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Euskadi y los fondos europeos para superar la crisis de la COVID-19
La COVID-19 no ha hecho más que mostrarnos qué consecuencias puede tener la intromisión del ser humano en la naturaleza. No hay un gran misterio sobre la causa de la pandemia de la COVID-19 -o de cualquier pandemia moderna-. Las mismas actividades humanas que impulsan el cambio climático y la pérdida de biodiversidad también generan riesgos de pandemia a través de sus impactos en nuestro medio ambiente. Pero aún hay lugar para la esperanza, pero hay que actuar con redoblados esfuerzos porque andamos tarde en muchas cuestiones.
El pasado martes 29 de diciembre, el lehendakari Iñigo Urkullu hizo públicos los principales elementos del programa Euskadi Next 21-26 que acaba de aprobar el Gobierno vasco, en coordinación con las diputaciones y los ayuntamientos de las tres capitales, y que supone la propuesta de la comunidad autónoma para la recuperación, la transformación y la resiliencia de Euskadi tras la pandemia. La iniciativa será trasladada de forma inmediata al Ejecutivo central, que al final tiene la llave para decidir qué se envía a Bruselas.
En total, son 188 proyectos (incluidos 16 planes estratégicos) de ocho ámbitos diferentes para los que se reclama una aportación europea de 5.702,6 millones de euros y que el Ejecutivo espera que movilizaría en total 13.135 millones. El lehendakari ha destacado “cinco claves del programa Euskadi Next: la complementariedad, integración, participación, credibilidad y viabilidad”.
Todos esos proyectos, que se dividen en 8 campos son los siguientes: “salud y cuidado de las personas”, “aprendizaje a lo largo de la vida”, “generación de energías renovables», ”movilidad sostenible“, ”digitalización e innovación de las administraciones, empresas y cadenas de valor“, ”hábitat urbano“, ”hábitat natural y prevención de desastres naturales“ y, por último, ”economía circular“.
El documento no es definitivo, puesto que hasta el 30 de abril hay plazo para completarlo, lo que se hará siempre que se encuentren elementos para “seguir construyendo una Euskadi verde, digital e inclusiva”. El Gobierno vasco aclara, en cualquier caso, que los proyectos escogidos están orientados en un 63% de los casos a la transición energética -Europa había marcado un 37%- y en un 21% a la digital, en este caso un punto por encima de las exigencias comunitarias.
Sin duda, muchos de los proyectos son muy interesantes e importantes, y en consonancia con la situación post-Covid que vivimos. Uno de los proyectos con mayor presupuesto económico es el referido al de la transición energética, y comprende diversas iniciativas, entre ellas, el llamado hidrógeno verde.
Pero, a mi modo de ver, a la hora de abordar la transición energética, convendría hacer algunas reflexiones. Cada vez hay mayor consenso en considerar que el cambio climático constituye una de las mayores amenazas para el futuro de la humanidad, y en lo que respecta también a Euskadi en considerarlo como el mayor reto ambiental en el siglo XXI que tiene nuestro país. Si no se pone límite a las emisiones de gases de efecto invernadero, los efectos sobre la naturaleza, la economía y las personas podrían ser catastróficos, y, por tanto, hay que redoblar los esfuerzos para su reducción.
Pero, además de reducir las emisiones, es necesario prepararnos para los impactos del cambio climático. Independientemente de cuáles sean los escenarios sobre el calentamiento que se manejen y la eficacia de los esfuerzos que se realicen por mitigar este fenómeno, las repercusiones del cambio climático se incrementarán en las próximas décadas debido a los efectos del pasado y a las actuales emisiones.
En esencia, afrontamos grandes cambios en el clima de la Tierra, con consecuencias muy graves. Es comprensible, por tanto, que términos como descarbonización y transición energética sean imprescindibles, omnipresentes. En esas estrategias energéticas, se plantea la necesidad de sustituir los combustibles fósiles por las energías renovables. Ahora bien, convendría preguntarse cuánta energía hace falta, cómo podemos recuperar a través de procesos más eficientes, qué proyectos son realmente sostenibles, dónde causarán el menos impacto posible, y si podemos seguir con el modelo de producción y consumo actual.
