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La lengua, el supremacismo y los privilegios de clase: de Abascal a Otegi

El secretario general de EH Bildu, Arnaldo Otegi
31 de octubre de 2021 21:30 h

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Los debates sobre la identidad de los pueblos o de las personas son habituales en cualquier lugar del mundo. La identidad, por definición, se constituye respecto a la propia visión que cada cual tiene al mirarse al espejo en relación con diferentes factores sociales y culturales que conforman el mundo en el que vive. Género, clase social, opción(es) sexual(es), raza, cultura, lengua y nacionalidad son elementos que conforman la autopercepción.

En el ámbito político, cada vez de forma más profunda, los discursos se sirven de las cuestiones identitarias para conformar microcosmos de identificación colectiva frente a otros. Este fenómeno supone, necesariamente, dibujar unos límites a la identidad colectiva de un grupo, invisibilizando la mixtura y el mestizaje de cada individuo, para consolidar una imagen del grupo como monolítico y permanentemente amenazado por “contaminaciones externas”.

Es este el caldo de cultivo de la extrema derecha a nivel mundial. El nuevo movimiento ultra está siendo capaz de dibujar simplificaciones absurdas de la realidad de diferentes estados: el obrero blanco hetero estadounidense, el agnóstico francés de campo, el católico español que pasea en caballo, etc. No importa que estas representaciones no tengan relación alguna con la realidad social si ayudan a definir un sentimiento de pertenencia. Este imaginario, siempre en torno a figuras masculinas que representan el todo, está irremediablemente rodeado de factores que amenazan su identidad: otros idiomas, libertad sexual, empoderamiento de las mujeres, etc. De fondo, un intento no muy oculto de sostener los elementos estructurales del sistema: la acumulación de riqueza y poder y el patriarcado.

En Euskadi tenemos que soportar, y ya es mala suerte, dos supremacismos. El del vasco Abascal y quienes le siguen, siempre amenazado por nuestra lengua milenaria, y el supremacismo de una parte de la izquierda abertzale, siempre amenazada por la pluralidad

Las personas de izquierda nos hemos llevado las manos a la cabeza en cada ocasión en que la derecha o la extrema derecha española ha utilizado el castellano para discriminar a personas migrantes o para atacar las lenguas minorizadas. Las peticiones de examen de idioma para obtener permiso de residencia o trabajo, de realización de exámenes culturales a cambio de reconocimiento de derechos o la negativa a incorporar perfiles lingüísticos en los pueblos bilingües del Estado han sido calificadas unánimemente, y con razón, como expresión del supremacismo español.

En Euskadi tenemos que soportar, y ya es mala suerte, dos supremacismos. El del vasco Abascal y quienes le siguen, siempre amenazado por nuestra lengua milenaria, por nuestras instituciones e incluso nuestras fiestas y el supremacismo, sibilino a veces, de una parte de la izquierda abertzale, siempre amenazada por la pluralidad de la sociedad vasca. Normalmente pensaríamos que no puede haber dos políticos vascos más diferentes que Abascal y Otegi y sus equipos pero, ¿lo son?

Tanto Abascal como Otegi, hombres blancos burgueses heterosexuales, han decidido utilizar símbolos comunes (la lengua, la bandera, la nación etc.) como elementos propios de los que los demás carecemos. En la cuestión lingüística es donde más evidente es esta conexión. El euskara, lengua propia de nuestro pueblo minorizada y perseguida durante decenios, se ha convertido en elemento de ataque a una parte de población vasca por parte de dirigentes de EH Bildu en términos sólo comparables a los de la extrema derecha.

EH Bildu considera, legítimamente, que todos los puestos de trabajo de la Administración pública deben ser ocupados por personas bilingües. Es decir, que el 65% de la población no tiene derecho a acceder al empleo público (más estable y mejor remunerado). Es importante señalar que, de esta mayoría del pueblo vasco excluido el 47% no sabe nada de euskara, el 19% sería belarriprest y no tienen el perfil requerido. Nótese además que, de la población euskaldun también se quedaría fuera el 43% de euskaldunzahar que no han superado las pruebas.

