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Alfonso Aguilera, el neurocientífico español que descifra los procesos del autismo

Alfonso Aguilera.

Ángela García

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Hace apenas dos años Alfonso Aguilera recogía su título de grado en Bioquímica en la Universidad Autónoma de Madrid. Hoy es ya un estudiante de doctorado en el King’s College de Londres, uno de los centros universitarios más punteros del mundo, especialmente en la disciplina en la que este madrileño nacido en 1996 ha decidido volcar su tiempo y dedicación: la Neurociencia.

“La Neurociencia es una rama muy amplia de la Biología que abarca el estudio del sistema nervioso de los seres vivos, tanto a nivel de procesamientos básicos, como el funcionamiento de las neuronas o la transmisión de información de unas regiones a otras, hasta el análisis de mecanismos más complejos como la formación de la memoria o las emociones”, aclara. Su tesis de doctorado supone una continuación del trabajo que realizó durante su máster en este mismo centro, donde recaló gracias a una beca de posgrado para ampliar estudios en el extranjero que concede cada año la Fundación Mutua Madrileña a hijos de mutualistas con el mejor expediente académico (el plazo para solicitar las becas para el próximo curso se inicia hoy). Y el de Aguilera es especialmente brillante: en el Kings’s College recibió la calificación de Distinción y el premio Henry Mcllwain al mejor proyecto de investigación del máster.

“Grosso modo, investigamos el neurodesarrollo de enfermedades psiquiátricas como la esquizofrenia, el autismo o la epilepsia”, cuenta. “En estas enfermedades hay una formación del cerebro errónea que afecta a cómo las neuronas se conectan unas a otras en el desarrollo embrionario y postnatal, es decir, las neuronas de diferentes zonas del cerebro no están bien conectadas”. En concreto, Aguilera se ha centrado en el estudio del gen TSC2, que en humanos provoca el autismo, y cómo este gen interfiere en las sinapsis, las zonas donde las neuronas se conectan unas a otras.

En el caso de los niños, explica, aquellos que tienen mutado este gen presentan problemas no solo en el cerebro, sino también en muchos otros órganos del cuerpo. “Se ha visto que las neuronas de estos niños no están bien conectadas entre ellas, lo que puede acarrear los problemas de interacción social que presentan las personas con autismo”, detalla. Su tesis fue tan sobresaliente que al terminar el máster le ofrecieron una plaza de doctorado para seguir ampliándola durante los próximos cuatro años.

Su interés hacia la Neurociencia comenzó en el último año de carrera, cuando cursó la asignatura de Neurobiología Molecular en la que le presentaron de manera somera los mecanismos básicos del cerebro. “Desde el Bachillerato siempre me gustó la Biología Molecular y la Bioquímica, los procesos celulares que se producen en el cuerpo, y por eso cursé Bioquímica. A lo largo de la carrera estudié mucho sobre inmunología, cáncer o microbiología, pero de Neurociencia no habíamos dado nada salvo en el último año, así que me quedé con muchas ganas de ampliar mis conocimientos”.

A pesar de esa especialización, Aguilera es un apasionado de todas las ramas de la Bioquímica. “En mi proyecto estoy aplicando biología molecular y bioquímica, no son disciplinas excluyentes”, puntualiza, “hay Neurociencia que es más anatómica o macroscópica y otros estudios desde el punto de vista molecular”.

Desde una perspectiva clínica, orientada a la salud, la Neurociencia resulta especialmente relevante para analizar los mecanismos del cerebro cuando se deterioran a causa de enfermedades neurodegenerativas. Para Aguilera, esta disciplina resulta fundamental para ayudar a personas que padecen enfermedades como trastorno bipolar, esquizofrenia, epilepsia, parkinson, alzheimer o esclerosis; pero también para profundizar en el conocimiento de los procesos de la memoria, las emociones o la comunicación.

“Nosotros tenemos una personalidad y unas emociones que están influenciadas genéticamente, pero el cerebro es muy plástico y se puede moldear a través de las experiencias que recibimos del entorno”, explica. En el caso de la depresión, ejemplifica Aguilera, el cerebro se ve condicionado por diferentes situaciones difíciles o golpes especialmente dolorosos a los que tiene que hacer frente una persona.

Cuando se le pregunta sobre su futuro, pese a todos los méritos que acumula su currículum, este joven neurocientífico se muestra mucho más comedido: “Obviamente, seguir una carrera académica es lo que a mí me gustaría y a mucha gente que estamos investigando porque es lo más bonito, investigar lo tú quieres y ayudar a la sociedad con lo que has hecho”. Mientras tanto, Aguilera aún tiene por delante cuatro años de investigación doctoral para seguir arrojando luz sobre ese órgano todavía lleno de misterios que es el cerebro.

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