Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Infantil
Los pieles rojas del Lejano Oeste consideraban a los locos y a los idiotas criaturas inspiradas por dios, y, como tales, les reservaban un lugar de honor en sus tribus. Parece ser que esta costumbre ha perdurado en el tiempo propagándose en la actualidad por todo el planeta, lo que explicaría el hecho de que Donald Trump sea el presidente de los Estados Unidos de América, Bolsonaro de Brasil, Viktor Orban de Hungría, Boris Jhonson del Reino Unido, Isabel Díaz Ayuso de Madrid, Quim Torra de Cataluña y muchos otros de otros muchos países que nombrar en estas breves lineas además de resultar demasiado extenso, sospecho que también resultaría demasiado tedioso.
La estupidez de las masas no es una novedad en la complicada historia de la humanidad. Basta tan solo con asomarse a contemplar lo sucedido en el planeta durante el siglo veinte para comprobar que algunas decisiones tomadas por una mayoría de ciudadanos no solo resultaron demenciales sino que parecen más producto de una postura infantil, con todo lo que esto tiene de caprichoso e insustancial, que de una reflexión madura, profunda, ponderada y hasta muy razonable que diría el singular Mariano Rajoy.
Nuestra sociedad también es una sociedad infantil. Hasta es probable que en los últimos años hayamos logrado la admirable conquista de infantilizarla aún más. Los síntomas son más que evidentes: nos quejamos de todo, deseamos todo al instante, cualquier contrariedad nos frustra, no razonamos sino que nos dejamos gobernar por las emociones más primarias y nos decimos a nosotros mismos que es el Estado, sustituto de nuestros padres, quién nos lo debe resolver todo, incluso aquello que ya sabemos que no tiene solución; el paso del tiempo, por ejemplo, o el tedio dominical, o el rap o la cháchara insustancial de algunos de nuestras poetisas y poetas más galardonados...
Las democracias no nos libran de la estupidez sino de la tiranía, que además de contener en su vientre la estupidez en su grado máximo también contiene el horror. Como esas miles de heridas que no son más que un artículo de periódico, que escribió Apollinaire, miles de tertulianos, analistas, politólogos, periodistas, sociólogos y demás tropa están analizando estos días los resultados electorales del diez de noviembre para tratar de desentrañar porqué los españoles hemos votado como hemos votado; es decir porqué hemos dado una mayor presencia física en el Congreso de los Diputados a los partidos nacionalistas, ultra nacionalistas, independentistas, regionalistas, localistas, turolenses...
El problema de España lo resumió perfectamente Albert Einstein cuando dijo que el nacionalismo es una enfermedad infantil; el sarampión de la humanidad. España es un país infantil. Un país hermoso y diverso habitado por unos curiosos individuos e individuas que llevan siglos dando vueltas y más vueltas alrededor de sus ombligos buscando su identidad nacional en vez de preocuparse por las cosas verdaderamente importantes de la vida; o sea, comer bien, dormir mejor, reírse mucho, sobre todo de uno mismo, cultivar la bondad que a fin de cuentas es la máxima expresión de la inteligencia y languidecer elegantemente, con la mayor dignidad posible, hacia la muerte o, lo que es lo mismo, hacia el olvido. No hay más.
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