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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¡¿Otra vez la nación vasca!?

El secretario general, Arkaitz Rodríguez, en la clausura del congreso de Sortu. A David Pla se le puede ver a la derecha

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Me da la impresión de que el reelegido secretario general de Sortu, Arkaitz Rodríguez, no tiene demasiado futuro como constructor de frases. Está, sin ir más lejos, su apoyo a los 'ongi etorri' a los excarcelados de ETA, por no haber sido violadores. Más recientemente, en el acto de clausura del tercer Congreso de su partido, se ha referido a sus adversarios con otra afirmación de carácter grouchomarxista: “Quienes nos han traído hasta aquí —manifestó— difícilmente podrán llevarnos a ningún sitio”. Algo que es realmente sorprendente. En pura lógica, basta con acordarse de las enseñanzas elementales del 'Barrio Sésamo' televisivo, para concluir que, si “nos han traído hasta aquí”, es porque antes estábamos “allí”. Es decir, por si es preciso explicarlo mejor, porque nos han cambiado de sitio.

A unos más que a otros, si hemos de ser justos. Porque una gran mayoría de la sociedad vasca ya estaba “aquí” desde la aprobación de la Constitución y el Estatuto (aunque había quienes, estando “aquí”, tonteaban por “allí” con veleidades independentistas). Y había otro sector que estaba, no allí, sino mucho más allí y se vio obligado a hacer el camino inverso, cuando tuvo que elegir entre “bombas y votos” (la disyuntiva del ministro Pérez Rubalcaba) para poder convertirse en un partido legal, al margen de la violencia terrorista y asumiendo las normas democráticas.

Ahora no se sabe muy bien dónde están. O si están estando del todo. Su actividad política diaria en el plano institucional se ajusta escrupulosamente a las normas impuestas por el sistema democrático. Y, si no rechazan abiertamente el terrorismo de ETA y sus secuelas en el presente, que aún persisten, tampoco las apoyan. Ellos tratan de mirar al futuro, haciendo todo lo posible por “no reabrir viejas heridas”. Aunque, para acceder a ese futuro radiante y reconciliado que nos anuncian, se hayan visto en la necesidad de rescatar para su política a quien fuera último dirigente de ETA, David Pla; un gesto de paz y buena voluntad, aunque no sé si muy bien entendido por las víctimas del terrorismo etarra. 

Lo que es seguro es que ha reconfortado a quienes colocan los supuestos derechos nacionales de Euskadi en el centro de su estrategia política, retomando, así, principios que parecían un tanto adormecidos ante la prioridad que, de un tiempo a esta parte, se venía dedicando a los derechos políticos y sociales de la ciudadanía vasca. Nos habíamos acostumbrado ya, en la normalidad post-ETA, a que la agenda social se impusiera a la identitaria. Y hasta parecía que la autodenominada Izquierda Abertzale le había cogido gusto a este nuevo debate. Pero, tras el III Congreso de Sortu, y con David Pla al frente de su Dirección Estratégica, las prioridades se reordenan: lo fundamental seguirá siendo la “liberación nacional”, construir un “Estado vasco en contraposición a España y Francia” y el “derecho de autodeterminación”. Esos van a ser los ingredientes básicos para disputarle al PNV su hegemonía política en Euskadi. Eso sí, con ciertos adornos retóricos de izquierda que hagan más digerible una polarización, y una disputa de poder político, entre nacionalismos enfrentados de mayor o menor pureza.

Dicho con toda claridad: el combate por esa utopía en que se empeñó la autodenominada izquierda abertzale nos dejó un balance de todo punto reaccionario. No parece, pues, demasiado razonable que sus patrocinadores traten de exhumarlo una vez más

A fin de cuentas, lo verdaderamente revolucionario, para Sortu, es conseguir “una Euskal Herria independiente, socialista y feminista”. Es decir, la nación vasca por encima de todo y caiga quien caiga, que para eso se hacen las revoluciones. Y la verdad es que, en los buenos tiempos de la Euskadi “alegre y combativa”, cayeron muchos. La utopía independentista era tan esperanzadora que quienes combatieron por ella tuvieron que asesinar a muchos descreídos, amenazar a quienes ni aun así se dieran por enterados, extender por el país un extenso manto de miedo y de silencio, eliminar la libertad de expresión durante décadas y postergar indefinidamente los debates sobre los problemas reales de los vascos en su vida cotidiana. En definitiva, todo lo que se veía durante el franquismo, pero en versión abertzale.  

Dicho con toda claridad: el combate por esa utopía en que se empeñó la autodenominada izquierda abertzale nos dejó un balance de todo punto reaccionario. No parece, pues, demasiado razonable que sus patrocinadores traten de exhumarlo una vez más. Sobre todo, teniendo en cuenta el “enorme éxito” cosechado por plataformas como Gure Eusko Dago en sus consultas autodeterministas por los municipios vascos. Sobrecoge pensar en las masivas participaciones de los consultados, que llegaron a alcanzar el 15 por ciento de los censos municipales, con menores de edad incluidos. 

Menos razonable aún parece esta vuelta a la autodeterminación, teniendo en cuenta que la izquierda vasca, la izquierda vasca real (léase Partido Socialista de Euskadi), ha acostumbrado al país a unas dinámicas diferentes. En virtud de ellas, se ha constitucionalizado el debate político y la agenda social se ha impuesto a la de la identidad nacional; y las políticas de unidad democrática para ofrecer respuestas concretas a los problemas de la gente han tomado el relevo a las del fomento de la desestabilización y el conflicto permanente. Por eso, la Euskadi de nuestros días tiene más que ver con realidades como la Mesa de Diálogo Social para hacer frente a la crisis y crear empleo que con el Pacto de Lizarra, que hoy nadie echa de menos. Y menos aún el PNV, que probablemente ha llegado a escarmentar, primero en cabeza propia y luego en la de la Catalunya ajena, que no parece la mejor alternativa que 'los de aquí' podemos tener. Apuntarse al Club Catalán de la Comedia no es, desde luego, la mejor inversión en sensatez que pueda hacer este país.

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