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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El comercio internacional se ha gripado

Panamá comienza la exportación de piña a China

Juan Miguel Sans

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La OMC acaba de anunciar que el comercio mundial probablemente crezca este ejercicio un 1,2 %, una tasa muy inferior al 2,6 % vaticinado el pasado mes de abril. La previsión para 2020 es de un crecimiento del 2,7 % -inferior al 3,0 % inicialmente previsto- y muy probablemente sea demasiado optimista. La misma OMC considera que hay riesgos evidentes de que se agrave la situación si no se recupera la normalidad en las relaciones comerciales. Así lo confirman todos los indicadores disponibles: los índices de carga aérea internacional, los índices de pedidos de exportación, la producción y venta de automóviles, las perspectivas de los mercados de materias primas agrícolas… La nueva Directora General del FMI, Kristina Georgieva, ha confirmado que las guerras comerciales pueden restar el próximo año al crecimiento global unos 640.000 millones de euros.

Desde los años 90 del pasado siglo hasta 2008, el comercio internacional creció más que la producción. Desde entonces esta relación se ha roto. Desde esa fecha, los flujos comerciales en bienes y servicios han crecido a un ritmo inferior o, en el mejor de los casos, similar al de la producción. Además, el comercio mundial está creciendo a ritmos anuales muy inferiores – prácticamente la mitad- de los del periodo 1990 - 2007. En definitiva, el patrón del comercio internacional está cambiando. Y no a mejor.

Muchos economistas observan con desconfianza esta evolución. El comercio internacional ha sido una de las fuentes del crecimiento económico global desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Este parón va a afectar a todas las economías, pero muy especialmente a aquellas cuyo crecimiento no puede depender de la demanda nacional, la inversión y el consumo nacional.

Las causas de este frenazo son conocidas por todos. Algunas son políticas: la guerra comercial USA- China, el proteccionismo, con la vuelta de los aranceles, o el Brexit. Todas ellas introducen grandes dosis de incertidumbre y causan daños concretos a las economías nacionales. Lo estamos viendo estos días con los aranceles previstos por EE. UU. a productos muy importantes para la exportación española como el aceite, el vino, las conservas, los quesos o las frutas. Otras razones son más coyunturales: la debilidad de la inversión en los países desarrollados (a expensas con lo que ocurra con los planes para combatir el cambio climático en Alemania), así como la ruptura de las cadenas de valor globales.

Esto es malo para la economía. La teoría económica y la evidencia empírica han demostrado que el comercio internacional es bueno para el crecimiento de la economía. Basta una evidencia: el crecimiento espectacular de los países asiáticos, con China e India a la cabeza, sin olvidarnos de dos economías ya afianzadas en el comercio mundial como Corea del Sur o Japón o de otras que se están incorporando con mucho brío a las corrientes comerciales, como Vietnam, Indonesia o Malasia. En estos países, la incorporación a los mercados internacionales ha reducido sensiblemente la pobreza y está permitiendo brotar, en algunos de ellos, una incipiente clase media. El cambio en poco más de 50 años ha sido asombroso. El centro de gravedad de la economía mundial se está desplazando hacia el continente asiático.

Una de las transformaciones más radicales que ha vivido el comercio internacional ha sido el rápido crecimiento de los intercambios de los servicios. La incorporación de las nuevas tecnologías de la información ha convertido en comercializables muchos servicios cuyo intercambio era impensable hace solo unas décadas. La salud, la educación, los despachos de abogados y arquitectura, las empresas de ingeniería o consultoría, el turismo y el transporte, la banca, podríamos seguir así hasta agotarnos en la enumeración. También hay síntomas, según la OMC, de que este tipo de comercio se está debilitando.

La globalización se ha puesto en cuestión y no precisamente, como muchos vaticinaban, por el empuje de los movimientos antiglobalización. La guerra comercial va a empobrecer a todos. A los que votaron a Trump, los primeros, que se van a encontrar con precios más altos en su cesta de la compra y con su empleo peligrando. Una lección que parecía aprendida desde los años 30 del pasado siglo. Por eso, la prioridad número uno de los responsables de la política comercial debiera ser proteger y reforzar lo que queda del sistema multilateral de comercio e ir construyendo una nueva institucionalización más acorde con las nuevas reglas que van a dominar el comercio internacional en los próximos años: mayor conectividad, flujos incesantes de datos, reducción de las distancias y de los costes del transporte, comercialización de servicios, movimiento de capitales, y muy especialmente de personas, proliferación de tratados regionales y bilaterales, incorporación con voz propia de nuevas actores. Todo esto hay que ponerlo en un cóctel y proponer un nuevo sistema de gobernanza. Como recordaba José Luis Curbelo, actual presidente de COFIDES, en un artículo no muy lejano titulado significativamente Malestar en la economía 4.0: transformación digital, nueva globalización y desigualdad, “cada modelo de globalización ha generado su propia institucionalidad”. Ahora, sin duda, es el momento de ponerse manos a la obra.

Juan Miguel Sans es experto en Estrategia y Política Económica

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