'Así viene. Así se va': una poética del tropiezo que convierte la caída en casa

La poeta extremeña, Su Ramos —nacida en Plasencia en 1976, criada en Tejeda de Tiétar y hoy residente en Don Benito— publica Así viene. Así se va (Itinerario de un tropiezo), un libro nacido de una caída y de la necesidad de mirar la vida con esa retranca heredada de los pueblos pequeños: ironía fina, palabras inventadas, motes, paisajes de canchos y alcornoques, y humor del que sostiene. Para ella, primero llega siempre el porrazo: “Como cuando éramos críos: primero te metías el golpe y luego le añadías toda la literatura del mundo para convertir algo cotidiano en una aventura o una tragedia épica”. Ese gesto de narrarse no es pose: es digestión, quitar hierro, sobrevivir desde la risa y, también, desde la herida.

La estructura del libro recuerda a ese orden inevitable que ella describe: expectativas, idealización, el nudo, la caída —“ya sea de pies, de culo o de cara”— y un desenlace que depende del humor del día. La autora bromea con que la vida “cambia que da vértigo, y el vértigo mola”, y reivindica que del desorden también se puede sacar una coreografía vital, como un bailarín que aprende a caer mejor. Su hermana gemela —“prolologuista” del libro— fue la primera en leerlo entero y es quien ha puesto en palabras esa capacidad de convertir escombros en belleza. Ella, prudente, responde con modestia: “Eso son cosas de mi hermana”, aunque defiende que incluso las ruinas cuentan historias: “Son historias sujetando otras historias”.

En su poesía conviven humor y dolor como “dos viejos vecinos que se cruzan cada día en su paseo”. Unas veces cordiales, otras insoportables, casi siempre necesarios. Sus imágenes nacen como pensamientos-conejos: ideas que botan todas a la vez hasta que una brilla más alto. A veces le provocan insomnio y necesita escribir para que se callen. Sus rituales: soledad, música, nocturnidad y nicotina. Si llega el bloqueo, pide una palabra a sus “musas y musos” y se obliga a escribir: así nacieron poemas como ¡Ay!, Músculo entrometido o La leyenda del cuarto menguante. Revisa poco y reescribe aún menos. “En cuanto termino creo que ya está. Luego me engaño, claro. Soy muy impulsiva”.

Retranca extremeña, duda y supervivencia

La autora reivindica que escribe desde la duda y desde la necesidad de alivio; desde la búsqueda de razones y de un discurso interno que necesita creerse. Habla de enamoramiento, pérdida y supervivencia emocional, pero reconoce que los territorios que más la interpelan son la pérdida y la supervivencia. “El enamoramiento es la parte fácil, donde más adolezco de ñoñería”.

Su identidad poética está atravesada por el territorio. La retranca, el humor heredado de los abuelos, palabras inventadas, la ironía que protege sin avisar. “No es lo mismo criarse entre canchos, vacas y alcornoques que hacerlo frente al mar”, dice. En pueblos donde se saluda siempre al vecino y las historias pasan de boca en boca, el lenguaje se vuelve un ecosistema propio. Y en ese ecosistema ella escribe sobre fragilidades, ridículos y tropiezos. “Ojalá se reivindique más el derecho a hacer el ridículo. Si no te vas a matar de la caída, te puedes reír mientras caes”.

En sus referentes, se resiste a elegir. Propone un collage: Clarice Lispector, Jacques Prévert y Rosario Castellanos en poesía; Tom Sharpe, Boris Vian y Milan Kundera en novela; Bergman, Peter Weir y Fernando Fernán Gómez en cine. Retiene atmósferas, ritmos, imágenes y teatralidades; confiesa que es tan de películas, música y fotografía como de versos. En su obra aparecen imágenes recurrentes: la esperanza como calderilla, el deseo como manzanas, la alegría como brincos, el amor como pájaro, los amantes torpes como trapecistas, las voluntades como cántaros inestables. Todo vuelve. Todo resuena.

La musicalidad, reconoce, la trabajó sin ser consciente. Sus amistades, al recitar sus poemas para vídeos, se lo señalaron. “Soy una melómana empedernida. Puede que marque más el ritmo que la rima”. Y admite que su estilo ha cambiado: antes buscaba belleza y rima; ahora escribe “más desde las tripas”, con palabras sencillas “que se sincronizan con mi pulso”.

Escombros, belleza y una mirada que sobrevivió a la pérdida

Las relaciones personales atraviesan su escritura: “La gasolina emocional viene de casi todas las personas que se me cruzan”. Habla con naturalidad de los hombres que fueron amores y hoy son amigos, y de las amigas con las que comparte comparativas vitales. Sobre escombros y belleza —temas centrales del libro— dice que la belleza puede estar tanto en lo que permanece como en lo roto. “Los escombros cuentan lo que fueron. Como un boceto que te encanta sin acabar. Es el mismo material atravesado por el tiempo”.

En su biografía hay una herida primigenia: su madre murió a los pocos días de parirla. Creció siendo bebé huérfana en una familia grande, ruidosa y amorosa, entre primos y tíos que fueron padres. Se educó en un colegio de monjas, donde ser huérfana era casi un estigma: “Así que me suelo pasar casi todas las etiquetas por el arco del triunfo”. Esa mezcla de tragedia temprana, humor heredado y resistencia es también el sustrato de su poesía.

La complicidad con quien lee

La autora desea que quien cierre el libro sienta que no ha perdido el tiempo y que encuentre un verso que se convierta en hogar. Ha recibido opiniones contradictorias: triste, sincero, surrealista, erótico. Un amigo la consoló diciéndole: “Entonces no sólo ellos han leído el libro. También el libro les ha leído a ellos”. Cree que cada cual entiende la poesía desde donde siente.

Tiene varios proyectos en marcha. Uno, casi terminado, titulado Auto diagnóstico. (La enfermedad de esta década), un autorretrato honesto y crudo. Otro, más humorístico, con formas poéticas clásicas —sonetos y octavas reales— para retratar los sinsentidos actuales. Y su proyecto más querido: un libro de relatos autobiográficos sobre la infancia de dos gemelas traviesas. Título provisional: No hay gemela buena.

Ha aprendido de este libro que es capaz de terminar aquello que empieza y que le cuesta dar las cosas por cerradas porque le gusta controlarlo todo. Aspira a que quienes lleguen a su poesía encuentren honestidad, sencillez y un lugar habitable. “Hay casi más escritores de poesía que lectores, pero ojalá mi mirada quede en unas páginas cuando yo ya no esté”.

Y se despide explicando por qué se autodenomina “poetontísima de cabecera”: porque ama la poesía y hacer el payaso, porque viene de “una insigne familia de mamarrachas”, porque juntar letras y humor es su manera de vivir. Y porque, en el fondo, le encantaría que alguien la considerase su poetontísima de cabecera: “Molaría mil”.