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Mi aplauso para Pablo Casado

Pablo Casado, tras su intervención en la moción de censura de Vox.

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Pablo Casado tiene un problema de credibilidad. No es la primera vez que cambia su discurso sobre Vox, un partido “constitucionalista” o de “extrema derecha” según convenga.

También tiene un problema de coherencia: este Vox al que duramente ha criticado este jueves en el Congreso es el mismo que sustenta gran parte de sus gobiernos autonómicos y municipales, y con los que negocian cada medida que toman.

Es discutible su sinceridad: qué pasará en el futuro, si Casado necesita los escaños de Vox para gobernar.

Pero todos estos matices no quitan mérito ni importancia a lo que ha ocurrido hoy en el Congreso, con un discurso histórico, que hace ya dos años que debería haberse producido. Que llega tarde, pero llega. Y es un cambio de actitud que, sin duda, hay que aplaudir.

No espero de Pablo Casado que cambie de ideología, de opinión, de manera de entender el mundo o de forma de pensar. No pretendo que se haga republicano, ni progresista, ni partidario de la redistribución de la riqueza o de aumentar el gasto social. Me conformo con otra cosa: que construya a su alrededor una derecha conservadora democrática, homologable a la europea. Esa derecha necesaria en cualquier país libre y próspero, y que tanto cuesta aquí consolidar. Esa derecha que en España viaja al centro cada tanto, y al rato se vuelve a crispar.

Hace falta una derecha que ponga pie en pared contra el fascismo. Que deje de contemporizar con un partido xenófobo, racista, machista y antidemocrático por miedo a sus propios electores, en un momento de absoluta crispación. Una derecha democrática, que rechace frontalmente a la ultraderecha, igual que hace en Alemania Merkel, o hacía en Francia Chirac. Una derecha que ayude a parar el guerracivilismo y la polarización.

Eso es lo que ha ocurrido hoy. El discurso de Casado no solo ha sido formalmente brillante, también contundente y sin matices. Solo se puede interpretar como un “hasta aquí”, que debería tener más consecuencias y que ata a Casado a una posición que difícilmente podrá cambiar en esta legislatura. Es un punto de inflexión.

No era una decisión fácil para el PP. Casado sabe, lo dicen las encuestas, que la inmensa mayoría de sus votantes querían otra cosa: que votara sí a la moción de censura; que al menos se abstuviera y marcara distancias con Bildu o ERC. No tenía una opción fácil porque tomar esa vía probablemente habría lastrado a Casado para toda la legislatura, del mismo modo que, en su momento, le hundió la foto de Colón.

Casado ha sido inteligente en esta decisión. No porque esta vía le vaya a garantizar un buen resultado electoral, que no es seguro, sino porque la otra opción probablemente era aún peor. Caminar del lado de Vox y reírle las gracias a la ultraderecha había llevado al PP a un rincón, sin posibilidad alguna de gobernar España.

El duro discurso de Casado dejó noqueado a Abascal. El líder de Vox, en su réplica al PP, repitió varias veces su “perplejidad”, y es evidente que decía la verdad. Se conocen de hace muchos años y sus carreras políticas han sido muy parecidas. Tienen –o tenían– una buena relación personal. Abascal no se lo esperaba; no con la contundencia con la que Casado le atizó. No supo reaccionar. No dio la talla en una moción de la que sale completamente derrotado, con el mayor rechazo en la historia del Congreso a un candidato a la presidencia del Gobierno, que es lo que en el fondo se votaba este jueves.

A pesar de esta derrota, a pesar de esta ruptura, Vox no va a desaparecer. No le ha salido bien la jugada, pero en esta lazada que había preparado para el PP sale con uno de los dos escenarios previstos, y que Vox veía como ganador: con el monopolio de la oposición ultra –la otra opción era arrastrar al PP a su posición–. La duda es hasta dónde llegará su apoyo popular. Cuánto mide el odio de la derecha, en un contexto de crisis económica, sanitaria y social, de extrema polarización. El mundo y la historia están llenos de ejemplos sobre cómo el fascismo es capaz de florecer en este contexto. Incluso llegar al poder.

El nuevo discurso de Casado deja también al Gobierno de coalición un espacio para la generosidad, para el diálogo, para la mano tendida, para poner freno a esa crispación que ha deteriorado la vida pública hasta un extremo inédito. Después de este giro, y de la oferta de Pedro Sánchez de retirar la reforma de la ley del Poder Judicial, no se entendería que Casado mantuviera su bloqueo a la renovación del gobierno de los jueces. O que siguiera sin sentarse con Sánchez para hablar de los Presupuestos y plantear sus posiciones, aunque su voto siga siendo no.

Tal vez sea un espejismo. La bronca volvió poco después al Congreso, en el encontronazo entre Casado e Iglesias donde el presidente del PP equiparó a Unidas Podemos con Vox. Pero lo mismo es pedir demasiado que un líder conservador no confronte con Unidas Podemos el mismo día en que media derecha le tilda de traidor.

Era una moción de censura contra el PP. No había escapatoria, y por eso Casado ha puesto pie en pared. Ha hecho lo correcto. Ojalá no vuelva a cambiar de posición.

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