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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El bosque de Birnam se nos viene encima y la clase dirigente no lo ve

El presidente estadounidense, Donald J. Trump, saluda al fundador y director general del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab

Juan Miguel Sans

En la pasada edición del Foro Económico Mundial de Davos, el FMI presentó sus proyecciones para la economía mundial. Esta institución anunció que la economía mundial había crecido un 3,7% en 2017, por encima de las previsiones iniciales. Un crecimiento generalizado encabezado – sorpresivamente, dice el informe del FMI- por Europa y Asia. También reveló que las proyecciones para 2018 han sido revisadas al alza en 0,2 puntos, a un 3,9%. En sentido contrario, el FMI estimaba que la economía española crecería un 2,4%, una décima menos de lo previsto inicialmente, por la incertidumbre política generada por la crisis catalana. En palabras del FMI, políticamente menos comprometidas, “incertidumbre política en la confianza y la demanda”. La Comisión Europea sitúa este crecimiento en el 2,6%.

¿Qué explica este comportamiento de la economía mundial? Hay varios factores. A mi juicio, el más importante, la gestión de la política monetaria que se ha hecho desde la FED (conocida como la Reserva Federal, el banco central de los Estados Unidos) y el BCE (el banco central de los 19 países de la Unión Europea que han adoptado el euro). Janet Yellen hasta hace pocos días presidenta de la Reserva Federal y Mario Draghi han hecho bien su trabajo. Molesta, a derecha e izquierda, que estas instituciones estén presididas por personas independientes. La candidatura del ministro Guindos a un puesto en el consejo del BCE es una mala idea, precisamente por su calidad de ministro.

El otro factor que explica la evolución económica es el crecimiento sincronizado de la mayoría de las economías del mundo, al menos aquellas que suponen tres cuartas partes del PIB mundial. Estados Unidos, Alemania y Japón, entre las desarrolladas. China, India, e incluso México y Brasil, entre los países emergentes y en desarrollo. China parece que está cambiando su modelo productivo -basado en el consumo interno y los servicios- sin graves disfunciones (y con estabilidad política). Es lo que algunos consideran un circulo virtuoso. ¿Circulo virtuoso? No parece. Hay nubarrones en ciernes. Nubarrones serios. De hecho, hay quien piensa que nos encontramos en un periodo de calma chicha, previo a la tormenta perfecta

En primer lugar, este crecimiento es sincronizado para muchos, pero otros se han quedado en la cuneta. No lo digo yo, lo dice Christine Lagarde, directora gerente del FMI: “una quinta parte de los países emergentes y en desarrollo han visto caer su renta per cápita en 2017”.

En segundo lugar, la política tributaria de Trump va a tener efectos positivos a corto plazo, pero claros efectos perversos a medio plazo. Tampoco lo digo yo. Lo dice el mismo FMI: “el programa tributario (de la era Trump) reducirá el crecimiento durante algunos años a partir de 2022”. En ese horizonte -con una combinación previsible de déficit público y déficit por cuenta corriente- que conllevará inflación, subidas del tipo de interés, apreciación del dólar, las empresas norteamericanas se encontraran con problemas y la pantomima del american first se vendrá abajo. Probablemente, otro mandatario de la Casa Blanca tendrá que venir a resolver los problemas.

Mas dificultades. El comercio mundial no ha alcanzado los niveles precrisis, ni parece que los vaya a alcanzar. Tampoco lo digo yo. Lo dice el Banco Central Europeo y la propia Comisión Europea. El patrón del comercio mundial está cambiando por varios motivos: la evolución al ralentí de la inversión, el aumento del proteccionismo, el freno a los procesos liberalizadores y de acuerdos multilaterales y la desintegración de las cadenas globales de valor que se formaron en los años dorados.

Por último, estamos asistiendo a una revolución tecnológica de la que nadie sabe todavía cómo saldremos. Seguro que con perdedores y vencedores. Por eso hay una parte de la población que todavía no nota la recuperación económica. Los que están en paro de larga duración, los que están con trabajos temporales o a tiempo parcial, los que han visto reducidos sus salarios y muchas minorías cuyas posibilidades de salida de la miseria social son mínimas. También pueden apuntarse a esta lista de perdedores los emprendedores por necesidad, sin vocación de empresarios, aquellos sectores (el pequeño comercio, los servicios de escaso valor añadido) con graves dificultades de sucesión familiar o muchos trabajadores de algunos sectores condenados a un previsible ajuste de personal.

Por mucho que algunos se apunten a la euforia del crecimiento económico -crecimientos del PIB, creación de empleo y descensos de las tasas de paro- a mi modo de ver todavía no hemos salido de la crisis. Estamos muy lejos de la 'nueva normalidad' que algunos auguran. La niebla no nos debe nublar la vista. No es cuestión de una décima de PIB arriba o abajo. A fin de cuentas, una convención estadística (de la que después nadie se responsabiliza). No es cuestión tampoco de estar pendiente a diario del Dow Jones. Estamos viviendo una larga onda recesiva, más larga de lo normal, con algunos repuntes coyunturales. No es fácil reconstruir un nuevo entramado institucional, regulatorio, productivo y de equilibrios geopolíticos. Eso llevará tiempo y consenso. Mientas tanto, debemos acostumbrarnos a vivir instalados en la crisis. Una crisis de sistema.

*Juan Miguel Sans es experto en estrategia y política económica

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