberales aplicadas en la constitución del Euro y en su desarrollo. Políticas que bien podrían ser replicadas por las autoridades españolas una vez se materializase la salida del euro, si no hay fuerzas que las orienten hacia otro rumbo. No son los instrumentos, sino el diseño institucional, las políticas y alcance con que se materializan, la cuestión central.

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