A día de hoy, el consumo sigue estando relacionado con el comportamiento de la economía, a mayor crecimiento económico, más demanda energética. Sin embargo, en el cálculo de los científicos, esa relación se rompe. Según los cálculos de un grupo de investigadores de la Universidad de Leeds en el Reino Unido, con un gasto de energía global similar al de los años 60, la población mundial, que se estima que se habrá triplicado para entonces, podría satisfacer todas sus necesidades materiales básicas para llevar un estilo de vida con ciertas comodidades propias de los países desarrollados.
Para ello sería necesario, apunta el estudio publicado en la revista científica Global Environmental Change, implementar en todos los ámbitos la tecnología disponible para conseguir más eficiencia, reducir drásticamente el consumo global y acabar con las desigualdades. Hay que tener en cuenta que actualmente el 30% de la población consume el 70% de la energía.
La piedra angular de la transición energética ha de residir en una disminución drástica del consumo de energía que realizamos en los países desarrollados, entre ellos el nuestro
Por tanto, la lucha contra el cambio climático, las políticas de descarbonización y la transición energética deben de tener en cuenta cuestiones tan fundamentales como cuánta energía se necesita, cuánta necesitamos para vivir bien y en qué medida podemos bajar el consumo energético si queremos conseguir los objetivos de reducción de emisiones, que la UE cifra en cero emisiones en 2050, pero que, tal y como proclaman diversas organizaciones ecologistas, deberían ser más ambiciosos, adelantando las emisiones neutras en carbono para 2040.
Y, precisamente, esta necesidad de reducir drásticamente el consumo energético en Euskadi no creo que se haya tenido muy en cuenta de forma global a la hora de la propuesta que se ha hecho en el programa Euskadi Next 21-26.
Pero adentrándonos en los proyectos relativos a la transición energética -17 para generación de energías renovables, entre las que se cita el hidrogeno verde- hay muchos de indudable interés. Pero también, algunos otros, no tanto.
En lo que respecta al llamado hidrógeno verde -al que se le asigna el mayor presupuesto en el capítulo de energías renovables con una inversión de 1.144,00 euros- llama poderosamente la atención que se le califique como energía renovable. El hidrógeno como tal no es una fuente de energía que se pueda hallar directamente en la naturaleza, como ocurre con el viento y el sol, sino que su obtención exige un proceso.
Hay varias formas básicas para conseguirlo. La primera es por un reformado químico de gas natural, que da como resultado lo que se conoce como hidrógeno gris, que ya se usa en algunas industrias para refinar o purificar gasolinas o gasóleo, pero que en el proceso se emiten gases de efecto invernadero, que contribuyen al cambio climático.
La otra opción es el llamado hidrógeno verde, un gas que se obtiene de la separación del agua por la acción de electricidad proveniente de una fuente de energía renovable, y que es la que se quiere impulsar desde la UE, el Gobierno español y el Gobierno vasco. Para conseguir hidrógeno verde se requiere de una inversión energética previa, a través de plantas fotovoltaicas o solares, lo que implica que al final del proceso haya una pérdida de eficiencia notable. Su fabricación y almacenamiento tiene importantes pérdidas, que podrían reducir la eficiencia del proceso al 30% en muchas de sus aplicaciones, e incluso más. Por ejemplo, para producir 35 kw de energía de hidrógeno verde tienes que emplear 55 kw de energía renovable, con lo que al final se genera una pérdida de eficiencia importante y no sea muy rentable.
Precisamente, el elevado coste de las inversiones y del producto sigue siendo el gran problema para el sector, razón por la que se intenta incentivar, ya que tras décadas de desarrollo apenas existen aplicaciones realmente viables. De hecho, los proyectos actualmente más relevantes son en su mayor medida proyectos piloto, de investigación o para analizar la potencialidad del mismo. Sin embargo, se le presenta como menos como una gran panacea y como un pilar muy importante en la transición energética, obviando las limitaciones y las prevenciones que debería haber ante el desarrollo de esta tecnología.
Hay también otros proyectos en el capítulo de energías renovables, basados en grandes plantas solares fotovoltaicas y eólicas, que también a mi modo de ver son cuestionables. Creo que la piedra angular de la transición energética ha de residir en una disminución drástica del consumo de energía que realizamos en los países desarrollados, entre ellos el nuestro, y el consumo restante de energía, evidentemente, tendrá que ser de energías renovables y sostenibles, pero más bien deberemos tender a proyectos pequeños, basados en la utilización sostenible de los recursos locales y para el consumo en su entorno más cercano, de forma descentralizada y alejadas de las grandes compañías energéticas.
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