Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
El ser humano ante el espejo de un lunes
Lunes. Bilbao. Algo más de las siete y cuarto de la mañana. Golpea la cuchilla de afeitar contra el lavabo. Acerca su cara al espejo, que refleja el torso desnudo de un hombre de unos 25 años. Cuando termina, elimina los restos de espuma y aprovecha para llevar el agua más allá de su cara. Los hombros, el pecho, … no llego a verle secarse, pero sí abrocharse la camisa de cuadros con la que vestirá hoy. Está limpia. Parece impoluta. No, sin embargo, más, que la pulcritud con la que mantiene, y no solo parece, la dignidad de este hombre que, terminado el afeitado, se lava, descamisado, en la estación de autobuses de Bilbao.
El hombre es negro. Qué más dará eso, pensará usted, por mucho que ahora la Ertzaintza, por órdenes dadas desde el Departamento de Seguridad, facilite la nacionalidad de las personas a las que identifica o detiene como supuestas responsables de delitos. La medida va en sentido contrario a las recomendaciones que asociaciones de periodistas y entidades que trabajan contra la xenofobia hacen sobre cómo se debe informar de cara a evitar la estigmatización y el racismo. Como si la nacionalidad, todavía con frecuencia muy unida al color de la piel, delinquiera. Pero, en el caso del hombre con el que me encuentro en los baños de la moderna intermodal, el tono de su tez, quizá sí sea relevante. Porque la pobreza entiende, en buena medida, de razas, como atiende también a orígenes, género y edad. A más papeletas en la tómbola de la desigualdad, más posibilidades de hacer pleno en ella. En el poco tiempo que coincido con él, intento vislumbrar si pudiera ser un turista en el tránsito de un largo viaje que, simplemente, aprovecha para darse un baño sin ducha.
Detrás de él, junto a la puerta, muy cerca del pasillo que da acceso a las ventanillas de venta de billetes, hay dos mochilas. Son sus pertenencias. Una es de esas que cubren toda la espalda. Se intuye pesada más allá de la metáfora. La otra es más ligera. No llego a recordar cuál, pero una de ellas lleva una botella que asoma de una redecilla negra. No es de agua mineral como las que venden en el súper, sino de las que, a modo de cantimplora, se rellenan en cualquier grifo o fuente. Parece llevarla siempre a mano. Tiene otra, esta sí carne de contenedor amarillo, que mantiene posada en el lavabo. Hace las veces de palangana. La utiliza con cuidado, al igual que la cuchilla, como si quisiera ensuciar lo mínimo y evitar mojar el suelo. Lo hace como cualquiera lo haría en su casa, en ese intento por que después no haya demasiado que limpiar. El cuidado con lo que lo hace todo apunta a que lo hará. Como, igualmente, es probable que, terminado el baño, la botella vuelva a su macuto con el resto de sus enseres. Las apariencias engañan, cierto es. Pero su equipaje dista mucho de aquel que una persona llevaría en su largo tránsito hacia o desde el aeropuerto. En realidad, en ningún viaje, salvo que consideremos como tal el deambular por las calles de cualquier ciudad, en la búsqueda de un techo o, al menos, de una mirada y una palabra amables. En definitiva, de un refugio, si no físico, al menos emocional, en el que cobijarse.
Noviembre. El viento sur mantiene los termómetros de esta tardía madrugada de otoño en los 13 grados. La información meteorológica del 'smartwatch' (mejor llamarlo con su nombre, aunque sea en inglés, que referirse a él como 'reloj inteligente') muestra un sol. Pero hasta las 07.56 no saldrá. Tras intercambiar un “agur”, dejo al hombre dentro del baño. Tengo prisa, como siempre, como tantas, como tantos. Me dirijo al trabajo. También como él, a lo mejor. Pero, a diferencia, quizá, del suyo, el mío sí me permite mantener un techo digno en el que ducharme cada mañana. No más digno que su propia actitud. La de un ser humano que, como tantos otros, ese lunes y a esa hora, se lavaban y vestían para afrontarlo.