Otras opciones proponen una aproximación a la realidad vasca más holística: es necesario que los derechos lingüísticos se cumplan y, para ello, cada puesto de trabajo debe exigir el perfil de euskara que se necesite. No es lo mismo un puesto de trabajo en equipo, que un puesto unipersonal. No es irrelevante que el puesto implique atención al público o que no. No es igual que la zona donde se vaya a desarrollar el trabajo sea castellanoparlante o euskaldun. No es inocuo que las competencias requeridas sean, en unos casos, escritas y orales y, en otros, simplemente orales.

Hasta aquí, un debate complejo, con muchas aristas y que debería garantizar diferentes derechos a la ciudadanía: el derecho al acceso al empleo público y el derecho a dirigirse a las Administraciones en la lengua propia. Son derechos compatibles, nunca excluyentes.

Sin embargo, EH Bildu ha optado por la táctica supremacista de la extrema derecha. Ya no estamos ante un debate de política lingüística sino ante un debate identitario, un debate de buenos y malos vascos. Esta semana, la coalición independentista y varios de sus cargos públicos han calificado al segundo sindicato vasco (CCOO) “exterminadores lingüísticos y fanáticos” por proponer que la petición de nivel de euskera de la policía local no sea igual en Lekeitio que en Laguardia. Como puede verse, no parece que el sindicato haya cuestionado la oportunidad de perfilar plazas, sino la metodología. Ha osado, en cambio, cuestionar los privilegios conectados al acceso al empleo público que tenemos los euskaldunes. Y eso ha removido las estructuras de poder de la “izquierda” abertzale.

Lejos de ser un error, han afirmado que permitir el acceso de castellanoparlantes (recuerden el 65% de la CAPV, porcentaje aún mayor en Nafarroa) a las Administraciones vascas supone, y cito literalmente un comunicado oficial, que se “están abriendo las puertas para aspirantes que no tienen ninguna vinculación y apego hacia este pueblo”. Al igual que Abascal y compañía, la lengua ya no es un patrimonio cultural común sino elemento de entrada o salida del imaginario colectivo. Si no sabes euskara, no eres vasca. Dicho de otra manera, y también siguiendo el modelo de LePen o Trump, el vasco bueno es el vasco que habla la lengua correcta, que tiene el color de piel correcto y que trabaja donde debe: en la Administración Pública. Este ataque salvaje al euskara escondido de intento de protección no es un error, es política de partido y propuesta de país: un país a dos velocidades y con dos tipos de derechos: los que disfrutaremos las personas euskaldunes (que vendremos de ikastolas privadas, accederemos a los mejores puestos de trabajo y garantizaremos la sucesión de nuestro privilegios a nuestra descendencia) y los que tendrán las no euskaldunes (que sufrirán una escuela pública mermada de recursos, gestionarán las migraciones y serán excelente mano de obra poco cualificada).

La izquierda, vasca y española, que se lleva las manos a la cabeza con los exabruptos de Abascal, bien haría en analizar las barbaridades cercanas, las que dividen nuestros barrios entre vascos buenos y malos

No acaba ahí la locura identitaria. Para Bildu, aceptar que personas sin conocimiento de euskera se incorporen al empleo público supone, y vuelve a ser literal “que aspirantes con vinculaciones a ideas ultra-derechistas y autoritarias colonicen la propia policía vasca”. Gracias a esta fascinante revelación, ya sabe, si su vecina no sabe euskera, seguramente sea ultraderechista. Para Abascal la frase es igual pero contraria, “si tu vecina no sabe español, seguramente sea terrorista islamista”.

El ascenso de las ideas supremacistas en el mundo es tan poderoso que arrastra a organizaciones otrora de izquierdas. Organizaciones que lo mismo pactan con la derecha vasca una ley de educación segregadora para beneficiar a la escuela privada concertada y los privilegios de clase que esto conlleva (véase la denuncia de la portavoz del STEE-EILAS sobre esta cuestión), que plantean el debate sobre poder presentarse a elecciones sin el EGA o que ataca violentamente a cualquier ciudadana que ose manifestar que la mejor manera de promocionar, impulsar y proteger nuestra lengua es la gratuidad de su enseñanza y la no apropiación partidista de la misma.

La izquierda, vasca y española, que se lleva las manos a la cabeza con los exabruptos de Abascal, bien haría en analizar las barbaridades cercanas, las que dividen nuestros barrios entre vascos buenos y malos. Señores Abascal y Otegi, quiten sus sucias manos de nuestras lenguas

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